REPERTORIO AMERICANO 43 y con romances de Lope de Vega, y con romances y letrillas de Góngora; pero tiene lo que no abunda en nuestra vieja pocsia: terque mi troje aromaria la fragancia de su pan!
nura para ver las afueras de la villa por los sitios más secos, dridos, polvorosos y yermos, en vez de mirar por donde vid Goya, o pasearse por la Casa de Campo, la Moncloa y la Dehesa.
Encabeza el libro una poesia, El poema del hilo, que me parece digna de figurar en lo futuro en esos volúmenes formados con las cien mejores poesias castellanas. Es una preciosidad. Por la forma, por algo sutil como ei perfume, se hermana con parlamentos del Pe.
ribáñez, con las Barquillas, con el San Isidro De aquella espiga divina, dorada en su graznazón.
va moliendo amarga harins la muela del corazón Asunto? Nada. El paseo de un padre con su hijo niño por el campo. Qué poesia. Qué emoción! El padre siente como una madre, pero no es femenino. Tan bella es la poesia ésta, que, aunque Enrique de Mesa no hubiese escrito otras ni escribiera más, tendria un lugar distinguido en el Parnaso español. Así lo creo y así lo escribo.
Roberto Castrovido Poesias de Enrique de Mesa VI El campo, sediento: la nube, de paso; un cielo azul. desesperante y limpio, y un rojo sol en el ocaso.
Llegará la noche, lucirá la estrella. el campo seco velará, soñando. Dónde la nube aquélla?
VIII Saben pastores y arrieros el camino que segui: iba cara a los luceros vertiendo llanto por ti.
Sendero en la barrancada. caminito del amor aquella tarde, aromada con nuestras ansias en flor!
Lejos, la azulada sierra ¿No te acuerdas, alma mia?
Color de sangre la tierra bajo la turquesa fria.
Hoy, caminante en la sombra, ni vacilo ni me pierdo: todo lo aclara y lo nombra la magia de tu recuerdo.
Pero marcho, trajinero sin moneda en el garniel, pobre y triste colmenero despojado de su miel De la obra La posada y el camino, Versos, Madrid El poema del hijo Diego de Mesa Cae la tarde dorada el que la otra mañana tras de los verdes pinos.
trajo al Paular el nido, Hay en las altas cumbres el que baja en el carro de sus bueyes un resplandor rojizo.
los troncos de los pinos.
y el perfil de los montes se recorta en un nimbo. Te fatiga la cuesta?
de luz verdosa, azul, aurirrosada.
Descansaremos, hijo.
En el añil el humo está dormido.
Aqui, no; más arriba.
que ya se siente la humedad del rio.
Quieta la tarde y dulce. Ven al campo, hijo mio!
La espesura del roble comeremos majuelas.
va cerrando el camino; iremos al endrino se oye el graznar de un cuervo te alcanzaré las bayas de los robles, y un lejano silbido.
y, en aquel regatillo. Por qué te paras. Tiemblas. de los helechos, cogerás las piedras ¿Acaso sientes frio. y cortarás los lirios. Ah, ya. Caperucita. No temas: vas conmigo Entre mi mano, suave, El lobo vive lejos su manecita oprimo, y es generoso y noble con los niños y avanzamos parejos por el albo camino.
Finge un cefiro blando misterioso suspiro; Los cuencos y colodras el pipiar de las aves del viejo cabrerizo.
ha cesado en los nidos.
llenando va la ordena. Qué te lleve en mis brazos?
con blanco chorro, mantecoso y tibio. Siempre acabas lo mismo! la leche, aromada Agarrate a mi cuello: de menta y de tomillo, no sueltes y te caigas, hijo mio.
sus fragancias esparce por el verder ya seco del aprisco.
No siento la materia: es aire y luz mi pensamiento limpio. Tienes hambre? Si vemos De la carne desnudo, al pastor de los chivos.
llevo al viento el espiritu.
al que en las Maribuenas. Vas bien. No me responde.
la otra tarde te dijo: Como el humo en el aire, se ha dormido. Vaya un zagal con los ojuelos guapos, llamale y le pedimos ¡Ay, deleitosa carga, de mi cansancio alivio!
una cuerna de leche y el cantero de pan que te ha ofrecido.
Dulzamara Es tarde. Los trucheros se recogen del río: cubren con sucias ropas Tras la yunta, que gobierna los cuerpos renegridos, mi mano de labrador, y, entre la maya de la red, platea solitario allå en mi serna la pesca que rebosa del cestillo sembre los surcos de amor.
De su pinar se tornan los hacheros: Con llanto le di tempero, aire lento cansino; claro sol lo hizo brotar; en los hombros, las hachas, hoy ya vencido el enero, y en sus gastados filos, debo su mayo segar.
un reflejo fugaz, que a ratos hiere De la simienza lograba los semblantes cetrinos.
aurea espiga, grácil, sola.
Junto a su pie rojeaba Se acercan. Buenas tardes. Vaya con Dios, amigo.
la sangre de una amapola. Pero no los conoces. Yo que, soñando, veia, El de la aljada es Lino, como premio a tanto afán, Serranilla Ya se partió el zagal mio: senti balar a mi puerta su rebaño travesio.
Mañanita de San Juan: hay un revuelo de alondras sobre las siembras del pan.
Rocio de la alborada reluce en los pastizales sobre la hierba mojada.
Cuando rayaba el albor, cruzaron la barbechera los mozos, a su labor Caminaba mananero por la senda de los pinos, hacia la corta, el hachero, No te enceles, mi zagal: patrañas son de las viejas lo de la Pascua marzal.
No ha de decirte el vaquero que emparejo en el ejido con el mozo sobrancero; que anoche marchó, a la balda.
por esos campos, radio, con su fardel a la espalda.
Si nos queremos los dos el mozallón de los bailes vaya bendito de Dios.