REPERTORIO AMERICANO sobre la tentación de ese Calvario hecho en las dos colinas de un rosal!
Dame tu puesto, o teme que mi mano, con impulso de arranque pasional, la faz te vuelva contra el cielo, y cambie la oblicua dirección de tu mirar.
Corri al jardín, y aroma de su carne sentí mezclarse al de las rosis candidas: Por vida de tus flores, jardinero, dime, si ella está aquí. dónde la guardas. En carrera fugaz cruzó mis siembras mas, doquiera posó su breve planta.
el cardo agudo se volvió una rosa, limpido manantial la turbia charca.
Un buen hombre topé que su rebaño conducía a pacer en la sabana. Por tu más inocente corderillo, dime, pastor. si estuvo en tu cabaña.
mientras blanda piel de loba en el deleite se arroba de besar su piel gentil. No hay oro de enredadera igual a su cabellera!
Cuando la asoma al balcón despeinada, se dijera. La más altiva bandera en un reto contra el sol! tal profusión de rosas guarda en su cuerpo mi hermosa, que su cuerpo es un jardin más pomposas y misteriosas que trajo en su cesto abril Altar de impolutos lirios es su frente; cual dos cirios en sus ojos la luz que me exalta hasta el delirio de arrostrar cualquier martirio sobre sus brazos en cruz.
Tras sus huellas Para Margarita y Julia Amelia En la horrible orfandad de su partida con tres indicios me lancé a buscarla: su cariño a las flores, su dulzura y su exquisita ingenuidad cristiana.
Pierrot Para la dulce compan de Leopoldo Lugones Hablábase de amor, que es tema siempre selecto en todo frivolo salón, y como yo callara, hermosa dama pidió mi parecer en alta voz: El amor. Bah, señora. dije ſentonces tan lindos chistes puestos en razón, con tanta gracia y tan sutil donaire supe burlarme del pequeño dios, que a poco vi la concurrencia entera aplaudir mi sarcástica opinión, y más de una preciosa boca roja me otorgó un gestecito encantador. Ay. Sólo tú, en tu oscura cárcel gélida, no reías, llorabas, corazón!
de las rosas raras y ande Sólo un instante iluminó mi choza la dulce luz que su presencia irradin; mi colmena se fué tras su sonrisa, y tras sus hombros mis palomas blancas.
Entregado a la Biblia y al cilicio encontré un grave asceta en la montana. Dime, santo varón, sobre tu libro. no la viste inclinar su frente palida?
En rápida ascensión a lo infinito, como un perfume su divina gracia derramó en mi cabeza pecadora y se esfumó en la nube que pasaba.
La canción de una vida, de Fabio Fiallo Rosas y lirios Se habló de la hermosura de las flores y fué, cual siempre, el opinar distinto: los unos aclamaron a las rosas, los otros a los lirios.
Yo pensé, joh, mi adorada. en tus mejillas que una risueña juventud colora; pensé en los besos que les di una tarde, y dije: amo las rosas.
Mas, luego, recordé tu frente pálida, tu frente que, más pura que el armiño, anida, mariposas tus ensueños, y estuve por los lirios Mira en tu corazón y escribe Philippe Sidney tacto dos se que Rima profana La blanca niña que adoro lleva al templo su oración, y, como um piano sonoro, suena el piso bajo el oro de su empinado tacón.
Sugestiva y elegante toca apenas con su guante el agua de bautizar, y queda el agua fragante, con fragancias de azahar.
Luego, ante el ara se inclina.
donde un Cristo de marfil que el fondo oscuro ilumina, muestra la gracia divina de su divino perfil Mirándola, así, de hinojos, siento invencibles antojos de interrumpir su oración, y darle un beso en los ojos que estalle en su corazón.
Estos versos. Como el contacto de una mano suave y acariciadora, como el perfume de una flor querida, como el tibio fru fru de la seda que nos envolvió en una noche de triunfo inefable, como todo lo que, al par de alado y sutil, marca en nuestro ser un momento de vida emocionante y profunda, los versos de Fabio Fiallo, una vez leidos, no se olvidan jamás. Rehuyendo el convulgar de las mil pequeñas cosas que forman el trajín de la existencia diaria, parecen recogerse silenciosos en un rincón de la memoria, y allí se dan, allí se están, casi apagados, sin que nosotros mismos nos demos cuenta que han formado su en lo más hondo de la entraña. Hasta que, de improviso, surge el momento preciso de la recordación, porque acabamos de experimentar una de esas conmociones del alma que necesitan un lenguaje divino para expresarse, y prorrumpimos en éxtasis: Guarda, oh luna, el secreto de mi alma; cállalo, Ruiseñor!
Dichoso enamorado poeta que ha sabido perpetuar en un volumen que es una primavera eterna todo lo bello de la vida. Y, ni los odios, ni el dolor. quién deja de sentirlos. han podido vulgarizar los sones de su lira siempre cuajada de rosas ardientes y de perlas que son gotas de rocío. Dichoso enamorado poeta cuyo pecho es un jardin siempre florido en donde se escucha gorgear el ruiseñor en noches blancas de luna: La luna tras los montes ascendia, en la fronda cantaba el ruiseñor.
Al leerlos nos sentimos felices. El ensueño agita su varilla mágica. La faz del mundo que ahora vivimos, cambia de expresión. Surgen los castillos feudales: con sus torres y almenas, sus puentes levadizos, sus rudos centinelas, y en la ojival ventana la cuitada doncella que confiaba a la noche su amor y sus tristezas.
Más adelante somos Castellana. Donceles son nuestros pajes quienes tienen por gaje la fimbria sostener de nuestro traje si bajamos al templo en oración nos dice: Temeroso de herir vuestro alto orgullo así fué en sus comienzos mi pasión; ruego que no alcanzaba a ser murmullo, o dulcísimo arrullo que se trocaba en fervida oración.
Luego, entre el rumor lúgubre del viento que nos llega del cercano campo santo, percibimos, claro, distinto, el hondo final de For ever: Alli, solo, mi amada misteriosa, bajo el sudario inmenso del olvido, cuán corta encontrare la noche eterna para soñar contigo! bien, la última estrofa de Misterio: Sólo al morir revelaré el misterio que guarda el corazón.
Sólo al morir. cuando en mis labios sea su dulce nombre mi postrer canción.
Si nos dejáramos llevar por las seducciones del libro, citando versos y trasLis de Francia Para Arturo Logrollo Leve olor de un lis de Francia se insinúa por la estancia donde se viste mi amor ese olor es la fragancia de su ingénita elegancia, su propio aroma de flor.
Copin en mitad de la alcoba un tocador de caoba su blancura de jazmin,