290 REPERTORIO AMERICANO por el mundo llevada por la brisa. La cautiva el paisaje lo mismo que los sentimientos. Quiere mirar, sentir. sin temor a la vejez, bien hallada con la existencia esplendorosa, para muchos años sueña con el espectáculo que diariamente observa, y para más tarde divaga con delicia en la delicia de las transmigraciones.
Como todo ser humano, pero especialmente como toda constitución emotiva, Juana de Ibarbourou tiene sinembargo momentos de depresión Oh! este eterno anhelar!
Oh! esta eterna inquietud!
Cómo a veces te sueño.
Sueño del ataúd!
Hasta el cuerpo me duele de soñar y soñar.
Muerte: anulame! Hoy tengo ansia de reposar.
Un bello espectáculo. Juana de Ibarbourou, como dijo Remy de Gourmont de Paul Adam, es un bello espectáculo. Reúne en su persona, delicada y flexible, vibrante y armoniosa, todas las formas de la eterna belleza.
Belleza fisica en la elegancia de las líneas, en los ojos ensoñadores que se adormecen en la contemplación del universo o se transforman en dos fuentes de luz para iluminar rostros ansiosos; belleza de los labios, de la sonrisa, del timbre de la voz, que acaricia como el terciopelo, insinúa, susurra, y es lo mismo para el canto jubiloso que para la confidencia. Belleza del espiritu, desarrollado en la naturaleza, frente al misterio, sin cesar renovado, de cuanto alienta, y nutrido el trato con los seres y en los libros que le dieron una gravedad prematura. Belleza moral, por último, producto de las otras dos, y su más valiosa esencia en una mujer que siendo célebre, idolatrada por su pueblo, sólo gusta de lo diáfano y de lo sencillo, del rincón familiar donde cumple a conciencia sus deberes de esposa inmaculada y de madre que ve en su único hijo su mayor causa de orgullo.
Nació enamorada de la vida y se impregnó desde la aurora de un amor franciscano por las cosas. Goces del campo, goces de la sangre pura, cotidiana absorción de agua y de sol, ternura por las aves y por las flores, amor de los rumores y de las esencias, franca alegria matinal en los prados que el rocio constela de diamantes, cuando la pureza del aire da un anhelo de desnudez olimpica. Aquellos poemas que son concentraciones del instinto y salmos de adoración por la naturaleza, pudieran concebirse como inspirados en pleno amanecer, bajo el sol tímido, que poco a poco fuera abriendo los ojos. Se oyen como gorjeos de pájaros que saludan la claridad naciente. El río canta en voz baja. Un manto de oro pálido va cubriendo los cerros. La brisa es tan suave, tan suave, que apenas hace estremecer las hojas. De pronto, como si saliera de un tronco, aparece la ninfa. Es el cuerpo glorioso que en armoniosos saltos va tomando posesión del paisaje. Todo es de ella y para ella. En los ojos le cabe todo lo que la circunda. Las aletas de la nariz tienen el leve temblor del amor. La boca entieabierta, vuelto el rostro hacia el cielo, abiertos los brazos en una imploración, para entregarse al sol que sobre ella desciende, es la acción de gracias por el dón de la vida, la alegría dionisiaca entre perfumes de libertad y de selva!
Saltando luego como un cervatilla llega hasta el remanso. En el espejo límpido observa su esbeltez. Es inocente el placer que le llega al saberse tan digna de ser admirada. Ante cada detalle se detiene. La firmeza, la limpieza, la suavidad de ese cuerpo, son vivas maravillas. Se palpa ensimismada.
La ternura franciscana por las cosas se va tornando en exaltación panteista. Quisiera transfundirse a cuanto vive, quisiera, convertida en átomos, disolverse en el éter.
Todo parece haberse detenido para contemplarla en su casta desnudez. mezcladas con los rumores, que también son tributos de los seres animados y del viento, llegan de pronto las notas de una flauta. El dios Pan anda vestido de zagal. el genio de la especie, imperioso entre mujeres y entre ninfas, reclama sus derechos. Todo sucede infantil y delirantemente bajo el azul grato y cómplice.
Lo que se siente sin pensarse y se piensa sin decirse lo expresa la poetisa sin miedo, con candor, con gravedad veces, cual si tratara de cumplir un rito. No hay vicio en los deseos. No hay torpeza. El reclamo de amor para la ofrenda es el mismo que el de las palomas. Del propio fondo de su naturaleza, la carne inmortal pide la comunión que la enciende. el grito sale vibrante, ondulante, embriagador: Tómame ahora, que aún es temprano y que llevo dalias nuevas en la mano.
Tómame ahora, que aún es sombria esta taciturna cabellera mía Ahora que tengo la care olorosa y los ojos limpios y la piel de rosa Ahora que calza mi planta ligera la sandalia viva de la primavera. es la primavera la que se entrega al amante con todos murmullos y todos sus aromas. Huele a campo, a musgo, a encina, a azucena. La poetisa es una enredadera que asciende por el tronco, rodeandolo, abrazándolo, embelleciéndolo con flores que parecen azahares, puntos rojos que simbolizan el interior incendio y campanillas azules.
Son besos y miradas. Juana arde en sus versos, dijo Soiza Reilly, como ardió la otra Juana, la de los franceses. bajo el temblor de los luceros, lo mismo que en la manana bajo el sol acariciante, es la fiesta de la unión en que los cuerpos divinizados crepitan y se convierten en llamna. La locura del amor es divina desde muchos siglos antes de que Platón lo hubiera dicho. esa locura jubilosa es la que como relámpagos baña en lumbre sus versos. piensa Juana en los mandatos de la vida, y entonces el amor tiene algo de litúrgico, en que los ademanes deben ser solemnes: Espera, no te duermas. Esta noche somos, acaso, la raíz suprema de donde debe germinar mañana el tronco bello de una raza nueva.
Al don fogoso de la entrega total, cuando el deseo vibra en la carne como un látigo, sucede en los poemas el hastio, el sabor de ceniza de lo que ya no vuelve. La materia ha traicionado al espiritu, y el espiritu encuentra la miseria de lo que fué en un furtivo goce. Hay una entrega que es resignación, que es costumbre, que es desilusión porque boca y manos y senos y cabellos son comida de gusanos, carne mentirosa, polvo que busca el polvo, incapaz de aquella rebeldía que niega, de aquella rebeldía que triunfa cuando se obstina en el ademán distanciador para evitar la saciedad desfalleciente. Acaso por eso dijo Santayana que cuando el amor muere en olor de santidad el pueblo venera las reliquias.
El fondo de la emotividad de Juana de Ibarbourou, como el de toda emotividad destinada a dar fruto, es una sinceridad maravillosa. Tiene un hondo cariño por la vida, y no sólo por la vida sino por la tierra.
Como Teresita, la santa de Lisieux, que puesta a elegir entre diversas venturas de orden celestial, arrobadoramente exclamo. Escojo todo, y que sinembargo pidió al Amado en sus éxtasis el permiso de pasar la eternidad en este globo misero para mejor servirle a El ayudando a los hombres, la bellisima uruguaya no quiere, ni terminada su misión, abandonar el planeta.
Amante: no me lleves, si muero, al camposanto. flor de tierra ábre mi fosa, junto al riente alboroto divino de alguna pareja o junto a la encantada charla de alguna fuente. flor de tierra, amante. Casi sobre la tierra, donde el sol me caliente los huesos, y mis ojos alargados en tallos suban a ver de nuevo la lámpara salvaje de los ocasos rojos.
Presiente la lucha de su carne por volver hacia arriba para sentir otra vez en ella la caricia del viento. adivina sus manos como topos arañando la greda. pide se le arrojen semillas, que arraiguen en sus huesos, para que el alma pueda subir por la escalera que las raíces forman a contemplar al amado desde el mirador de los lirios. quiere transformarse en árbol o en surtidor, ser puñadito de polvo para danzar y correr Oh! ser polvo y dejarse por el viento llevar.
a los cuatro horizontes, a la selva y al mar!
Oh! ser polvo, ser tierra, disgregarse, volver a la nada, que ignora la fatiga de ser! sintiendo que el alma y la carne le pesan, grita su necesidad inmensa, loca, de reposar, de irse desmenuzando en quietud y en silencio bajo la negra tierra, mientras encima se oirá zumbar la vida como una abeja ebria, Viene la visión macabra: al pasar por el cementerio, por el solitario camino reseco y tenebroso a cuya vera duermen los que fueron ayer, siente que la golpean las manos del espanto cuando imagina sus dedos rosados como diez huesos pardos, untados de penumbra, de humedad y de tierra. otro dia hace esta reflexión triste y encantadora: Yo, que soy tan pequeña y delgada, qué montón tan chiquito de polvo seré cuando muera!
Todas las imágenes de Juana de Ibarbourou se prenden al recuerdo. Olores, sabores, sonidos, le atraen asociaciones de naturaleza psíquica. Da alma a lo inanimado, personalidad a lo que no la tiene, inteligencia a la materia inerte, y encuentra ex.
presiones tan felices y tan delicadas como aquella de la lluvia que golpea «con sus dedos menudos en los vidrios, o el rayo de luna que se tiende a los pies de la estatua como un perro, o el pozo, que es un ojo ciego, cuyo brocal tiene pestañas que son ramas de hiedra y la ceja que le forma un arco mutilado. No es de corrección parnasiana, pero sabe hacer versos perfectos.
Vida aldeana es un soneto que firmarian aqui Eduardo Castillo, Delio Seravile, o Miguel Rasch Isla, tres maestros del género.
Pero al lado de composiciones de esa clase tiene otras con disonancias consentidas, cuyo poder, como en música, reside en el contraste, sin contar las que acusan indudable descuido.
En los pueblos del sur no hay la misma preocupación que entre nosotros por ciertas reglas del idioma y se cometen además errores que nosotros cometemos. Flori para ti, por foreci para ti, encima mio, por encima de mi, y estate atento a lo que dice el viento, son locuciones que gramaticalmente dañan los poemas, sin contar con que la última peca por cacofonia. En Bogotá dicen las madres al niño que se mueve mucho. Estáte quieto, Pésimamente dicho, lo mismo que todos los imperativos que emplean: mira, veni, tomà, sali, conta, deci, tan racional y autorizadamente anatematizados por Cuervo.
Pero en cambio no tenemos aquel recién que Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica