ImperialismVíctor Raúl Haya de la Torre

REPERTORIO AMERICANO 261 adversario bien insignificante le cia criolla, ello no era sino un han buscado al valiente e in comentario humoristico de nuesconmensurable peruano deste tra politiquería donde yo me rrado, cuyo prestigio es tan reia con una risa de doble sólido que no necesita de co sentido de nuestros tiranuelos medias aunque estas sean la de opereta. Aun tengo entre los divina del bosque de los Olivos dientes esa risa como un cuy su judas este «Alberto Guillén, chillo o un mondadientes.
personalidad recia y vibrante y ya que hablé de México merecedor de todos cuantos ad donde fui, según el señor Wapjetivos quieran tributársele, nir, a desvirtuar la atmósfera Lo triste del caso es que el anti imperialista creada por el mismo Haya ha sido llevado a valiente peruano desterrado la comedieta por sus oficiosos es bueno que diga que fui alli y fantásticos informantes, pues atraido, como todo americano cuando llegué yo a México al por la irradiación de ese espígunos escritores me contaron ritu continental que es Vasque Haya decia muy pagado: concelos y ese otro forjador «Leguía ha hecho escribir un de trocha viva que es Diego libro contra mí por Alberto Rivera. Lo que siento es no Guillén. Desgraciadamente pa haber adoptado para salir de ra mí yo tenía algún prestigio mi país la comoda postura de en México y Haya se podía jovencito deportado por el Tidar el gusto de hacer creer que rano, para explotar asi planiyo me había encargado de des deramente en el extranjero el moronar su talla de gigante. socorrido papel de víctima. Es Sensiblemente tal libro no exis el camino, borriquero ya de tan tía, o si aludían a mi Democra trillado, de toda insignificancia a quien ahoga hasta el vaho de su propio gallinero.
Cuanto al último y más solemne cargo del señor Wapnir de que yo «me he inclinado ante las monedas del tirano debo confesar que desgraciadamente para mi he acompañado a Leguía en dos memorables ocasiones. Una: cuando crei, como creyó el mismo Haya de la Torre que fue vehemente leguiista, y creimos casi todos los jóvenes que el encumbramiento de Leguía significaba la destrucción de la oligarquía que absorbia todas las fuerzas vitales del Perú convirtiéndolo en un feudo. segunda ocasión: cuando crei como creyó todo el Perú y toda América que Leguía que trompeteaba a los vientos su bolivarismo, iba a arreglar definitivamente la cuestión del Pacifico que es el chancro sentimental de mi Perú. En ambos casos crei un deber de patriotismo poner «mi pluma y el «talentoque tan generosamente me concede el compañero Wapnir, al servicio del «Tirano Leguía.
Espero, señor Director, que su hidalguía periodística acoja esta carta que si no servirá para que los modernos entomólogos me clasifiquen en la «derecha o en la izquierda yo estoy bien con los horizontes delante servirá por lo menos para libertarme al fin del forzado e ingrato papel de Judas de Aquel que «me admira sin reservas adelantándose a lo que será un sentimiento ineludible en las generaciones de mañana y al que yo sigo teniendo como el arrogante y robusto compañero que trae la aurora en los brazos.
Muy de Ud. señor Director, Alberto Guillén La voz de la Pacha De Caras y Caretas. Buenos Aires PACHA, decian Tarky, el arriero y su hija a la Pacha Mama, deidad legendaria que vive en la cumbre de los cerros colorados, que nunca bebe, que se alimenta del aire y que es dueña de las bestias cerreras, del mineral que esconden los roquedos y del agua de los ojos montunos.
Tarky la imaginaba como una vieja menuda, de cutis moreno, ojosa y de boca pequeña. Jamás habiala visto con sus corporales ojos.
La hija del arriero creía que la Pacha era una mujer antanona, de cutis blanco y arrugado, que se amartelaba con los pastores mozos y que se los llevaba para no devolverlos jamás. Se sabía de un tal Sonko, orero y tejedor, que se había perdido al trastornar un cerro de puntas coloradas. Se lo ha tragao el cerroexclamó una vieja hiladora. Se lo habrá llevao Coquena pensó Kanky el más viejo de los arrenderos de don Mario.
Itapaia, la adivina, reparó cómo habian caido las hojas de coca tiradas por su mano, y afirmo. Se lo ha llevao la Pacha.
No volverá nunca. así como ése, se habían perdido otros pastores mozos, en la tremenda soledad de los cerros yermos.
Tarky y su hija habían ido a la lejana aldehuela a vender costales de lana y cueros de choschoris. Llevaban la carga a lomo de burro.
Por todo el camino casi no se hablaron. La moza iba hilando lana de llama; hilaba el viejo con una puishca antigua para la urdimbre de un poncho listado.
Mientras caminaban cuesta abajo los cuatro burros cenizos, ramoneaban aquí, ramoneaban allá, donde el camino era manchado por las matas de quillagua y esporal.
Pasadas las doce, penetraron en la aldehuela.
Eran los únicos que andaban por las calles. Hilaba el viejo; hilaba la moza.
En las tiendas de comestibles y bebidas se detenian los burros pensando librarse de la carga. Cuánto pagáis por los cueritos de choschoris? preguntaba la moza. Ni regalaos los quiero, chei respondía el tendero, después de bostezar, ocodado en el mostrador oliente a vino y a coca. Cuánto pagáis por el kilo de lana de oveja. Sali, chei. Yo no quiero clavos.
Tal la suerte de los que bajaban del cerro natal a ofrecer en venta lo poco que tenían; pieles de choschoris, de llamitas, de cabras o cortes de cordellate o de barracán, o costales de lana de oveja.
Se disponían a regresar con los burros cargados, cuando don Luis, el almacenero blanco y rico que vivía solo, llamó a la moza. Chei, da ver. El viejo descargó los burros.
Don Luis miraba ahincadamente a la hija de Tarky. Pronto pensó en hacérsela quedar. Se aburria, se aburria solo en su casa de paja y terrón techada de iro.
Acordaron el precio.
El tendero destapó tres botellas de cerveza. Una para cada uno. se preguntó el viejo Tarky, quien jamás había probado la bebida esa que se iba en espuma.
Don Luis y la moza chocaron los vasos.
Nunca habian topado con un patrón tan generoso. Te gusta, tatay. preguntó ella. Buena está respondió el viejo.
El hombre blanco destapó otras tres botellas. Una para cada uno. torno a pensar el dueño de los burros.
Bebieron con largura. El arriero recibió la plata cuando ya no la podia contar. Vió entonces, con asombrados ojos, que su hija cruzaba el mostrador y se hacia dueña de casa.
El hombre blanco le lleno las alforjas: tantos kilos de harina flor, tantos kilos de harina en rama, tantas libras de coca, y una punta de chatas de alcohol. lo empujó hacia afuera.
Salió ebrio. La oración se venía encima; poníanse pardos los cerros y se afinaban los vientos de las cordilleras.
Empezó a arrear su recua.
Al principio no le obedecían los burros: uno se iba para aquí, otro en derechura, del tolar. lazazos los hizo entender Era ya tarde la noche, cuando las bestias se detuvieron amedrentadas en una cuesta pina. Caia de arriba la luz de una luna cenicienta. Tarky dijo una mujer entrada en años, que estaba cerquita, sentada en un pedrón negro, hilando con un huso blanco Tarky.¿dónde está tu hija?
Tarky comprendió que le hablaba la Pacha Mama, dueña de las bestias cerriles, de los ojos de agua, del mineral que Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica