166 REPERTORIO AMERICANO Diario de Viaje de un Filósofo Keyserling Hacía ya bastantes años que la vorágine bibliográfica occidental no arrojaba al viento una flor de estambres tan henchidos de polen.
El señor Conde Hermann de Keyserling, por otro nombre el Solitario de Raykull, acaba de publicar la última edición española de su Diario de Viaje de un Filósofo, obra que necesita ser conocida de todos cuantos sienten ya el ansia dolorosa de un cambio de actitud en la vida humana. Los apasiorados de la novedad bibliográfica, que leen acostados y se prometen para el día siguiente un comentario erudito con los amigos, han visto en esta confesión admirable la última palabra en materia de belleza filosófica; y es probable que mañana o pasado, tiren el libro con la fatiga de una novedad en desuso y busquen otra novedad para saciar su vientre cerebral.
Yo quiero hacer, especialmente para el público de Centro América si es que llego a merecer el favor de una reimpresión de estas notasun comentario oportuno y necesario. Los libros nos han conducido. por una extraña madurez adquirida al margen del progreso material a las decepciones más concentradas y anárquicas; ya era tiempo de que otro soplo de orientación rectificase muchos punto de vista en materia de humanismo biológico.
El señor de Keyserling, al liar sus maletas, se hace una promesa digna de un Conde: un viaje al rededor del mundo, durante el cual pueda «renunciar a sí mismo. a ese parti pris de nuestros filósofos clásicos que creyeron poder asumir la dirección total del pensamiento y dejar un traje cortado a cada habitante de nuestro planeta. Confinado por su voluntad meditativa en aquella pequeña población estoniana, Raykull, un día siente que comienza a ser personalidad, es decir, un hombre de tal apariencia y de tales ideas. Entonces comprendí lo sabios que habían sido Pitágoras y Platón al prolongar sus años de peregrinación por el mundo hasta una edad provecta. dice. Keyserling, como metafísico puro que es, cree que el filósofo de su casta «no debe sumergirse en ninguna figura, no debe sentirse idéntico con ninguna forma, y obedeciendo al impulso de una total despersonalización colocación diametralmente opuesta a la de Federico Nietzsche que pudo entrever «lo personal heroico. lo que los orientales llaman «un sueño en el aire se lanza al Oriente, ya copiosamente saturado de la actitud del renunciamiento búdhico. Cabría aqui recordar los diálogos simulados de Petrarca con Agustín, cuando el poeta, huyendo de la trágica fascinación de su imposible Laura, quiere huir de si mismo y escucha esta sentencia de labios del fanático varón. Insensato. dónde irás que no te siga tu sombra. Sin embargo, el Conde de Keyserling no procedia en su andanza con la pasión de un enamorado cuya lujuria le derrite, sino con la firme tranquilidad de quien espera hallar lo absoluto fuera de su órbita de limitaciones personales. Para esta profundización no me servia Raykull. dice encendido en quijotismo místico y sintiéndose ahogado en la flamante «personalidad que le mantenia como al héroe de Cervantes confinado en la casa solariega.
Keyserling es un hombre nuevo, sin precedente en la historia de la sinceridad filosófica. Está hastiado de fórmulas, de la lógica de los hechos, y esto es lo que se propone: romper toda lógica de los hechos, toda influencia ambiente y toda coerción externa como existencia independiente. Bravura desconocida en el Occidente, que se detuvo por un lado en los dogmas de la Summa Teológica de Tomás de Aquino hijo del malhadado Aristóteles y por otro en las lamentables conclusiones de Kant. No tener yo, carecer de valladares instintivos, ir más allá de ese sueño brutal y egoista de nuestro siglo que todo lo cifra en el caballero, en la personalidad. Keyserling se apoya en el endeble bastón de aquella sentencia de Keats: The poetical nature has no self; it is everything and nothing, it has no character. poet has no identity; he is continually in for and filling some other body. Pero Keyserling va mucho más allá todavía, y cuando llega a Ceilán y visita los templos de Budha, cuando habla con los monjes, siente que en Oriente, el pensamiento mismo es como una vegetación, no en lo que tiene de inconsciente el florecer vegetal, sino en la carencia de esfuerzo para revelarse a sí mismo como realidad creadora y libre. La religión es para el una determinación ambiente, y cree, además, que es enteramente tropical. Al volver los ojos al panorama de Europa, halla que nuestra religiosidad occidental, basada en el esfuerzo personal y en la conquista de medios, es completarnente antirreligiosa. Asidos como estamos al fenómeno, con ansias de posesión de todas las cosas, todo podemos saciarlo, pero jamás logramos extirpar la causa matriz del dolor: el yo.
Keyserling, al entrar en este terreno, se pone en condiciones adversas para sí mismo, y él lo sabe de sobra. Qué, lo sabe? Lo busca, podríamos decir. Ai renunciar al intelecto, cuyo auxilio se reserva exclusivamente como potencia descriptiva y confesonaria entra en la niñez celeste, en la condición del bhikshu o discípulo búdhico desde donde toda argumentación pertenece a planos inferiores de actividad. Así, pues, tendrá que sufrir las consecuencias de esta entrada en el premier etage de la Eternidad. La crítica europea ha recibido su libro con exaltación, casi con devota actitud.
Europa siente la orfandad espiritual en que vive, y hasta hace poco tuvo que conformarse con la gota de agua intuitiva que Bergson echó en sus labios hará quince años. Sin embargo, Keyserling, que cuenta con tanto prosélito y que ha provocado un cambio de orientación bibliográfica, ha sido duramente atacado. En los llamados círculos de arte, así como entre aquellos que hicieron profesión de fe de la estética pura o de la filosofía de la historia. últimos baluartes de una barbarie cultivada y acendrada por la personalidad y por el recuerdo griego. se expresa que Keyserling niega totalmente la cultura occidental. y casi casi es así. muy bien hecho. Porque nuestro tiempo ha hecho de la obra material una Diosa y del hombre un tornillo. Las energías se consumen por millones de toneladas, como el carbón en los altos hornos, y el individuo ha venido a ser un pretexto para esa forma de progreso completamente ajena al hombre mismo.
Pero, y aqui aparece la primera paradoja. no sueña Keyserling en anegar la personalidad humana?
Nuestro viajero contestará, sin inmutarse: el campo de la negación debe estar precedido por el de la liberación de toda obra inútil: para que el hombre encuentre el vacío de su personalidad, es necesaria la soledad, el recogimiento, la meditación; cosas extirpadas ha tiempo de nuestros medios de contrato social. Ese aumento de personalilidad que se nota en la literatura y en el arte es precisamente el fuego que está enconando la herida del odio antiguo, la ira de la bestia ancestral.
Keyserling llega al subjetivismo absoluto, tanto como artista como pensador. El paisaje de Oriente sólo le sirve para extraer nuevos motivos de meditación; y a medida que cambia de clima, cambia su hombre. Conceptúa el mundo externo como creación nuestra, algo que los filósofos de la Estética han entrevisto pero como simple entretenimiento intelectual, como mero go hipotético.
Si todo es así, la renovación del individuo es posible siempre: eso que nos han pintado como virtud suprema, el criterio propio y otras jerigonzas, son lastimosas formas del orgullo intelectivo, sutilizado por la cultura lógica. El criterio sólo es un «punto de vista, una ventana abierta entre millones cerradas.
Quien quiere renunciar a la personalidad, debe comenzar por dejar su criterio en casa o tirarlo al mar, sobre todo cuando se ha pasado, como Keyserling, el Canal de Suez, hacia otros cielos más abiertos a la infinitud que el nuestro.
De semejante posición escapa otra consecuencia: la necesidad de una infinita comprensión de las limitaciones ajenas: la urgencia de una tolerancia realmente búdhica de la vida.
Keyserling tiene sin embargo, sus aspectos negativos, sus equivocaciones, lo cual no le es substancial ni dañino. No se le puede aceptar en absoluto, a él sobre todo que desconfia del recurso intelectual. Su capitulo Bhuda como aristocrata es una negación del cristianismo. Cree que el noble «supera siempre al plebeyo en amplitud de miras, en elevación y dominio; espontáneamente colócase el aristocrata por encima de los partidos, sin resentimiento; guarda con las debilidades del hombre una relación puramente objetiva, por la razón sencilla de que, merced a su posición, es raro que tenga que sufrir de ellas. Luego añade. Así, cuando se trata de mirar Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica