370 REPERTORIO AMERICANO dome dentro una impresión tan honda que no se ha borrado jamás de mi.
Después, hombre cuajado, tuve la amistad paternal de Díaz Mirón. Conocí su vida inquieta y altiva, y su corazón atormentado y profundo. Me llamaba «hijo. y me tuteaba como a los que él quería. Yo lo quise cada día más. Le vi envejecer y sufrir. Se hizo cada vez más sereno, más tolerante y más piadoso.
Aprendió a perdonar y a olvidar. Olvidó, por fin, hasta su gloria y no quiso sino un poco de paz. En ella ha muerto.
la gloria de tener «un pueblo a sus espaldas. Supo la embriaguez del amor de las mujeres y sintió delante de si el respeto de los hombres.
México le debe, en los primeros dias oscuros de la gran tirania, las voces más ardientes de protesta, enrostrándose, lleno de noble valor a las carabinas de los pretorianos y desafiando la sombría persecución del porfirismo inicial, que estaba fundando la «ley fuga. Los tumultos estudiantiles y los motines populares del 80 al 90 le tuvieron como tribuno y como caudillo. Los jóvenes le amaban y le seguían. El célebre canto de González Mier frente al túmulo de Lerdo de Tejada, férvida admonición de justicia, pertenece a la escuela espiritual de Diaz Mirón. Los discursos de Diódoro Batalla en las calles de México, conduciendo a los preparatorianos a protestar contra «el niquel» y «la deuda inglesa, fueron también las chispas del fuego encendido por el poeta en el corazón de la juventud.
El Dictador le temia como a pocos. Siempre que habló Victor Hugo tembló Napoleón Tercero. Ni las cárceles ni el acoso quebrantaron su ardimiento. El fuero de su gloria le protegia como a PerHa muerto en paz, en el suave crepúsculo de una cálida vida de batalla y de romance; en la que, como un caballero florentino del Renacimiento, alternó la brava aventura y el arresto riesgoso y varonil con el retiro místico en que su mano, libre del guantelete de hierro, cincelaba y pulía camafeos deslumbrantes.
Su juventud fué toda un ruido de combate. Sus primeros versos de bronce y sus arengas encendidas sonaron frente a las multitudes de siervos, arrastrándolas magnetizadas a la rebeldía. Supo, como Anunzzio, seguía diciendo su arrogante discurso.
Por fin, se interrumpió él mismo y preguntó a Ceballos de alguien que habia publicado recientemente un libro de versos. el caudal de su plática corrió entonces impetuoso por el cauce de la literatura. Yo me bebía sus palabras. No pude decir una sola.
Eran ya las dos de la tarde.
Llegó un amigo mio, muy devoto del poeta (el hoy General Alejandro Mac Kinney. Entonces Díaz Mirón hizo su toilette, se vistió y se cubrió con su abrigo negro sin dejar de hablarnos, deteniéndose sólo en brevísimas pausas. Mac Kinney nos llevó a comer a la vieja Concordia, que desde hace tiempo ya no existe. Allí el poeta tornó a volverse a mí y me hizo sentar a su lado. Yo seguía silencioso y arrobado oyéndole. Al cabo, le hicieron hablar de sus versos. Acababa de salir Lascas, levantando un revuelo de asombro. El poeta confirmó el anuncio de Triunfos, y de Astillas, dos libros que nunca llegaron a publicarse. Desde entonces estaban hechos y puliéndose en las manos del soberano artifice, dueño de una intolerante elegancia, que nadie ha igualado aún, y pleno dominador de lo más recóndito del idioma, con una fuerza y una finura que nadie ha podido aprender todavia.
Recitó, sin que se lo pidieran, la maravilla de Vesper. Luego ante dos o tres amigos que se acercaron, implorantes de oír, otros cuatro o cinco poemas. de pronto, en un silencio, volviéndose a mí y mirándome fijamente, me habló por primera vez, directamente. De modo, que ustedes poeta?
Yo enrojeci. No supe que responder. Balbuceando dije. Escribo versos. él. Ya la gente los dice de memoria?
Yo, que me sentía frente a una autoridad casi divina, solo pude contestar. No sé, señor. Ah repuso cuando usted sepa que los que no le conocen siquiera, recitan sus versos, crea en que es poeta. Mientras tanto, dúdelo. Por qué no me dice una cosa suya? Esto era demasiado para mí.
No podía mi vanidad haberlo previsto. me aturdi. MacKinney, mi paisano, vino en mi ayuda. Me dijo un título de unos mis versos románticos recientes que el conocia. sin esperar más, los recité.
Diaz Mirón tendió sobre mi espalda su brazo y me estrechó paternalmente. Me dijo un elogio. Yo estaba sobrecogido y no sabía si soñaba.
Al llegar la noche, cenábamos en la misma mesa en que comimos, sin habernos levantado. No fué sino hasta cerca de la madrugada que, cruzando la calle, despedimos a Díaz Mirón en la puerta del hotel.
Yo fui a acostarme, llevánseo el escudo de Minerva y no pudieron asesinarle. la astuta sabiduría del «Caudillo. que no pudo corromperle con el oro ni debilitarle con el grillete, adivinó por fin que el punto vulnerable del Aquiles lirico estaba en el corazón. allí supo llegarle, en la última hora cuando ya las descepciones y el intimo dolor habían suavizado la entraña del caballeresco paladín. El poeta de las voces interiores, y del Canto a Gloria fué por esa época el estupendo artista, que después de haber forjado y templado la hoja de su espada en inquebrantable y limpio acero, se encerró a labrarle un rico y radiante puño en prodigios de gemas y tallados. Se alzó el poeta de Lascas que a pesar de todo su refinamiento y su ponderación, nunca pudo ser cortesano. Todavía en 1910 pronunciaba discursos en la Cámara de Diputados, poniendo su pistola sobre la tribuna. Todavía entonces fué desaforado y encarcelado en el calabozo de donde le sacó Madero.
Después del asesinato del Apóstol, la vida pública de Díaz Mirón se obscurece. Sus rumbos se equivocan. Hay momentos en que se le ve incomprensiblemente inconsecuente consigo mismo. Luego, va al destierro voluntario, y por fin, regresa al seno de la Patria, que sin ver en él otra cosa que su gloria y su grandeza en el arte, le afirma en la frente el laurel y le hace un amoroso lecho de flores en el que se recuesta, silencioso y solitario, a esperar la hora del tránsito a la inmortalidad, en su bienamado puerto de Veracuz. Al que a un tiempo la gloria y el clima. adornan de palmas la frente. PINTURA DECORATIVA Rótulos Anuncios Comerciales Artísticos LIDIO BONILLA Pintura escenográfica. Dibujo en todo estilo para grabados 125 vs al Sur de El Aguila de Oro Quien habla de la Cervecería TRAUBE se refiere a una empresa en su género, singular en Costa Rica. Su larga experiencia la coloca al nivel de las fábricas análogas más adelantadas del mundo.
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COSTA RICA La grande obra del gran poeta tiene dos partes; una conocida hasta la popularidad, que hizo su nombre oirse en los clarines de la más sonora fama, sobre todas las tierras en que se habla castellano. Dario, Chocano, Lugones, Valencia, Nervo, Urbina, comenzaban a ser dioses mayores todavia.
De esta época sigue un largo y laborioso silencio. El poeta entra dentro de sí mismo y se libra a una tarea dulce y ardua, radiante de poder y de entusiasmo. De ella viene la aparición de Lascas en que esplende como un joyero abierto al sol, la impecable y purisima y mágica obra del artista que transmutó del acero al oro, en maravillosas alquimias, la fuerza y la belleza de su mismonumen.
Luego, uno tras otro, de diez a veinte poemas, que cada uno vale por la obra de una vida.
Logró plenamente el triunfo sobre la forma: el don de sujetar el potro indómito y reducirlo a una estatua en que vigor se deshace, sin perderse, en deslumbrantes líneas; la absorción del color que se devuelve en iris; la SAN JOSE Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica