364 REPERTORIO AMERICANO Fantoches Max entra cavilando a mover sus fantoches pedazos de su sombra añadidos al chaleco y corazón de otros hombres y a las mujeres recortadas de los figurines de modas. Artificioso hasta el exceso el libro va desdoblándose con una crueldad de inteligencia.
Las figuras recortadas asumen el drama de lo decorativo. Es lo epidérmico constante lo que da ritmo a la realidad en la farsa de los que están jugando con sus pasiones delante de nosotros y que nos comprometen de sinceridad al recordarnos el parentesco con nuestros desemejantes los hombres. Hay muecas circunspectas que hacen retroceder nuestra curiosidad siempre insistente en lo que ya conoce.
Sus juguetes liricos los fantoches parecen trasnochar en atmósferas de silencio.
Tienen la filosofia de la superficialidad. Paul Valery dice que «la piel es lo más profundo del hombre.
Salimos del libro entre imágenes rápidas que se sustituyen con una cadencia intelectual pensando que nada es más real que lo fantástico.
Francisco Amighetti San José, Costa Rica.
madre con irritación, perosas le dijo mi desayunos servidos. Mi entrada a la pieza la hago no como un simple hijo de familia, sino a la manera de aquel mozo de Glasgow.
Me explicaré. Habia sido el único criado que sirvió a mi madre, el único sirviente masculino que ella había ocupado alguna vez, habiendo trabado conocimiento con él en un hotel de Glasgow que ella tenia ansia de conocer; a su idea esa cosa monstruosa, un hotel, debia ser algo como una posada de campo con una docena de dormitorios anexos.
No me he olvidado de cómo le brillaban los ojos. por más que tratara de aparentar que nada habia de extraordinario en la experiencia, y después de que hubimos entrado al hotel, si bien ella nada decía. pude leer la desilusión en su semblante. Ella comprendia mi satisfacción al tenerla alli, por lo que no quería echar uma ducha sobre mi entusiasmo, pero pronto mi argucia la hizo confesar. No, se sentia muy comoda; la casa era grandiosa sobre toda ponderación, pero. pero. dónde estaba él?
En verdad no se mostraba muy amable. Él era el hotelero: ella esperaba que nos recibiria a la puerta, y después de informarse de nuestra salud nos preguntara como dejamos a los demás encasa, y entonces ella le hubiese preguntdo como estaba su señora y cuántos niños tenian, después de lo cual nos habriamos sentado juntos a la mesa Dos camareras entraron a su pieza y la arreglaron sin dirigirle una sola palabra sobre el viaje o cualquier otro asunto, y tan pronto como hubieron salido. Vaya unas señoritas más que más la ofendió fué la conducta del mozo, con su ostentoso frac negro, su paso breve y rápido y esa «toalla al brazo. Sin dignarse siquiera a decir «bienvenidos, nos empujó las sillas para que nos sentárainos a la mesa; nuestra lista de platos no le arrancó siquiera un signo de aprobación por nuestra liberalidad; quedóse luego dando vueltas a la mesa como si temiera por sus cuchillos y tenedores (ojalá hubiese podido el ver los cuchillos y tenedores que ella poseia. pretendia no oir nuestra conversación, y por más que nos riéramos ni una sonrisa alteraba su tiesura; por fin cuando nos retirábamos abrumados, tuvo para remate la insolencia de abrir la puerta por nosotros.
Bien que esto la ofendió grandemente por el momento, lo divertido de nuestras experiencias se le hizo al fin aparente, y de vuelta a casa se complacia en imitar esas escenas con unción, repitiéndolas a veces ante gentes que habían estado en muchos hoteles y con más frecuencia ante otras que no habían estado en ninguno, y cualesquiera que fuesen sus oyentes, ella los hacia invariablemente reir, aunque no fuese por iguales motivos.
Por esto, ahora cuando entro a su pieza con la bandeja, llevo al brazo esa insignia de honor, la toalla, y me acerco con paso elástico a anunciar a madame que el desayuno está servido, mientras que ella exhibe sus maneras de sociedad y me llama caballero, me pregunta con cruel sarcasmo con qué fin llevo esa toalla (si no es por vano despliegue. cuando digo. Necesita Madame alguna otra cosa? ella replica que si que le haga el favor de tomarme el desayuno yo mismo. Pero a esto me hago el desentendido pues mi objeto es ponerla de humor para que coma algo sin quererlo.
Una vez que he lavado los trastos pienso que puedo ponerme a escribir, y estoy ansioso por hacerlo, pues tengo una idea en la cabeza, que si algo vale será porque ella me la ha inspirado. Pero. me atrevere? Se bien que la casa no está en orden, que hay que hacer las camas, que si el exterior de la tetera está limpio. qué diria alguien si mirara dentro. Qué lástima fue que volcara el barril de harina. Puedo confiar en que mi madre se olvide siquiera una vez de hurgar estas cosas. Querrá mi hermana resignarse a que el desorden reine hasta mañana? Me resuelvo a entregarme a la suerte. Habré estado trabajando una media hora cuando siento pasos encima de mi cabeza. Una o la otra de ellas busca la causa porque la casa está tan en silencio. Arrastro las tenazas, pero ni esto las satisface, por lo que pongo mis papeles en el cajón otra vez, y lo que ahora se oye no es el rasgueo de la pluma, sino el restregar de ollas y sartenes, o me voy a hacer las camas, y a hacerlas por completo, porque ya sé que después mi madre (la conozco) vendrá a levantar la colcha por ver confirma sus sospechas.
La cocina está ya inmaculada, sin un solo tiesto a la vista, a menos que se mire de.
bajo de la mesa. Tengo la convicción de de haber ganado el derecho a una hora de escribir siquiera, y allá me voy con toda gana. Una página, dos páginas, voy adelantando, a lo que parece, cuando. fué que se abrió una puerta? Pero como sé que los ligeros pasos de mi madre me persiguen hasta en sueños, vuelvo de nuevo a mi «galera, y un momento después la veo lle.
gar a mi lado. Me dice que no vaya a creer que ha abandonado su cuarto, pero de repente tuvo la certidumbre de que yo estaba escribiendo sin nada caliente en qué poner los pies. Trae un felpudo en la mano. Ya que está aqui, resuelve quedarse por un rato, y aunque está allá en el sillón junta al fuego, donde se sienta muy derecha (gustábale poner almohadones en el respaldo de las sillas pero aborrecia reclinarse en ellos) y yo estoy encorvado sobre la mesa, sé muy bien que el contento y la lástima luchan en su semblante: el contento vence cuando echa una ojeada a la habitación, la lástima cuando me observa a mi. Cada pieza del moblaje desde las sillas que llegaron el mismo dia que naci, y que están mucho mejor conservadas que yo, por más que yo era nuevecito y ellas de segunda mano hasta el centro de mesa, cuyo tejido de estilo moderno es de mano de ella, y cuyo punto lo aprendió a la mitad de la lección, estando en sus setenta años, todo tiene para ella una historia de esfuerzo y de triunfo de lo cual proviene su satisfacción; pero suspira a la vista de su hijo, que moja la pluma y traza unos rasgos y muerde el maldito instrumento. Oh, esa mania de escribir!
En vano le digo que escribir es para mi tan agradable como jamás lo fue para ella la espectativa de un montón de ropa que aplanchar: que añadir un nuevo capítulo es (para algunos, no para mi) tan fácil como sacar bizcochos del horno. No, contradice ella, porque un bizcocho es igual a otro, en tanto que los capítulos. puede que entonces ella haga un guiño y diga con picardia. Vaya, que bien podrias tener razón, pues a veces tus bizcochos se parecen tanto como los mios!
Otras veces interrumpe mi trabajo con el grito de que estoy de nuevo haciendo muecas. Es una miserable debilidad mía que, si escribo que uno de mis personajes sonrie estúpidamente, ha de haber una expresión de estupidez en sonrisa: si frunce el entrecejo o mira de soslayo, yo miro de soslayo o arrugo el entrecejo; si es un cobarde o padece contonsiones, yo me encojo o contorsiono mis piernas hasta el punto de tener que dejar de escribir para deshacer el nudo.
Saludo con él, como con él, me muerdo el bigote con él. Si el personaje es uua dama de risa musical, yo les he de sorprender com una exquisita carcajada. Uno suele leer de la versatilidad de un actor que aparece gordo o flaco en una misma noche, pero ¿cómo compararle con el novelista que es una docena de personajes en una hora? Temo que moralmente nos quedemos pronto deteriorados, pero éste es un tema que me parece prudente dejar a un lado.
Siempre nos dirigiamos la palabra en puro dialecto escocés (todavia pienso en él. pero de vez en cuando ella empleaba una palabra que me sonaba a nuevo, o puede que oyera a uno de sus contemporáneos usarla. Luego se me presentaba la oportunidad de sonsacar el significado. Si pregunto abiertamente qué palabra fué la que dijo hace un momento, bilbie. silvendy, ella se sonroja y dice que nunca usa palabras tan vulgares, o qué diantres! es una palabreja tan olvidada que ella nada puede decirme. Pero si en el curso de la conversasión digo como de pasada. Encontró el «bilbie. o ¿Era eso bastante «silvendy. por más que el sentido de la pregunta sea vago para mi. cae en la trampa, y el significado de las palabras se explica sólo en la respuesta. puede que por esta vez vea adonde voy con mis preguntas, y tan sensible es que se siente seriamente ofendida. Su cara pierde su sonrisa vivaz, y sus ojos. pero ya estoy en el brazo de su sillón, y todo se ha olvidado. De todas maneras, no más palabras añejas saldrán por hoy de su boca, y hay tan grande cambio en su charla como cuando en vez de su gorra blanca se pone la capota.
Salgo a dar mi paseo de las tardes y ella me ha prometido atrancar la puerta y no abrirla para nadie. mi regreso. bueno, la puerta sigue trancada, pero mi madre tiene una expresión entre timida y engreida.
Sospecho que está impaciente por decirme algo, pero que no se atreve por no delatarse a si misma. Habrá abierto la puerta, y si es así, con qué objeto? Nada pregunto pero estoy en guardia. ella le toca disimular ahora. Has entrado a la sala desde que volviste? me pregunta con aparente indiferencia. No. Por qué me lo preguntas. Oh! me parecii que bien podrías haber entrado. Hay algo nuevo en ella. Yo no he dicho que hubiera, pero. anda a ver, nada más. No puede haber nada de nuevo si no has abierto la puerta, digo con intención.
Esto la abruma por un momento, pero su deseo de que vaya a ver es más fuerte que su temor. Me dirijo a la sala, seguido de ella, que marcha indiferente en apariencia pero con mirada de triunfo. Con cuánta frecuencia no ocurrian estas escenas intimas! Nunca se me advertia de una nueva compra, sino que se me llevaba a su pre Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional. Costa Rica