REPERTORIO AMERICANO 181 a su vez alucinadoras. Esta mutua atracción nos llevó al acercamiento y estrechez de relaciones. Frecuenté el divino templo de aquella alma hermosa. a su contacto empecé a encenderme. El señor de Aretal era una lámpara encendida y yo era una cosa combustible. Nuestras almas se comunicaban. Yo tenía las manos extendidas y el alma de cada uno de mis diez dedos era una antena por la que recibia el conocimiento del alma del señor de Aretal. Así supe de muchas cosas antes no conocidas, Por raíces aéreas. qué otra cosa son los dedos. u hojas aterciopeladas. qué otra cosa que raíces aéreas son las hojas. yo recibía de aquel hombre algo que me había faltado antes. Había sido un arbusto desmedrado que prolonga sus filamentos hasta encontrar el humus necesario en una tierra nueva. cómo me nutria! Me nutria con la beatitud con que las hojas trémulas de clorófila se extienden al sol; con la beatitud con que una raiz encuentra un cadáver en descomposición; con la beatitud con que los convalecientes dan sus pasos vacilantes en las mañanas de primavera, bañadas de luz; con la beatitud con que el niño se pega al seno nutricio y después, ya lleno, sonrie en sueños a la visión de una ubre nivea. Bah! Todas las cosas que se completan tienen beatitud asi. Dios, un día, no será otra cosa que un alimento para nosotros: algo necesario para nuestra vida. Así sonrien los niños y los jóvenes, cuando se sienten beneficiados por la nutrición.
Además me encendi. La nutrición es una combustión. Quién sabe qué niño divino regó en mi espíritu un reguero de pólvora, de nafta, de algo fácilmente inflamable, y el señor de Aretal, que había sabido aproximarse hasta mi, le había dado fuego. Yo tuve el placer de arder: es decir, de llenar mi destino. Comprendí que era una cosa esencialmente inflamable. Oh padre fuego, bendito seais! Mi destino es arder. El fuego es también un mensaje. Qué otras almas arderían por mi. quién comunicaria mi llama. Bah. Quién puede predecir el porvenir de una chispa?
Yo ardí y el señor de Aretal me vió arder.
En una maravillosa armonía, nuestros dos átomos de hidrógeno y de oxigeno habian llegado tan cerca, que prolongándose, emanando porciones de si, casi llegaron a juntarse en alguna cosa viva. veces revolaban como dos mariposas que se buscan y tejen maravillosamente lazos sobre el río y en el aire. Otras se elevaban por la virtud de su propio ritmo y de su armoniosa consonancia, como se elevan las dos alas de un distico. Una estaba fecundando a la otra. Hasta que. Habéis oído de esos carambanos de hielo que, arrastrados a aguas tibias por una corriente submarina, se desintegran en su base, hasta que perdido un maravilloso equilibrio, giran sobre sí mismos en una apocaliptica vuelta, rápidos, inesperados, presentando a la faz del sol lo que antes estaba oculto entre las aguas? Así, invertidos, parecen inconscientes de los navios que, al hundirse su parte superior, hicieron descender al abismo. Inconscientes de la pérdida de los nidos que ya se habían formado en su parte vuelta hasta entonces a la luz, en la relativa estabilidad de esas dos cosas frágiles: los huevos y los hielos.
Asi de pronto, en el ángel transparente del señor de Aretal, empezó a formarse una casi inconsistente nubecilla obscura. Era la sombra proyectada por el caballo que se acercaba. Quién podria expresar mi dolor cuando en el ángel del señor de Aretal apareció aquella cosa obscura, vaga e inconsistente?
Habia mi noble amigo bajado a la cantina del hotel en que habitaba. Quién pasaba. Bah! Un oscuro sér, poseedor de unas horribles narices aplastadas y de unos labios delgados. Comprendéis? Si la línea de su nariz hubiese sido recta, también en su alma se hubiese enderezado algo. Si sus labios hubiesen sido gruesos, también su sinceridad se hubiese acrecentado. Pero no. El señor de Aretal le había hecho un llamamiento.
Ahí estaba. mi alma que en aquel instante tenia el poder de discernir, comprendió claramente que aquel hombrecillo, a quien hasta entonces había creido un hombre, porque un día vi arrebolarse sus mejillas de vergüenza, no era sino un homúnculo.
Con aquellas narices no se podía ser sincero.
Invitados por el señor de los topacios, nos sentamos a una mesa. Nos sirvieron coñac y refrescos, a elección. aqui se ronipió la armonía. La rompió el alcohol.
Yo no tomé. Pero tomó él. Pero estuvo el alcohol próximo a mí, sobre la mesa de mármol blanco. medió entre nosotros y nos interceptó las almas. Además, el alma del señor de Aretal ya no era azul como la mía.
Era roja y chata como la del compañero que nos separaba. Entonces comprendi que lo que yo había amado más en el señor de Aretal era mi propio azul.
Pronto el alma chata del señor de Aretal empezó a hablar de cosas bajas. Todos sus pensamientos tuvieron la nariz torcida. Todos sus pensamientos bebían alcohol y se materializaban groseramente. Nos contó de una legión de negras de Jamaica, lúbricas y semi desnudas, corriendo tras él en la oferta de su odiosa mercancía por cinco centavos. Me hacía daño su palabra y pronto me me hizo daño su voluntad. Me pidió insistentemente que bebiera alcohol. Cedi.
Pero apenas consumado mi sacrificio senti claramente que algo se rompía entre nosotros. Que nuestros señores internos se alejaban y que venía abajo, en silencio, un divino equilibrio de cristales. se lo dije. Señor de Aretal, usted ha roto nuestras divinas relaciones en este mismo instante.
Mañana usted verá en mí llegar a su aposento sólo un hombre y yo sólo encontraré un hombre en usted. En este mismo instante usted me ha tenido de rojo.
El día siguiente, en efecto, no sé qué hicimos el señor de Aretal y yo. Creo que marchamos por la calle envía de cierto negocio. El iba de nuevo encendido. Yo marchaba a su vera apagado ¡y lejos de él!
Iba pensando en que jamás el misterio me había abierto tan ancha rasgadura para asomarme, como en mis relaciones con mi extraño acompañante. Jamás había sentido tan bien las posibilidades del hombre; jamás había entendido tanto al dios intimo como en mis relaciones con el señor de Aretal.
Llegamos a su cuarto. Nos esperaban sus formas de pensamiento. yo siempre me sentia lejos del señor de Aretal. Me senti lejos muchos días, en muchas sucesivas visitas. Iba a él obedeciendo leyes inexorables. Porque era preciso aquel contacto para quemar una parte en mi, hasta entonces tan seca, como que se estaba preparando para arder mejor. Todo el dolor de mi sequedad hasta entonces, ahora se regocijaba de arder; todo el dolor de mi vacio hasta entonces, ahora se regocijaba de plenitud. Sali de la noche de mi alma en una aurora encendida.
Bien está. Bien está. Seamos valientes.
Cuanto más secos estemos, arderemos mejor. asi iba a aquel hombre y nuestros Señores se regocijaban. Ah. Pero el encanto de los primeros días. En dónde estaba?
Cuando me resigné a encontrar un hombre en el señor de Aretal, volvió de nuevo el encanto de su maravillosa presencia.
Amaba a mi amigo. Pero me era imposible desechar la melancolia del dios ido. Traslúcidas, diamantinas alas perdidas. Cómo encontraros los dos y volver a donde estuvimos?
Un día, el señor de Aretal encontró propicio el medio. Eramos varios sus oyentes; en el cuarto encantado por sus creaciones habituales, se recitaron versos. de pronto, ante unos más hermosos que los demás, como ante una clarinada, se levantó nuestro noble huesped, piafante y elástico. allí, y entonces, tuve la primera visión: el señor de Aretal estiraba el cuello como un caballo.
Le llamé la atención: Excelso huésped, os suplico que adoptéis esta y esta actitud.
Si; era cierto: estiraba el cuello como un caballo.
Después, la segunda visión; el mismo dia.
Salimos a andar. de pronto percibi, lo percibi: el señor de Aretal caia como un caballo. Le faltaba de pronto el pie izquierdo y entonces sus ancas casi tocaban tierra, como un caballo claudicante. Se erguía luego con rapidez; pero ya me habia dejado la sensación. Habéis visto caer a un caballo?
Luego la tercera visión, a los pocos dias.
Accionaba el señor de Aretal sentado frente a sus monedas de oro, y de pronto lo ví mover los brazos como mueven las manos los caballos de pura sangre, sacando las extremidades de sus miembros delanteros hacia los lados, en esa bella serie de movimientos que tantas veces habréis observado cuando un jinete hábil, en un paseo concurrido, reprime el paso de un corcel caracoleante y espléndido.
Después otra visión: el señor de Aretal veia como un caballo. Cuando lo embriagaba su propia palabra, como embriaga al corcel noble su propia sangre generosa, trémulo como una hoja, trémulo como un corcel montado y reprimido, trémulo como todas esas formas vivas de raigambres nerviosas y finas, inclinaba la cabeza, ladeaba la cabeza, y así veia, mientras sus brazos desataban algo en el aire, como las manos de un caballo. Qué cosa más hermosa es un ca.
ballo. Casi se está sobre dos pies. entonces yo sentia que lo cabalgaba el espíritu. luego cien visiones más. El señor de Aretal se acercaba a las mujeres como un caballo. En las salas suntuosas no se podía estar quieto. Se acercaba a la hermosa se.
ñora recién presentada, con movimientos fáciles y elásticos, baja y ladeada la cabeza, y daba una vuelta en torno de ella y daba una vuelta en torno de la sala.
Veia así, de lado. Pude observar que sus ojos se mantenían inyectados de sangre. Un dia se rompió uno de los vasillos que los coloreaban con trama sutil; se rompió el vasilio y una manchita roja habia coloreado su córnea. Se lo hice observar. Bah, me dijo, es cosa vieja. Hace tres días que sufro de ello. Pero no tengo tiempo para ver a un doctor Marchó al espejo y se quedó mirando fijamente. Cuando al día siguiente volvi, encontré que una virtud más lo ennoblecía.
Le pregunté. qué lo embellece en esta hora? el respondió. un matiz. me contó que se había puesto una corbata roja para que armonizara con su ojo rojo. entonces yo comprendi que en su espíritu había una tercera coloración roja y que estas tres rojeces juntas eran las que me habían llamado la atención al saludarlo. Porque el espíritu de cristales del señor de Aretal se tenia de las cosas ambientes. eso eran sus versos: una maravillosa cristaleria tenida de las cosas ambientes: esmeraldas, rubies, Ópalos.
Pero esto era triste a veces porque a veces las cosas ambientes eran oscuras o de colores mancillados: verdes de estercolero, palideces verdes de plantas enfermas.
Llegué a deplorar el encontrarlo acompañado, y cuando esto sucedía, me separaba con cualquier pretexto del señor de Aretal, si su acompañante no era una persona de colores claros.
Porque indefectiblemente el señor de Aretal reflejaba el espiritu de su acompamante. Un dia lo encontré, ja él, el noble corcel. enano y meloso. como en un es Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica