Violence

180 REPERTORIO AMERICANO ticia, con su fehaciente testimonio, del crecimiento de la lista, ya espantable, de las victimas. Mencionaremos unas cuantas.
Dos estimables colombianos, señores Lázaro y Estrada, y un digno venezolano, Sr.
Lara, denunciados como conspiradores contra la vida del tirano, fueron mandados a asesinar en el Castillo de San Carlos, a varazos, dándoles cien varazos diarios, con miembro de toro, dos de ellos murieron y el otro, sangrante y agónico, fue arrojado a los cerdos del Castillo, que lo devoraron vivo.
Un gran poeta, Torres Abandero, murió en su mazmorra y hasta los dias no fue sepultado.
Un brillante grupo de jóvenes militares fue sometido a las más odiosas torturas; Luis Pimentel, Anibal Molina, Ricardo Corredores, los hermanos Parra Estreva, Luis Bodarroco, etc.
La mayor parte de estos infelices muchachos se suicidaron para evitarse la continuación de los tormentos.
El erguido general Zoilo Vidal, ex Gobernador del Estado de Sucre, es un veterano de la Rotunda: con grillos de 100 libras vive su misérrima existencia desde el año de 1910 en que practicamente, fue condenado a muerte. como estos nombres, otros de ilustres personalidades: el escritor Manuel Ruiz, los periodistas Parras Bello y Rafael Arévalo González, el humorista Jacobo Pimentel, el eminente panfletario Pocaterra, fiscal justiciero de Gómez, y tantos y tantos más.
El monstruo que tales vidas cercena, debe tener vacíos los aposentos del corazón y la sangre trocada en ponzoña.
Isidro Fa bela Paris, Mayo, 1928.
El hombre que parecía un caballo. De el tomo El hombre que parecía un caballo y Las rosas de Engaddi. Guatemala, 1927.
En. estaba en un extremo de la habitación, con la cabeza ladeada, como acostumbran a estar los caballos, y con aire de no fijarse en lo que pasaba a su alrededor. Tenía los miembros duros, largos y enjutos, extrañamente recogidos, tal como los de uno de los protagonistas en una ilustración inglesa del libro de Gulliver. Pero mi impresión de que aquel hombre se asemejaba por misterioso modo a un caballo, no fué obtenida entonces sino de una manera subconsciente, que acaso nunca surgiese a la vida plena del conocimiento, si mi anormal contacto con el héroe de esta historia no se hubiese prolongado.
En esa misma pristina escena de nuestra presentación, empezó el señor de Aretal a desprenderse, para obsequiarnos, de los traslúcidos collares de Ópalos, de amatistas, de esmeraldas y de carbunclos que constituian su intimo tesoro. En un principio de deslumbramiento, yo me tendí todo, yo me extendí todo, como una gran sábana blanca, para hacer mayor mi superficie de contacto con el generoso donante. Las antenas de mi alma se dilataban, lo palpaban, y volvian trémulas y conmovidas y regocijadas a darme la buena nueva. Este es el hombre que esperabas; este es el hombre por el que te asomabas a todas las almas desconocidas, porque ya tu intuición te había afirmado que un día serías enriquecido por el advenimiento de un ser único. La avidez con que tomaste, percibiste y arrojaste tantas almas que se hicieron desear y defraudaron tu esperanza, hoy será ampliamente satisfecha: inclinate y bebe de esta agua. cuando se levantó para marcharse, lo segui, aherrojado y preso como el cordero que la zagala ató con lazos de rosas. Ya en el cuarto de habitación de mi nuevo amigo, éste, apenas traspuestos los umbrales que le daban paso a un medio propicio y habitual, se encendió todo él. Se volvió deslumbrador y escénico como el caballo de un emperador en una parada militar. Las solapas de su levita tenían vaga semejanza con la túnica interior de un corcel de la edad media, enjaezado para un torneo. Le caian bajo las nalgas enjutas, acariciando los remos finos y elegantes. empezó su actuación teatral.
Despues de un ritual de preparación cuidadosamente observado, caballero iniciado de un antiquísimo culto, y cuando ya nuestras alınas se habían vuelto cóncavas, sacó el cartapacio de sus versos con la misma mesura unciosa con que se acerca el sacerdote al ara. Estaba tan grave que imponía respeto. Una risa hubiera sido acuchillada en el instante de nacer.
Sacó su primer collar de topacios, o mejor dicho, su primera serie de collares de topacios, traslúcidos y brillantes. Sus manos se alzaron con tanta cadencia que el ritmo se extendió a tres mundos. Por el poder del ritmo, nuestra estancia se conmovió toda en el segundo piso, como un globo prisionero, hasta desasirse de sus lazos terrenos y llevarnos en un silencioso viaje aéreo.
Pero a mi no me conmovieron sus versos, porque eran versos inorgánicos. Eran el alma traslúcida y radiante de los minerales; eran el alma simétrica y dura de los minerales. entonces el oficiante de las cosas minerales sacó su segundo collar. Oh esmeraldas, divinas esmeraldas! sacó el tercero. Oh diamantes, claros diamantes! sacó el cuarto y el quinto, que fueron de nuevo topacios, con gotas de luz, con acumulamientos de sol, con partes opacamente radiosas. luego el séptimo: sus carbunclos.
Sus carbunclos casi eran tibios; casi me conmovieron como granos de granada o como sangre de héroes; pero los toqué y los senti duros. De todas maneras, el alma de los minerales me invadia; aquella aristocracia inorgánica me seducia raramente, sin comprenderla por completo. Tan fué esto así, que no pude traducir las palabras de mi Señor interno, que estaba confuso y hacía un vano esfuerzo por volverse duro y simétrico y limitado y brillante, y permaneci mudo. entonces, en imprevista explosión de dignidad ofendida, creyéndose engañado, el Oficiante me quitó su collar de carbunclos, con movimiento tan lleno de violencia, pero tan justo, que me quedé más perplejo que dolorido. Si hubiera sido el Oficiante de las Rosas, no hubiera procedido así. entonces, como a la rotura de un conjuro, por aquel acto de violencia, se deshizo el encanto del ritmo; y la blanca navecilla en que voláramos por el azul del cielo, se encontró solidamente aferrada al primer piso de una casa, Después, nuestro común presentante, el señor de Aretal y yo, almorzamos en los bajos del hotel. yo, en aquellos instantes, me asomé al pozo del alma del Señor de los topacios.
Vi reflejadas muchas cosas. Al asomarme, instintivamente, había formado mi cola de pavo real; pero la había formado sin ninguna sensualidad interior, simplemente solicitado por tanta belleza percibida y deseando mostrar mi mejor aspecto, para ponerme a tono con ella. Oh las cosas que vi en aquel pozo! Ese pozo fué para mi el pozo mismo del misterio. Asomarse a un alma humana, tan abierta como un pozo, que es un ojo de la tierra, es lo mismo que asomarse a Dios.
Nunca podemos ver el fondo. Pero nos saturamos de la humedad del agua, el gran vehiculo del amor; y nos deslumbramos de luz reflejada.
Este pozo reflejaba el múltiple aspecto exterior en la personal manera del señor de Aretal. Algunas figuras estaban más vivas en la superficie del agua: se reflejaban los clásicos, ese tesoro de ternura y de sabiduría de los clásicos; pero sobre todo se reflejaba la imagen de un amigo ausente, con tal pureza de lineas y tan exacto colorido, que no fué uno de los menos interesantes atractivos que tuvo para mi el alma del señor de Aretal, este paralelo darme el conocimiento del alma del señor de la Rosa, el ausente amigo tan admirado y tan amado. Por encima de todo, se reflejaba Dios. Dios, de quien nunca estuve menos lejos. La gran alma que a veces se enfoca temporalmente. Yo comprendi, asomándome al pozo del señor de Aretal, que éste era un mensajero divino. Traia un mensaje a la humanidad: el mensaje humano, que es el más valioso de todos. Pero era un mensajero inconsciente. Prodigaba el bien y no lo tenía consigo.
Pronto interesé sobre manera a mi noble huésped. Me asomaba con tanta avidez al agua clara de su espíritu, gue pudo tener una imagen exacta de mi. Me había aproximado lo suficiente, y además, yo también era una cosa clara que no interceptaba la luz.
Acaso lo ofusqué tanto como él a mi. Es una cualidad de la cosas alucinadas el ser CONSULTORIO OPTICO RIVERA Exámenes de la vista. Anteojos y lentes ds todas clases EXACTITUD PRONTITUD Especial atención en el desarrollo de recetas de los señores Médicos Oculistas Gemelos de teatro y campo Microscopios Lentes de lectura GUILLERMO RIVERA MARTIN Optico del Colegio Nacional de Jena, Alemania APROBADO POR LA FACULTAD DE MEDICINA DE COSTA RICA SAN JOSÉ DE COSTA RICA Correo 349 Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica