189 REPERTORIO AMERICANO Página lírica de Federico García Lorca Me porté como quien soy.
Como un gitano legitimo.
La regalé un costurero grande de raso pajizo, y no quise enamorarme porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río.
De Primer Romancero Gitano. 1924 1927. Revista de Occidente. Madrid.
Preciosa y el aire Dámaso Alonso Su luna de pergamino Preciosa tocando viene, por un anfibio sendero de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas, huyendo del sonsonete, cae donde el mar bate y canta su noche llena de peces.
En los picos de la sierra los carabineros duermen guardando las blancas torres donde viven los ingleses. los gitanos del agua levantan por distraerse, glorietas de caracolas y ramas de pino verde.
como un oso panza arriba. Qué bien borda. Con qué gracia!
Sobre la tela pajiza, ella quisiera bordar flores de si: fantasia. Qué girasol. Qué magnolia de lentejuelas y cintas. Qué azafranes y qué lunas, en el mantel de la misa!
Cinco toronjas se endulzan en la cercana cocina.
Las cinco llagas de Cristo cortadas en Almeria.
Por los ojos de la monja galopan dos caballistas.
Un rumor último y sordo le despega la camisa, y al mirar nubes y montes en las yertas lejanias, se quiebra su corazón de azúcar y yerbaluisa. Oh. qué llanura empinada con veinte soles arriba. Qué rios puestos de pie vislumbra su fantasia!
Pero sigue con sus flores, mientras que de pie, en la brisa, la luz juega el ajedrez alto de la celosia.
Su luna de pergamino Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado el viento, que nunca duerme, San Cristobalón desnudo, lleno de lenguas celestes, mira a la niña tocando una dulce gaita ausente.
Niña, deja que levante tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos la rosa azul de tu vientre.
Preciosa tira el pandero y corre sin detenerse.
Él viento hombrón la persigue con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría y el liso gong de la nieve. Preciosa, corre, Preciosa, que te coge el viento verde. Preciosa, corre, Preciosa. Miralo por dónde viene.
Sátiro de estrellas bajas con sus lenguas relucientes.
Romance de la pena negra José Navarro Pardo Las plquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne, huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos, gimen canciones redondas.
Soledad. por quién preguntas sin compaña y a estas horas?
Pregunte por quien pregunte, dime. a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco, mi alegría y mi persona.
Soledad de mis pesares, caballo que se desboca, al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas.
No me recuerdes el mar que la pena negra, brota en las tierras de aceituna bajo el rumor de las hojas. Soledad, qué pena tienes. Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón agrio de espera y de boca. Qué pena tan grande! Corro mi casa como una loca, mis dos trenzas por el suelo de la cocina a la alcoba. Qué pena! Me estoy poniendo de azabache, carne y ropa. Ay mis camisas de hilo. Ay mis muslos de amapola!
Soledad: lava tu cuerpo con agua de las alondras, y deja tu corazón en paz, Soledad Montoya.
La casada infiel Lydia Cabrera y a su negrita que yo me la llevé al rio creyendo que era mozuela, pero tenía marido.
Fué la noche de Santiago y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrieron de pronto como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua me sonaba en el oído, como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido y un horizonte de perros ladra muy lejos del río.
Por abajo canta el río: volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza, la nueva luz se corona. Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola. Oh pena de cauce oculto y madrugada remota!
Muerte de Antoñito el Camborio José Antonio Rubio Sacristán Preciosa, llena de miedo, entra en la casa que tiene más arriba de los pinos, el cónsul de los ingleses.
Asustados por los gritos tres carabineros vienen, sus negras capas cenidas y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana un vaso de tibia leche, y una copa de ginebra que Preciosa no se bebe. mientras cuenta, llorando, su aventura a aquella gente, en las tejas de pizarra el viento, furioso, muerde.
La monja gitana Jose Moreno Villa Silencio de cal y mirto.
Malvas en las hierbas finas.
La monja borda alhelies sobre una tela pajiza.
Vuelan en la araña gris, siete pájaros del prisma.
La iglesia gruñe a lo lejos Pasadas las zarzamoras, los juncos y los espinos, bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío.
Aquella noche corri el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena yo me la llevé del rio.
Con el aire se batian las espadas de los lirios.
Voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga su corbata carmesí, pero eran cuatro puñales y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan rejones al agua gris, cuando los erales suenan verónicas de alheli, voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir.
Antonio Torres Heredia, Camborio de dura crin, moreno de verde luna. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica