204 REPERTORIO AMERICANO El digno señor de Aretal se mantenia asi, empezando. Quedaba en divinos fragmentos: nunca terminó un poema porque nunca estuvo satisfecho del todo.
de cualquier hombre trueno. En este siglo los hombres que estamos de pie no vemos a los que están de rodillas.
No: nientira: calumnio al autor: la frase era más bella: más concisa; oh divina concisión, atributo del genio: era menuda y dura y redonda como una moneda echada a rodar: la muchedumbre la puso inmediatamente en circulación.
Pero volvamos a León Franco. Si él no fuese perro callejero, con el instinto de los viajes, si yo hubiese tenido pan para dos, mi hogar le hubiese dado albergue y uno de los dos hubiera llorado sobre la tumba del otro. Hay historias: ya sabéis. cuántos seres con almas amorosas que tuvieron la dicha de tener un perro o un hombre que se dejaron morir sobre su tumba. Mirabeau tuvo dos perros: uno desnudo y otro vestido.
El vestido, cuando vió lamer la mano del gran orador, pidió disfrutar de la misma dádiva hecha al perro y la beso; después, cuando Mirabeau moria, ofreció su sangre para salvar la preciosa existencia: que la trasfundiesen al gran hombre. El otro, el desnudo, murió sobre la tumba del sagrado revelador. Dios, que a veces me colma con la gracia de amarlo y de humillarme ante Él, me contó lo que había hecho con las dos almas veneradoras: al perro lo hizo hombre, y al hombre, poeta. Lo que admiraban y amaban los dos!
Me ha pasado muchas veces: generalmente con hombres gordos; siempre con hombres bien proporcionados y sanos; nunca con los seres pálidos y flacos que temia César: los amo a primera vista yine dan ta gran sensación de confianza! Todo mi ser descansa en sus rostros gruesos y se ensancha en sus vientres anchos. Yo no temo a los gordos. Nunca son muy malos. No pueden serlo: les pesa el vientre.
Sé que son cosa mia; que no me negarán nada: a mí, que vivo pidiendo a todos porque soy un ser flaco y egoista. Tal vez es que yo soy el hombre y ellos son los perros. Hacemos tratos. Yo tiro de sus almas, soy el revelador, los levanto hasta mí, los humanizo; ellos me prestan sus dientes para defenderme, y sus elásticos y flexibles músculos suplen la pobreza orgánica de mi cuerpo cenceño. Es natural: el universo es una gran sociedad; todo es sociable; todo es un cambio de amor. Como esas abejas u hormigas que se dejan morir si especies inferiores no las sirven, yo me dejaria morir si no me sirviesen a mi. Se puede llegar a comprender que las castas y la esclavitud sean de origen divino; y de esta comprensión a llegar al origen divino de los reyes hay sólo un paso.
Leon Franco fue una cosa mia desde que lo ví. Pero ya estoy cansado: acabemos a prisa este cuento, que si no queda en el limbo que lloró Becquer. Todavía no he encontrado un ser que me preste la corporeidad que falta a mi espiritu sin materia agente. Por eso mi estilo es doloroso e inquieto y tiene una unidad impalpable, percibida por muy pocas almas. Por ello me refugié en el verso. Pero, cómo contar en verso estas visiones?
Si no concluyo esta historia hoy, en que mi alma está lúcida, mañana la concluyo mal o no la concluyo nunca. El pegaso da saltos, dijo Rubén Darío. Yo, que no sé apearme, a veces me duermo sobre él y entonces parezco un ilota.
Leon Franco pronto fue una cosa mia. Su pobre espíritu de perro callejero se aferro a mí. Buscó mi caricia. Todo lo que en mi alma queda de niño fué comprendido por su clara mirada de perro leal. Si viérais cómo perciben de bien los perros las partes claras de las almas de los hombres! Tienen enemistades. Ladran a los hombres crueles; muerden a los hombres miedosos: buscan las manos de los hombres de bien.
Leon Franco se aferró a mí y me hizo sus cabriolas para halagarme: imitó a los perros. ladró como can sin dueño! Mi alma ilena de revelaciones, de la revelación eterna de que habla el héroe del Sartus Resartus, se estremeció de comprensión: comprendia algo, y, fiel a su destino, podria enseñar algo. aquel buen hombre que parecia perro, imitaba maravillosamente el ladrido de los perros! Cuando me mostró su extraordinaria habilidad, todos los perros del Hotel le contestaron y el gozquecillo de la bella Lady, cuyo reino quedaba vecino al reino de Aretal, acabó de abrir con su pobre manecita atada, la puerta y penetró pregonando. Yo existo, fíjense bien: existo: existo. entonces empezó un gracioso espectáculo. Leon Franco jugó con su minúsculo congénere: ladraban y saltaban a porfia. qué saltos los de Franco. de perro! iy cómo imitaba los aullidos del gozquecillo!
Hubo que sacar a su minúsculo amigo, tal vez cuando sus dos almas se regocijaban de conocerse, porque un amigo del señor de Aretal hacia versos. El señor de Aretal también los hacia; pero su noble espiritu cantaba, sin disonar, en armonia con las voces de todos los seres creados.
Unicamente observó. Qué cosa más rara. llamaba al héroe de mi poema en prosa el Señor de Quiñonez: al ladrar Franco y su amiguillo ya no pude llamarlo sino el Señor de Avelúa; y al llamarlo el señor de Avelúa, todas las bellas frases de mi poema desarmonizaron con el nuevo nombre: iporque todas las habia formado al rededor de las vocales de Quiñonez! Tendré que empezar de nuevo.
Ahora comprendo la súplica de Flaubert a Zola, cuando ambos emplearon el mismo nombre propio; y comprendo también los entusiasmos de Balzac al encontrar un apelido sonoroso. Cuando se ha escrito una obra literaria, teniendo entre las bases el bello nombre de un héroe, cambiarlo es desquiciar un Partenón impalpable: tendré que empezar de nuevo.
No fué esta la única vez en que Franco comprendió su deber de divertir mi pobre espiritu de niño castigado.
Otra ocasión, hablaba yo con Aretal. El señor de los topacios se hallaba sentado y yo, frente a él, de pie, con la mano a la altura de la frente y el extremo del dedo pulgar de mi siniestra tocando el extremo del dedo inmediato, redondeaba, con ese movimiento, el armonioso periodo de armoniosa teoría cosmogonica: como siempre que hablábamos, empezando en las cosas minimas acabamos en Dios.
Al llegar al Ser Supremo, Aretal comentaba. Todos los caminos son caminos reales para llegar a Dios. citaba a Carlyle: Todos los caminos, hasta este simple camino de Endephul, te conducirán al fin del mundo Así, de Dios bajábamos a sus profetas, o empezando a hablar de rosas concluíamos por hablar de su autor. cuanto llegábamos a Dios, nos abstraíamos del mundo externo.
No sentimos, pues, en la ocasión a que me refiero, la presencia de un intruso: sentirla hubiera sido cometer el delito de separatividad. De pronto, un ladrido amenazador y una cruel mordida en mi pierna izquierda. Chillé como una mujer que ve pasar un ratoncillo: eran la boca humana de Franco, que ladraba imitando a maravilia la voz de amenaza de los perros, y su mano desatada que, para completar la ilusión, atenaceaba uno de mis miembros inferiores.
Cuando vi a Franco, salté gozoso: podia afirmar, y lo afirmo: Franco daba la sensación de un perro. Pero cabal; sin soluciones de continuidad; perfecta. Así como una llama y todas las figuras del Greco nos hacen sentir una mistica aspiración de la materia alargada hacia el Señor, así León Franco me hacía sentir la maravillosa unidad del Universo manifestado. entonces Aretal, contagiado de las prodigiosas miras de mis ojos, porque ya habíamos hablado mucho de la sensación de perro que daba nuestro amigo, así como de la sensación de caballo que daba el mismo Aretal, me contó que Franco vivía próximo a la casa de una vieja solterona que acariciaba una jauria numerosa de canes. interrumpiendo aqui su historia, divagador como nuestro Juan Montalvo, yo prorrumpi. Se vitupera ese amor de las solteronas por los animales. Cobardes los que tal hacen! El hombre humaniza todo lo que toca.
Si manipula los metales, les presta sensaciones casi orgánicas; y si ama a los animales, los vuelve casi humanos. Divinas solteronas de amores refugiados en lo más bajo de la escala de Jacob, y divinos nosotros los poetas, que amamos todo viejo mueble familiar, todo sitio de la infancia o de la juventud, en que escribimos páginas de nuestra historia! el señor de Aretal, tomando de nuevo el hilo, en el maravilloso cordón que tejiamos juntos, él con sus dos piernas sembradas en la tierra, recibiendo la sabia de fuerzas naturales, yo como un árbol invertido, con mis dos manos tendidas a la altura, aéreas raices que por minusculas ventosas recibían el pan vivo. la postre. qué es un árbol sino una aspiración de la tierra hacia los cielos. qué es un animal sino un árbol desatado. qué es un hombre sino un animal con manos tendidas hacia lo azul. todos con una raíz más o menos sutil internada en la madre tierra: sólo que los CONSULTORIO OPTICO RIVERA Exámenes de la vista. Anteojos y lentes de todas clases EXACTITUD PRONTITUD Especial atención en el desarrollo de recetas de los señores Médicos Oculistas Gemelos de teatro y campo Microscopios Lentes de lectura GUILLERMO RIVERA MARTIN Optico del Colegio Nacional de Jena, Alemania APROBADO POR LA FACULTAD DE MEDICINA DE COSTA RICA SAN JOSÉ DE COSTA RICA Correo 349 Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional Costa Rica