REPERTORIO AMERICANO 185 El centenario de Julio Verne La Libertad. Madrid.
JULIO Verne merece, en esta conmemoración de su centenario. nuestro homenaje de discípulos más que de lectores.
Su figura tiene una dulce apariencia de maestro bondadoso y ameno, que nos describió una belleza desconocida. Será tan modesto como queráis; pero supo crear un género; supo orientar la nave de la fantasia por rumbos nuevos.
Me parece recordar que Anatole France, en El libro de mi amigo, hace notar la inferioridad de esas formas de fantasia educadora respecto a las puramente artísticas, o sea a las que no envuelven ningún sentido de aprovechamiento utilitario; así se oponen los cuentos de Perrault o los de Grimm a las novelas de Verne; Pulgarcito al Capitán de quince años, por ejemplo. Cierto es que la pureza poética infunde en aquéilas un valor de eternidad superior a todas las contingencias.
Pero el verdadero prestigio de Julio Verne consiste, no en haber puesto la fantasía al servicio de la ciencia, manifiestamente inferior a ella, sino en haber sometido las fuerzas naturales al señorio del hombre, por instrumento de la fantasia y adelantándose a la ciencia, y en haber adaptado a la ciencia, razonadora y vacilante, las alas de la fantasía.
Cuando se iban extinguiendo los fulgores románticos hubo una intrusión de la ciencia en el arte muy característica de burguesismo. La Revolución de 1830 había afianzado el triunfo de las clases medias. Así como la religión, desde la Reforma, habia sido popularizada en su conocimiento directo, también debía serlo la ciencia como una forma nueva de democratización.
Terminadas, en apariencia, las grandes luchas por la libertad, la consiguiente reacción de reposo produjo un afán de perfección material de la vida que se concreto en la idea vulgar de progreso. La expresión, que hoy nos parece tan plebeya. siglo de las luces, se inspiró en ese limitado ideal.
La máxima expresión de aquel contubernio entre ciencia y arte fué el naturalismo. Siendo la literatura expresión artística de una filosofia, era natural que el positivismo, escuela analítica y procesal, produjese una literatura didáctica, friamente expositiva, más propiamente que una literatura imaginativa y sintética.
Pero Julio Verne consiguió superar esa influencia, y supo poetizar la ciencia, haciéndola utópica, sobrehumana y milagrosa. No invento, esto es, no se limitó a encontrar la combinación preexistente y desconocida de las fuerzas aprovechables, sino que la fantaseó, la poetizo; esto es, la creó.
Su idea atravesó espacios inaccesibles, voló en máquinas que tardarian anos en ser inventadas; subió a la Luna con poprimitiva, un poco a la manera de Hesiodo.
Hay cierta inevitable monotonia en el plan de esas construcciones, cierto artificio retórico. El protagonista, con cierta energía trágica nacida de su cualidad de luchador contra las fuerzas naturales hostiles, esto es, contra los dioses adversos, recorre el mundo a la rebusca de uno de sus familiares, como mistress Branican, los hijos del capitán Grant y el capitán William Guy; o para ganar una apuesta, como Phileas Jog; o para encontrar un tesoro, como en La estrella del Sur; o simplemente por espíritu científico, como Robur el Conquistador y el doctor Jergusson. Junto a ellos el servidor, personificando la abnegación y el sacrificio, con ciertos retoques de gracioso de comedia, fraterno confidente del señor. El antagonista, o, si se quiere, el traidor, espíritu del mal, forjado en una sola pieza, como en los melodramas. Y, en fin, a manera de contraste, los personajes grotescos, acomodados a un mismo patrón, aventureros de parodia, maniáticos del coleccionismo, figurones quijotescos, con su inevitabie acompañamiento de Sanchos.
La influencia de Dumas, en alguna ocasión, apartaba a Verne de su género novelesco personal; y entonces, lindando con las aventuras folletinescas, la figura central se exaltaba sobre el medio: así en Matias Sandorf, o en Miguel Strogof.
Pero hay en Julio Verne un personaje que tiene, para mi, un poder de sugestión capaz de elevarlo sobre toda intencionalidad científica. Es el capitán Nemo. Veó en él una clara supervivencia romántica, como un héroe de Byron, misantropo y errabundo, con reminiscencias de las maravillas de Simbad.
Las copiosas enumeraciones del libro de sus aventuras recuerdan las «sinfonías. o, más propiamente. sincromias. exuberantes de Zola en la flora del Paradou o en los víveres del Mercado de Paris. Asi se enlazaba el romanticismo agonizante con la intrusión cientifica y las formas naturalistas.
Julio Verne (En 1880)
tencia imaginativa superior a la directamente artístico. Compáde Cyrano; descendió al fondo rese la forja atlética en que se de la Tierra y de los mares, formó Robinson, o, en otro senbuscando en la realidad inex tido, la amargura fundamental plorada las formas desconocidas de Gulliver, con la mansuetud de la poesia, como un gnomo docente de La isla misteriosa.
o un tritón. Ciencia que se ele o, para mayor contraste, ponva a potestad poética por lo gamos junto la cruel y obseque tiene de superreal, porque sionante narración de Edgar irradia valores ideales y tras Poe, Aventuras de Arturo Gorpasa la visión habitual y mono don Pym, la continuación que tona de la vida.
para ella escribió Verne con el Así se enlaza Julio Verne en titulo de La esfinge de los hiela tradición de los grandes pe los; no es lo mismo sentirse dagogos. Los fascículos de sus animado por el frenesi de las obras traducidas, en ediciones grandes evocaciones que respiilustradas que hoy tienen ya rar la placidez de los jardines sabor arcaico, dieron la primera froebelianos para renovar la fiebre de lectura a varias ge vieja Didascalia. Ni siquiera pueneraciones españolas; fueron sus de haber paridad entre la ruda primeros libros de caballerías, figuración de los marineros y ante los cuales pasaban «las cazadores de Fenimore Cooper, noches de claro en claro. An iniciadores épicos de una gran tes de recibir la deslumbradora raza, y los aventureros de Verne, visión caballeresca en las pá personajes de una sola pieza, ginas de Walter Scott, o de sin honduras psicológicas, que, llorar la muerte de Pompeya por otra parte, no necesitan.
con Bulwer Lytton, o de emular través de ellos pasa el deslas aventuras de Artagnan, file pintoresco y exótico, la vio de sentirse patriotas y libe sión maravillosa que nos eleva rales con los Episodios de deliciosamente más allá de las Pérez Galdos, esas infancias leyes naturales conocidas y dosintieron aletear sobre su ca minadas; se improvisa para nobeza la ilusión aventurera con sotros la aplicación futura o los héroes de Verne, que le utópica de los descubrimientos, vantaban para ellas una punta toda la incógnita energia vital del velo de lo desconocido e in de la Naturaleza domada por fundian en su naciente perso el hombre en su interminable nalidad el alma legendaria de lucha. Asi la obra de Verne, los exploradores.
integrada en unidad, y consiPero la influencia de Verne derando sus novelas como canes más instructiva que educa tos o episodios de un solo poetiva. En ese aspecto, su defi ma, cobra aspectos de epopeya ciencia es patente cuando imita cosmogonica, y su intención o continúa a otro autor más didáctica recuerda la manera La novela didáctica es una forma hibrida, como todos los géneros mixtos; pero sólo Julio Verne alcanzó a dignificar su categoría. El nombre de ese autor es el de un amigo paternal de nuestra infancia, urf maestro que supo infundir el sentido de la belleza en el aporte inicial de los conocimientos. Su mérito principal no reside en la vieja noción de «enseñar deleitando, sino, inversamente, en haber convertido en deleite la tarea enojosa del estudio infantil. Por encima de aquellas fáciles fantasmagorias de mundos futuros, a lo Souvestre, cristalizados y poliédricos, sueños de ingeniero o de algebrista, tan apartados ya de las sociedades ima (1) 17 de Febrero de 1928. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica