REPERTORIO AMERICANO 329 El centenario de Fray Luis de León ES incierta la fecha y aun el año en que naciera uno de los más altos ingenios liricos de que se ufana la historia de las letras en el Occidente de Europa. Cabe dudar si nació en 1528. Algunos le hacen venir al mundo en 1529, y no falta quien señale el 27 como el de su fausto advenimiento. Incuestionable mérito asume esta pesquisa por la magnitud del hombre y el carácter de inmortalidad que ya poseen sus obras.
Luis de León nació en Belmonte; recibió en la Universidad de Salamanca el bautismo de la ciencia, y profesando en ella adquirió el caudal de conocimientos que hizo brillar su nombre entre los sabios y eruditos de su época, no pocos en verdad y de centenaria estatura.
Fue amigo de muchos de ellos, y los más visibles le prodigaron alabanzas merecidas que constan en las obras de Francisco Sánchez, Nicolás Antonio, Arias Montano y otros. Sus obras fueron dadas a luz primeramente por el generoso y diligente Francisco de Quevedo y Villegas, cuyo amor a las letras y cuyo regocijo con los Tauros del ajeno talento evitaron la pérdida de joyas del lenguaje como las obras originales y las traducciones de Fray Luis, para no decir de las delicadas composiciones liricas del Bachiller Francisco de la Torre.
Con especial consagración y no sin honrosos resultados dedicó Fray Luis su tiempo y sus talentos a la teología y a los estudios bíblicos. Desempeñó en Salamanca la cátedra de teologia escolástica, y allí mismo dictó conferencias sobre la Vulgata, acerca de la cual su saber tenía hondas raíces en razón de sus extensos y maduros estudios sobre la lengua hebrea.
Las opiniones suyas acerca del texto latino de la Biblia, sus disputas con algunos exégetas del tiempo, y el haber traducido para contentamiento de la monja Isabel Osorio los himnos epitalámicos que en la Vulgata se llaman Canticum Canticorum Salomonis, sirvieron de armas a sus enemigos deseosos de perderle. Por algunas de estas transgresiones a la rigidez de su orden y a la inflexible severidad de los tiempos, fue acusado el grande agustino y llevado a la prisión, donde en cuatro años de privaciones y amenazas no fue posible sorprenderle en contradicciones ni arrancarle pruebas contra si mismo o contra sus amigos, no obstante la amenaza del tormento. Su carácter, el vasto saber de que se le hacía poseedor, los valedores y amigos que tuvo sin duda, contribuyeron a morigerar los males de la prisión y le libraron de la tortura y de la muerte. En su flaca naturaleza corporal la rueda habría sido un cadalso. En aquellos tiempos, como lo han hecho ver Fitzmaurice Kelly en su bella monografia acerca del gran lirico español, y Bernard Shaw en sus corrosivos y lúcidos comentarios al proceso de Juana de Arco, las leyes eran severas hasta lo inhumano, pero la justicia y la razón solian quebrar menos frecuentemente y con no tan descarado empeño como en tiempos más cercanos de los nuestros y más favorecidos por los adelantos de la higiene y la mecánica.
Un erudito flamenco del siglo XVII dió nacimiento a la especie, muy difundida hoy entre los historiadores de la literatura, según la cual Fray Luis al volver a abrir su cátedra, empezó con las palabras: Dicebamus hesterna die. La frase ha venido a ser una flor literaria; pero entre las razones que pueden alegarse para dudar de su autenticidad está la de que aparece en formas diversas, según la lengua del autor que la cita. Los sajones la traen generalmente tal cual la hemos puesto nosotros, usando la voz hesterna que se parece a gestern y a yesterday. Los españoles e italianos suelen suavizarla poniendo: Dicebamus heri, en que heri se parece más a ieri, a ayer y a la forma francesa del mismo vocablo.
Se ha dicho que Fray Luis de León era de origen israelita.
Lo dió a entender el mal hombre de León de Castro, su rival y perseguidor en Salamanca, y lo hace pensar el nombre integro de la familia, que era, según parece, Ponce de León.
Además, hay en sus poesias originales y en las versiones del hebreo suyas que se conservan, una melancolía de carácter inequívoco, reveladora de sutiles concordancias entre sus estados de espíritu y el de aquellos poetas que dijeron en los salmos su irremediable tristeza con estas palabras: In salicibus in medio ejus suspendimus organa nostra.
Fue sacerdote ejemplar, y puede afirmarse que su virtud no fue mera ausencia de apetitos sino el resultado de combates permanentes entre sus inclinaciones y su razón desvelada y perspicua. Sus poesías dan testimonio de una sensibilidad múltiple y refinada. Recibía impresiones vivaces, de sello elevadamente personal, buscando la belleza en los aspectos del paisaje, en el furor de los elementos, en las actitudes y gestos de la figura humana, en el juego de las pasiones, en la combinación de las ideas y de las notas musicales, como lo expresó con infinita dulzura y distinción en su oda a Francisco Salinas. No fue extraño sin duda al amor terreno.
Para una monja de su conocimiento vertió los cantares de Salomón y La Perfecta casada fue escrita para servir de espejo de costumbres y derretero de la perfección a una señora del mismo apellido que la monja.
Sin embargo, la suspicacia de la moderna investigación literaria nunca ha llegado a hacer la más leve insinuación de liviandad en esas relaciones sentimenlales. De que hubo de su parte una honda pasión templada por el deber y el magisterio, profundamente sentida pero enfrenada y decorosa, dan testimonio sus poesías, entre otras algunos de sus sonetos, especialmente el que empieza diciendo: Agora con la aurora se levanta mi luz, agora coge en rico hudo el hermoso cabello, agora el crudo pecho ciñe con oro, y la garganta.
y termina con estas frases de abnegación perfecta: Ansi digo, y del dulce error llevado, presente ante mis ojos la imagino, y lleno de humildad y amor la adoro Mas luego. conociendo el desatino, la rienda suelta largamente al loro.
En sus días esta manera de sentir no era nueva; pero no estaba en el ambiente. Jamás ha sido la poesia lírica el género de más asiduo cultivo entre los poetas españoles. E!
siglo de oro fue el de la más abundante cosecha en obras dramáticas, en creaciones novelescas y en un género de poesía lírica ordinariamente manifestada en prosa, bajo las especies del amor sobrenatural, sea la mistica. En poetas líricos la literatura española no fue abundante ni siquiera en el siglo de oro. Después de la muerte de Calderón, quien le arrancase a la lengua española sones líricos de la altura y profundidad que Fray Luis de León, no hubo en tres siglos más que el autor de Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver. tal parece como si este género de inspiración fuese en verdad cosa incompatible con el puro genio español, porque aun en las mejores épocas de la producción lírica española el móvil proviene de fuentes extrañas. Boscán sigue consejo de Navagero y se embebe en la forma y en el contenido de la poesia italiana para promover la fecundísima reforma a que dió origen su ejemplo. Garcilaso, de sorprendente capacidad asimilativa y de una riqueza imaginativa y sentimental extraordinarias, procede del modelo italiano. Fue originalísimo en el concepto y en la vestidura exterior, porque su talento llegó a las fronteras del genio; pero la influencia extranjera es tan manifiesta que muchas frases de la lengua literaria del día, debidas a su ejemplo, fueron en su época ruidosos y excusables italianismos. El Marqués de Santillana, anterior a Garcilaso en un siglo cabal, se dejaba influir con beneplacito y no sin provecho por los Triunfos de Petrarca y las rimas de Dante. No es difícil rastrear la dulzura del modelo italiano en Francisco de la Torre, cuyas poesías contienen líneas completas de maestros italianos vertidas al romance español con ingenua fidelidad. Fray Luis de León, cuyas facultades de poeta lirico no habían menester extraño impulso, tradujo también versos italianos como para mostrarse dócil a los gustos del día.
El no había menester ejemplos.
De una rica y variada sensibilidad, dueño de los conocimientos de su tiempo, maestro de varios idiomas antiguos y modernos; poderoso y gentil dominador de su instrumento no sólo las formas teriores sino también en los recursos espirituales, antes que buscar auxilio en otras lenguas, quiso y pudo enriquecer la propia en el vocabulario y en la frase, al paso que su espíritu ensanchaba las fronteras de la poesia lírica.
Ni limitó su influjo a la poesia. En la prosa su ejemplo es igualmente saludable. La claridad y donosura de la expresión Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica