234 REPERTORIO AMERICANO la propia morbosidad que se quiere combatir.
La Comedia Nueva es la escenificación del mismo propósito. las sátiras comple.
tan las figuras del pedante y el poetastro como la verdadera obra de creador pesimista a las modestas facultades de Moratin; sus únicos aspectos de verdadero poeta.
Todos los conocemos como figurones familiares, trasuntos de una época: en Hermógenes o Ermeneguncio, la caricatura ha sobrevivido, al original. Comella no pudo soñar nunca que esa seria su verdadera forma de inmortalidad. junto a ellos una cohorte de personajes, perdurables por la fuerza de su graciosa evocación como aquel inolvidable desfile de convivados en la composición Los dias: Don Lucas, don Mauro el abate, opositor a mitras, don Genaro, don Zoilo y doña Basilisa, con una lechiada de niños y de niñas. aquel don Cristóbal del romance Geroncio. persowaje que seria probablemente un paisano mio cuyo nombre y cuya producción dramática cayeron en el olvido. Don Cristóbal Cladera, nacido en la Pobla de Mallorca, el cual llegó a ser ministro con el rey José.
mos buscado entre sus libros los que. conRecordemos aún, como despedida, las pá servan para la posteridad la estela de su ginas del buen Leandro. Vemos su figura vida. un lado queda su personalidad de inexpresiva de abate a través del retrato erudito; aquel Inarco Celeno, arcade de con que Goya lo perpetuo. Le imaginamos Roma, buen hijo de Flumisbo Thermodonciaco entre sus libros, cerrando la puerta a la e inepto para toda percepción superior al invasión profana de los intrusos, con ceño vaho libresco. un lado quedan también egoista de solterón. El ejemplar de su Ho sus elegancias de orifice aplicadas a la poeracio preside su trabajo. Horacio, que le sia, sus habilidades de factura, como la une a la más pura tradición heroica del Elegia a las Musas, tan expresiva del gusto siglo de oro sin apartarle de sus fidelidades de su época. Pero como un cortejo vivaz neoclásicas. Horacio, alguna de cuyas tra y coloreado, hemos visto pasar también los ducciones (la oda a Fusco. le valió la burla verdaderos hijos del espíritu de Moratin, de don Juan Nicasio Gallego.
que le acompañan en su inmortalidad: sus Imaginariamente hemos entrado en la bi damiselas, sus vejetes, sus petardistas, sus blioteca familiar del buen don Leandro. He pedantes.
Gabriel Alomar La Medalla Me complace indagar en Moratin los atisbos del tiempo nuevo que apuntaba en el horizonte. Es muy interesante imaginario asomándose a los todavia lejanos vislumbres del romanticismo y aplicar su estilo ultraclásico a la traducción del Hamlet, extasiándose ante aquella grandeza antigua. Parécenos verle en el umbral de una época presentida, lleno de asombro, con la pluina titubeante. vacilando entre la admiración y la censura. Cómo hubiera podido presentir que precisamente la nueva escuela había de reconocer un glorioso precedente en el teatro español del gran siglo y en el Romancero que lo prohijo? Corneille, visto a esa luz, habria sido el reinoto precursor de los románticos También quiso Moratin aportar su con curso a la renovación del sentido religioso y aún del politico. Es muy curioso releer los pasajes que se vio obligado a suprimir en alguna sátira y en La Mojigata, reflejo atenuado del Tartuffe. Por cierto que entre ellos hay alguna alusión al sentido puro de la nobleza; así aquellos versos ¡Oh! la nobleza se gana por obra, no por abuelos que recuerdan los de Alarcón en La Verdad sospechosa. Sois caballero, Garcia. Tengome por hijo vue. basta ser hijo mio para ser vos caballero. Yo pienso, señor, que sí.
iQué engañado pensamiento!
Sólo consiste en obrar como caballero el serio.
Pero la más tipica expresión de la ironia moratiniana contra la herencia tenebrosa está en sus anotaciones al auto de fe celebrado en Logroño en 1610. Al amparo del gobierno de José Bonaparte pudo Moratin publicar ese escrito, lleno de agudos y graciosos comentarios. Sabroso contraste del espiritu de Moratin, donosamente burlesco.
con el mundo tenebroso de la brujeria y la posesión diabólica, que las hogueras inquisitoriales iluminaron con resplandor de tragedia. través de los gracejos, a veces necesariamente sarcásticos, de Moratín, um gran nombre acude a nuestros labios: el de Goya, la única manifestación genial en que floreció aquel siglo de revisión y tránsito.
Goya parece la forma sobrehumana que hizo el prodigio de resolver en belleza paradójica la fealdad infernal de aquella pesadilla. no es esa misma la verdadera ejecutoria del romanticismo? alojaba en Montreux, la pintoresca población del lago Lemán, vi brillar sobre la alfombra de la escalera un objeto que a primera vista me pareció una moneda de oro. Era una medalla con la efigie de la Virgen. En el reverso tenia grabado un nombre: Maria Luisa. La deposité en la oficina del hotel, advirtiendo que su propietaria debia de ser alguna dama española o hispanoamericana y, sin pensar más en el asunto, me fui a tomar el sol hacia Territet y el bello castillo de Chillón, edificado en el siglo Xill por los condes de Saboya. Al siguiente dia me llevaron con el desayuno una carta en que se me daban las gracias por la devolución de la medalla. Contra lo que había supuesto, resultó ser su dueño un caballero llamado don Fernando de Guevara, quien después de la comida se me acercó en el salón de lectura para reiterarme muy cortésinente su gratitud.
Desde el primer instante simpatice con don Fernando. De una distinción perfecta, alto, erguido y enjuto, representaba sesenta años y su rostro, alargado y pálido, se parecia al del Rodrigo Vázquez del Greco.
Nacido en el Perú de padre español y madre limeña, era célibe y vivia desde niño en Europa. Su conversación, siempre interesante, revelaba una buena cultura intelectual. Poseia con entera propiedad varios idiomas y había viajado mucho, paseando por las cinco partes del mundo su fastidio y su melancolía. Más de una vez le of lamentarse de la inutilidad de su vida y de ser un cosmopolita sin arraigos ni sólidos afectos. En una ocasión me dijo. La riqueza heredada de mis padres ha sido para mi un infortunio; porque sin ella me habría visto obligado a luchar por la vida. Una existencia sin objeto, como la mia, está demás.
Me parece le respondi que su mal proviene más bien de la circunstancia de no haberse creado una familia. Ha puesto usted el dedo en la llagarepuso con acento de tristeza. pero en esto pesa sobre mi una fatalidad.
Se quedó pensativo mirando desde la terraza del hotel el manto azul del lago, sobre el cual se destacaban algunas pequenas embarcaciones. De pronto, interrumpiendo su meditación, me preguntó. Cree usted en lo sobrenatural. No sé qué decirle le contesté perplejo por lo inesperado de la pregunta Aunque he leido bastante acerca de lo que unos llaman lo sobrenatural y otros lo natural desconocido, le confieso que no abrigo ninguna convicción al respecto.
En suma usted duda. Si. Bien, eso me basta para atreverme a hacerle una confidencia con la esperanza de que no me vaya a tomar por loco; aunque debo decirle que hace ya muchos años lo estuve efectivamente. Será usted el primero a quien descubra este secreto, que es el de mi vida. Si a usted le parece bien nos sentaremos aquí, porque lo que voy a referirle es un poco largo.
Nos instalamos en unos sillones de mimbre, don Fernando saco su petaca provista de habanos exquisitos y, encendidos los cigarros, prosiguió. Usted extrañará tal vez que casi de buenas a primeras le haga una confidencia tan intima; pero es el caso que usted ha entrado a desempeñar un papel en mi secreto. Cómo asi. Por el hallazgo de la medalla. Ya sabe usted que vine a Europa con mis padres a la edad de diez años. Nos establecimos en Paris, donde me pusieron en un colegio en calidad de externo, porque mi madre no podia separarse de mi, su único hijo. Tuve el inmenso dolor de perderla cuando aún estaba en la adolescencia. Por fortuna mi padre, no obstante la aspereza de su carácter, tenia un noble corazón y fue siempre conmigo muy afectuoso.
De nuestra parentela española sólo manteniamos relaciones epistolares con un conde sevillano, viudo y padre de una niña llamada a sucederle en el titulo por falta de un varón; y aunque mi padre no me hizo ninguna confidencia al respecto, adiviné que acariciaba el plan de casarme con esta niña, tal vez por el deseo de verme ostentar un título de Castilla. El conde no era rico y esta circunstancia le permitia esperar que su pretensión no seria rechazada, ya que los millones traidos del Perú caerian de perlas para redorar los blasones de la noble casa venida a menos.
Tenia yo veintidos años y estábamos por cse tiempo viviendo en Londres, donde completaba mis estudios, cuando un dia de fines de otoño me dijo mi padre que deseaba ir a España para visitar a sus parientes. Poco después emprendió el viaje, estuvo una semana en el pueblo en que habia nacido, situado en las cercanias de Córdoba, y luego se fue a Sevilla. De alli me escribió un largo panegirico de la hija del conde, de su belleza peregrina y gracia incomparable.
Su entusiasmo me hacia soareir pensando en el proyecto de boda, al que yo no daba importancia, porque lo miraba como algo muy remoto y problemático. De su primo el conde me decía que era un perfecto caballero, pero muy chapado a la antigua, de ideas rancias y ridiculamente beato. Ha de saber usted que mi padre era volteriano.
En otra carta. escrita en diciembre, me describia complacido la benignidad del invierno en Sevilla: la suave temperatura, el espléndido sol, el azul del cielo y las flores que vendia en el patio de la fonda un po Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica