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276 REPERTORIO AMERICANO mita. DE VALVERDE e HIJOS Sucs.
Callle 12 Norte Avenida Bis TELEFONO 4052 SAN JOSÉ, COSTA RICA.
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COMPRE EN LA FABRICA OBTIENE MEJORES PRECIOS embargo, Andrés Chiliquinga, el guaguay la Cunshi la comen. Pero es carne robada. podrida. Carne del buey que mandó enterrar Alfunsitu, después de negársela a sus indios. Ya está tan podrida, tan hedionda, que la Cunshi, después del hartazgo, la voluego, esa misma noche. muere.
Para el Chiliquinga es una gran desgracia la muerte de longa: pero no tan grande como la pérdida de su huasipungo. Asi, cuando Mr. Chapy y Don Alfonsito quieren despojarlo, es menester que mande sus tropas el Gobierno y que las ametralladoras vomiten, constantemente, puntos suspensivos. Al cabo, lo despojan. Lo despojan, sí.
Pero su grito, ensangrentado y colérico, se clava en el corazón de las sombras. convoca con él, para la rebeldia liberadora, a sus hermanos oprimidos. Nucanchic huasipungo. Nucanchic huasipungo. EN LAS CALLES ¡Nucanchic huasipungo. Nucanchic yacu!
El grito sigue guerreando en los caminos sembrados de injusticias. Pero ya no estamos en la hacienda de Don Alfonsito, ni es el Chiliquinga quien lo enarbola. Ahora es otra la Hacienda, es otro el patruncito y es otro es Landeta el que encarna el dolor, la esclavitud, la agonía y el rencor de todos los hombres de su raza. Porque en estas páginas encontramos de nuevo, al indio, ecuatoriano y al latifundista nativo, aliado, con los dirigentes políticos, del imperialismo extranjero. Naturalmente, puede faltar en ellas la explotación humana, ni pueden faltar el hambre y los castigos más atroces. Un día. Landeta organiza la protesta y se lanza sobre las sementeras de la hacienda; pero Don Luis Antonio Urrestas, dueño de El Penco. tiene en sus manos el teléfono y puede contar, a su antojo, con los representantes del Gobierno, con las ametralladoras y, también, con la prensa. Disponiendo de tales recursos, no le no es difícil restablecer el orden en su hacienda, como antes no le fué difícil desviar, para su provecho exclusivamente, las aguas del rio Chaguarpateño. Para un latifundista del calibre moral de Don Luchito en Hispanoamérica cómo abundan, querido Icaza no hay empresa dificil. Ni siquiera la de llegar a la Presidencia de la República.
Ya vemos de qué manera la alcanza, en estas páginas, Don Luis Antonio Urrestas!
El ha diezmado a los indios en su hacienda.
Los ha diezmado con la sed, con el hambre, con la ignorancia, con las enfermedades, con el latigo, con la ametralladora.
Después, en la fábrica, ha diezmado también al obrero Porque, en circunstancias para él difíciles, este personaje asoma por el foro de su conciencia gamonal. y de él se sirve, en la fábrica, como se sirve de los indios en su hacienda. No importa que para Ramón Ladenta ya no exista la resignación cristiana, ni que quiera pedir la administración de la Caja de Ahorros, ni que sienta la necesidad de organizarse en sindicatos.
Cuando estalle la huelga; cuando el muchacho de la calle escriba en la pared: Biba la güelga. Don Luis tendrá al alcance de su mano todo lo que es necesario para defender sus intereses y para reprimir, de un solo tajo, la demanda de los obreros. Más tarde, cuando Ramón Landeta arrope con ponchos su resfrio y su espanto será visitado por el doctorcito que viene a las órdenes del latifundista para diagnosticar, aunque intimamente no lo desee, una enfermedad que el indio no tiene; pero que el doctorcito diagnosticara, y certificará, fin de que el patrón se vea libre, para siempre, del runa. Landeta saldrá del rincón donde agoniza para el leprocomio. Para el leprocomio no, para la muerte. Porque, antes de llegar, es cadáver. Ya está complacido Don Luis Antonio Urrestas. Ahora, sin que nada le estorbe, podrá ordenar la marcha de sus indios a la ciudad, donde ya está preparada, en nombre de la democracia y de la Constitución, la masacre. El les ha arrebatado sus huasipungos; les ha privado de agua; les ha negado los sucurritos; les ha hecho victimas de todos los castigos y de todas las miserias; ahora los lleva a la ciudad para que los asesinen, y, sin embargo, los indios gritarán en las calles. Viva Urrestas. Viva Urrestas! Los indios del Norte, del Sur, del Este y del Oeste, defraudados por los gamonales en sus tierras, en sus viviendas en sus mujeres, en sus hijos, en sus guaguas, en sus conciencias, en su condición de hombres, sin saber por qué darán voces de vivas. Viva Urrestas! será tarde cuando Francisco Jativa quiera gritar. No vayan. No vayan! La sangre del indio que ha servido para abonar las breñas áridas de la cordillera, sangre de indio que fluye en desangre interminable: el pasto de los piojos, de la ignorancia y de las leyes, no podrá negarle este servicio a la democracia, representada en nuestros pueblos hispanoamericanos, por Luis Antonio Urrestas.
Menos mal que, frente a esa democracia, y frente a los amitus que la representan, hay espiritus valientes, inteligencias denodadas como Jorge Icaza. El sabe cuál es, en el centro de las realidades sombrias que viven los indios de su tierra, su misión como escritor y como hombre. Por eso su pluma, su máscula pluma de novelista, entra, sin miedo y sin piedad, en la enorme podredumbre que le rodea. Para luego ofrecernos, como en Huasipungo. como En las Calles. escenas escalofriantes que no podria describir quien no tuviese, como Icaza, además del talento preclaro que hace falta para estas faenas, un sentido afilado y profundo de la responsabilidad intelectual. En cualquiera de sus dos novelas, abundan las bellezas literarias, los aciertos de expresión, las imágenes poéticas más audaces, más ágiles, más nuevas: De improviso, a la mandibula inferior de la zanja le brotan dientes de bayonetas. Lloran con un lloro largo que crece desde la garganta de los guaguas echados boca arriba hasta las copas de los eucaliptos. El paludismo empieza su cosecha de temblores.
EL pueblo despertaba perezosamerte abriendo los párpados de las puertas. Abundan, sí. Aunque también abundan las crudezas más desconcertantes. Pero Icaza no puede evadirlas. El emplea el propio lenguaje de los indios. No es él, sino ellos, los que hablan en sus novelas. En las cuales está desarrollada, con seguridad admirable, una fuerza realista de primer orden. Eso se propuso y está logrado maravillosamente en sus dos el gran escritor ecuatoriano, en cuyas obras no existen los abalorios del arte por el arte. sino los instrumentos del arte al servicio de la humanidad. Como que no vien los tiempos de Gautier, para quien lo superfluo era lo necesario, sino en otros.
En otros en los cuales la justicia quiere salir del antro de tinieblas en que vive. saldrá. Saldrá ayudada por los escritores que, como Icaza, quieran cumplir, en el seno de esta sociedad, su deber de tales. En las páginas de Huasipungo y En las calles está encerrada la tragedia del indio ecuatoriano; pero en ellas flota, asimismo, su liberación. Es posible que, para los que opinen con Stefan Zweig, Icaza no sea un novelista en el sentido atido último y supremo de esta palabra. Pero es que ese arquitecto épico de universos Balzac, Dickens, Dostoiewski no puede darlo, por ahora, la tierra dolorida de este Continente. De cuyas entrañas sólo pueden surgir, por ahora, los constructores épicos de gritos, como Jorge Icaza.
Manzanillo, febrero de 1936.
Muy Luy sabroso andar con ropa limpia novelas ve en pero que huela a limpio y que esté suave y como nueva, como la deja EL MAGNIFICO Jabón Palmera que viene siempre empaquetado y sus envolturas se cambian por VALIOSOS y UTILES REGALOS