Retrato Por STEFAN ZWEIG Cap. IV del excelente libro: Triunfo y tragedia de Erasmo de Rotterdam. Editorial JUVENTUD, Barcelona, 1988. Traducción de Ramon Maria Tenreiro dado por una es El semblante de Erasmo es uno de los rostros más resueltamente expresivos que conozco. dice Lavater, a quien nadie podrá negar conocimientos en fisiognomia. como tal, como uno de los más resueltamente expresivos. como el semblante que habla de un nuevo tipo humano, lo consideraron los grandes pintores de su de su vida, retrató Hans Holbein, el más nimio de todos los retratistas, al gran præceptor mundi: dos veces, Alberto Durero; una, Quintin Matsys; ningún otro alemán posee una iconografia igualmente gloriosa. Pues serle a un artista pintar a Erasmo, la lumen mundi, era, al mismo tiempo, rendir público homenaje al hombre universal que habia reunido en en una única asociación humanistica de cultura las separadas gildas artesanas de las diversas artes. En Erasmo, los pintores glorificaban a su protector, al gran luchador de vanguardia todas las insignias de este poder espiritual lo represennueva organización poética y moral de la existencia, con taban, por los.
que el guerrero con su armadura, con su espada y yelmo, el noble con su blasón y mote, el obispo con su anillo y ornamentos, así, en cada retrato, aparece Erasmo como el hombre de guerra del arma recién descubierta, como el hombre del libro. Sin excepción, lo pintan rodeado de volúmenes, como de un ejército, escribiendo o pensando: en el cuadro de Durero, tiene el tintero en la mano izquierda, la pluma en la derecha, a su lado hay unas cartas, y, delante de él, se amontonan los tomos en folio. Holbein lo representa una vez con la mano apoyada en un libro que ostenta simbólicamente el título de Las hazañas de Heracles: hábil homenaje para celebrar el titánico rendimiento del trabajo de Erasmo; otra vez lo sorprende con la mano apoyada en la cabeza de Terminus, antiguo dios romano, es decir, formando y produciendo el conceptos pero siempre acentúa, junto con lo corporal, lo fino, reflexivo, prudente y timido (Lavater) de su posición intelectual, siempre el pensar, investigar sondear en su propio interior prestan a este semblante, fuera de ello más bien abstracto, un resplandor incomparable e inolvidable.
ues, considerado en si mismo como puramente corporal, sólo como máscara y exterioridad, sin la fuerza que se reconcentra en el interior de sus ojos, el semblante de Erasmo en modo alguno podria ser llamado bello.
La Naturaleza no ha dotado pródigamente a este hombre, rico de espiritu: sólo le ha proporcionado una escalla muy pequeña con menuda cabeza, en lugar de un cuerpo firme, sano y capaz de resistencia. Tenue, descolorida y sin temperamento es la sangre que le infundió en las venas, y, sobre los nervios ultrasensibles, tenuna piel delicada, enfermiza y con color de estar siempre encerrada, la cual, con los años, se arrugó como un pergamino gris y fragil, contrayéndose en mil pliegues y runas. En todas partes, se advierte esta escasez de vitalidad: el pelo, demasiado ralo y no del todo teñido de pigmento. muestra un rubio casi incoloro en las sienes surcadas de venas azules; las manos anémicas relucen traslúcidas como alabastro; demasiado aguda y como un cañón de pluma, sobresale la puntiaguda nariz sobre el rostro de ave: de un corte demasiado estrecho, demasiado sibilino: los cerrados labios, con su voz débil y sin tono: los ojos harto pequeños y escondidos, a pesar de toda la fuerza de su brillo: en ninguna parte se caldea un color fuerte ni se redondea una forma llena, en este severo semblante de trabajador y de asceta. Es difícil representarse como joven a este sabio; montando a caballo, nadando o haciendo esgrima, bromeando con mujeres o acariciándolas, zotado el viento y el mal tiempo, hablando alto y riéndose. Involuntariamente, se piensa al punto, al ver esta fina cara de monje, con una sequedad como de conserva, en ventanas cerradas, en el calor de la estufa, en el polvo de los libros, en noches de vigilia y dias llenos de trabajo; ningún calor, ningún torrente de fuerza brota de este glacial semblante, y, en efecto, Erasmo siempre tiene frío, este hombrecillo de cuarto cerrado se envuelve siempre en vestiduras anchas de mangas, gruesas, guarnecidas con pieles: siempre cubierta la ya tempranamente calva cabeza, contra las atormentadoras corrientes de aire, por un birrete de terciopelo. Es el semblante de un ser humano que no vive en la vida sino en el mundo del pensamiento; su fuerza no reside en el cuerpo entero, sino que está encerrada únicamente en la huesuda bóveda de encima de las sienes.
Sin fuerzas de resistencia contra la realidad, Erasmo solo en la función de su cerebro tiene su vitalidad verdadera.
Sólo a causa de esta aura de lo espiritual llega a ser expresivo el semblante de Erasmo: incomparable, inolvidable, el cuadro de Holbein que representa a Erasmo en el más sagrado momento de su existencia, en el instante creador del trabajo; esta obra maestra de las obras maestras del pintor, acaso pudiera ser calificada como la más perfecta representación pietórica de un critor, en quien la palabra viva se convierte mágicamente en la visibilidad de lo escrito. Siempre se acuerda uno de esta imagen pues zquien que la haya visto podrá nunca olvidarla. Erasmo está en pie ante su pupitre e involuntariamente percibe uno hasta el temblor de sus nervios: está solo. Pleno silencio reina en este recinto: la puerta, detrás del hombre que trabaja.
tiene que estar cerrada; nadie anda, nada se mueve en la estrecha celda, pero cualquier cosa rriera no sería advertida por este hombre hundido en si que en torno ocumismo, embelesado en el trance de crear. Parece de una de piedra, en su inmovilidad; pero, si se le mi más despacio, su situación no de quietud sino de quien está plenamente encerrado en sí mismo, un misterioso estado de vida que se desarrolla por completo en lo interior. Pues, con la más tensa concentración, su resplandeciente mirada azul, como si se derramara luz de sus pupilas sobre las palabras, sigue lo escrito sobre la blanca hoja de papel, donde la mano diestra, flaca, sutil y casi femenina, traza sus signos, obedeciendo a una orden que viene de arriba. La boca está fruncida; la frente resplandece serena y tranquila: mecánica y fácilmente, parece que el cañón de pluma coloca sus runas sobre la pacifica hoja de papel. No obstante, un pequeño músculo que se hincha entre las cejas revela el visiblezo del pensamiento que se realiza de modo iny casi imperceptible. Apenas material, este breve pliegue convulsivo próximo a la zona creadora del cerebro, deja presentir la dolorosa lucha por la expresión, por estampar la palabra auténtica. ΕΙ pensar se nos aparece, con ello, como cosa directamente corporal y se comprende que todo es tensión e intensidad en este hombre cuyo silencio está atravesado por corrientes misteriosas: magníficamente se ha conseguido representar en esta imagen el momento, en general inescrutable.
de la transmutación quimica de la fuerza de la materia espiritual en forma y escritura. Horas enteras puede contemplarse este cuadro y estar al acecho de su vibrante silencio, porque, en este símbolo de Erasmo trabajando, ha eternizado Holbein la santa gravedad de todo productor espiritual, la invisible paciencia de todo verdadero artista.
Sólo en esta única imagen pereibese la esencia de la personalidad de Erasmo: exclusivamente aquí se sospecha las fuerzas escondidas tras aquel pequeño y miserable cuerpo, que este hombre de espíritu arrastraba (Pana a la pag. 14)