108 REPERTORIO AMERICANO fian.
arpa una Universidad, somos los más contagiados, los más ahijados de Lope.
Federico García Lorca, el poeta entusiasta de Cuba y de sus sones. sin rechazar lo narrativo o anecdótico, como andaluz oriental que es, viste sus romances con verdaderos trajes de luces. Tiene, de pronto, el garbo de una larga torera o el escalafrio de ese muerto desconocido, obrero o gitano, que la guardia civil deja tumbado en una calle. Oid: Lo importante en Machado, es que este hombre que ha vivido en provincias, entre campesinos, boticarios, arrieros y pobres irtelectuales de casino, ha sabido comprender mejor que nadie las realidades españolas, prniendo su reloj de poeta del tiempo con la hora más actual. Hombre bueno y grande, Antonio Machado Juan Ramón Jiménez es, sin duda, el verdadero creador del romance moderno. El acarreo de lo popular apenas si existe. Todo es invención. La anécdota desaparece o queda diluída, diseminada en música, al extremo de casi no poderse contar. La dualidad entre una obra de mayor esfuerzo y creación y el ligero arte menor de lo popular que se daba en los poetas del siglo XVII, con más amplitud que en ningún otro en Lope.
aparece de nuevo a principios de siglo en estos dos poetas, verdaderos maestros de la generación mía. En la obra de Juan Ramón su aportación folklórica no es lo más importante. Daré algunos ejemplos: Muerto se quedó en la calle con un balazo en el pecho.
No lo conocía nadie. Cómo sangraba el farol, madre, cómo sangraba el farolito de la calle!
Era madrugada fria.
Alguien pudo asomarse a sus ojos, abiertos como dos mares. que muerto se quedó en la calle que con un balazo en el pecho y que no le conocía nadie.
tán tristes. Se enamoran muy serios, se desaSe suicidan. Las señoritas beben vinagre y lamen las paredes para estar a la moda, que es lo pálido. Sólo Gustavo Adolfo Becquer, que hoy es para nosotros el olvidada de ese siglo, disminuido, oscuro, borrado en la memoria de sus contemporáneos, en las postrimerías del romanticismo por su gran simpatia hacia lo popular, pasa a unirse a una poetisa gallega, Rosalía de Castro, que con una percepción y finura extraordinarias, vuelve, en su suave lengua galaica, a expresarse en el tono, ahora exacerbado, de los primitivos cancioneros galaico portugueses.
Ya no es sino hacia la última década del xix, en medio del desconcierto político y económico de España, mientras una burguesía disminuida por los acontecimientos nacionales exalta y corona con laureles de hojalata a los poetas de este período mamarrachesco. Núñez de Arce, Campoamor, Balart cuan.
do aparece un gran indio centroamericano: el nicaragüense Rubén Darío. Su voz indígena, pasada luego por el simbolismo de los poetas franceses y el estruendo humano de Walt Whitman, desperto en España los nuevos ecos de otras voces poéticas.
Aparte de Unamuno, alrededor de él nacen y se agrupan: Ramón del Valle Inclán.
Manuel y Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Francisco Villaespesa, Gregorio Martinez Sierra, Ramón Pérez de Ayala, Eduardo Marquina, y otros, quedando al fin como verdaderos maestros, libres ya de su primer arranque francés y rubeniano, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.
Ambos vuelven a hallar las raíces, demasiado enterradas, de la poesia tradicional, po.
niéndolas al aire.
Antonio Machado, con una gravedad y llaneza a lo Jorge Manrique, una angustia profunda de cante jondo y, a veces, con la mo.
notonía del ciego que recita los sucesos en la feria, continúa la tradición acercándose de un modo rural y manso a la tristeza de las aldeas y los pueblos. Los aires lopescos en Machado se condensan en una lluvia intima.
Su vida es la más antilopesca de todas las que llevan los poetas actuales. La influencia folklórica ya no es un juego, como casi siempre lo es en Lope. Pero también Machado, lo mismo que Lope, quiere ser poeta del tiempo, como dice en las con.
sideraciones de Juan de Mairena. Pero ¿qué es ser poeta del tiempo? Indiscutiblemente acompañar el ritmo poético con el histórico, dar la medida lírica de su época. La de Machado, revisionista y negadora de los valores del siglo xix español, le lleva a los temas humildes, tratándolos de una manera hablada, con un acento sentencioso a lo castellano: Antiprimavera Llueve sobre el rio El agua estremece los fragmentos juncos de la orilla verde. Ay, qué ansioso olor a pétalo frio!
Llueve sobre el río.
Mi barca parece mi sueño, en un vago mundo. Orilla verde. Ay, barca sin junco. Ay, corazón frio!
Llueve sobre el rio. Qué contento estaría Lope con este hiju lopesco, semi gitano de Granada! Con su mismo desenfado, arrebata la copla de la guite.
rra de los cantaores, romancillos de las criadas que cantan en los patios y los intercala en su teatro o en sus poemas. Pero con la misma aguda gracia que un Lope inventa también esta transparente baladilla de los Tres rios: El pajarito verde Morado y verde limón estaba el poniente, madre.
Morado y verde limón estaba mi corazón. Verdugones de los golpes de su rudo corazón!
Morado y verde limón estaba el poniente, madre.
El río Guadalquivir va entre naranjos y olivos, Los dos rios de Granada bajan de la nieve al trigo. Ay amor que se fué y no vino!
El río Guadalquivir tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada, uno llanto y otro sangre. Ay amor que se fué por el aire!
Para los barcos de vela, Sevilla tiene un camino.
Por el agu: Granada sólo reman los suspiros. Ay amor que se fué y no vino!
Guadalquivir, alta torre y viento en los naranjales.
Darro y Genil, Torrecillas Muertas sobre los estanques. Ay amor que se fué por el aire. Quién dirá que el agua lleva un fuego fatuo de gritos. Ay amor que se fué y no vino!
Lleva azahar, lleva olivas Andalucía a los mares. Ay amor que se fué por el aire!
Si Antonio Machado era el hombre alejado y perdido en provincias, Juan Ramón Jiménez es el hombre alejado y perdido en un piso. Su vida se desenvuelve con la monotonia de un bienestar burgués. Su tiempo se le ha pasado mirando las madreselvas, los malvas y los verdes del crepúsculo. Su encierro voluntario, con salidas momentáneas al mar, es la consecuencia de la vida española tirante y agria en los finales de la monarquía No quiere enfrentarse con ella, como Lope hizo. La rehuye y, al rehuirla, él y los que como él hicieron, nos escamotearen una interpretación de varios años de historia de España Punto de partida de mi generación son es.
tos dos poetas. Entiendase bien: punto de partida, que no implica sumisión de escuela o de programa, Moreno Villa, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Fernando Villalón, Luis Cernuda, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, son, con las diferencias que van de los 40 años a los 28, la generación que mejor conoce y ha estudiado a Lope, tal vez por haber entre ella varios poetas catedráticos. Pero Federico Ga. cía Lorca, Fernando Villalón y yo, tres poetas que no hemos sufrido nunca las aulas de En Córdoba, la serrana, en Sevilla, marinera y labradora, que tiene hinchada hacia el mar la vela; y en el ancho llano por donde la arena sorbe la baba del mar amargo, hacia la fuente del Duero mi corazón. Soria pura!
se tornaba oh, fronteriza entre la tierra y la luna. Alta paramera donde corre el Duero niño, tierra donde está su tierra!
Federico no está ausente del mundo que le rodea. Su teatro, todo él popular de intención, aunque no de expresión, está aireado de música y versillos, vareado de garbo lopesco. No busca sus temas en lo abstracto. Yerma y Odas de sangre son su Romancero gitano en movimiento.
Su Barraca. teatro ambulante universitario, es la que ha llevado el Fuente Ovejuna por los pueblos de España. Animador, farsante, titiritero, dirige también un guiño