14 REPERTORIO AMERICANO vida, su esta Retrato. Viene de la page consigo, como una concha de caracol, molesta y frágil.
Erasmo, durante toda su vida, sufrió de la inestabilidad de su salud, pues lo que la Naturaleza le había negado en músculos estaba substituido por una superabundancia de nervios. Siempre, ya desde muy joven, sufre de neurastenia y quizás, hipocondriacamente, de una hipersensibilidad de sus órganos; demasiado angosta y llena de agujeros es la cubierta protectora que la Naturaleza ha tendido sobre su salud, siempre queda, en cualquier lugar, un sitio desguarnecido y sensible. Ya es el el que marra, ya el reumatismo le desgarra los miembros, ya le atormenta el mal de piedra, ya le aprieta la gota con sus malignas tenazas; todo soplo agudo de aire actúa sobre su sensibilidad excesiva, como el frio en una muela picada, y sus cartas constituyen un continuo informe de enfermedades. Ningún clima le conviene por completo; se queja de calor, se pone melancólico con la niebla, aborrece el viento, se hiela con el frío más leve: pero, por otra parte, no soporta el calor de las estufas de cerámica, toda exhalación de un aire impuro le produce malestar y dolores de cabeza.
En vano se envuelve siempre en pieles y gruesas vestiduras: no es suficiente para lograr el calor normal del cuerpo: a diario necesita vino de Borgoña para mantener en circulación su medio dormida sangre. Pero con que el vino tenga sólo un indicio de avinagramiento se anuncian ya en sus entrañas señales de alarma. Apasionadamente aficionado a una comida bien guisada, excelente discípulo de Epicuro. Erasmo tiene un miedo indecible a los malos alimentos, pues con una carne echada a perder se le rebela el estómago y ya el simple olor del pescado le aprieta la garganta.
Esta sensibilidad le obliga a mimarse con exceso, la cultura llega a ser para él una necesidad: Erasmo sólo puede llevar sobre su cuerpo tejidos finos y de abrigo, sólo puede dormir en camas limpias, sobre su mesa de trabajo tienen que arder los más caros cirios en lugar de las usuales teas fuliginosas. Cada viaje se convierte, por ello, en una des.
aventura y los informes del eterno viajero sobre los entonces aun muy atrasados mesones alemanes constituyen, en la historia de la cultura, un insubstituible y regocijado catálogo de imprecaciones y riesgos. diario, en Basilea, da un gran rodeo para llegar a su morada a fin de evitar un callejón especialmente maloliente, pues toda forma de hediondez, ruido, inmundicia, humo, y, en el terreno espiritual, de brutalidad y tumul to, provoca, en su sensibilidad, un mortal tormento para el alma: una vez, en Roma, como sus amigos lo llevaran a una corrida de toros, declaró, con repugnancia, que no encuentra ningún placer en aquellos sangrientos juegos, restos de la barbarie. su intima delicadeza sufre con toda forma de incultura. Desesperadamente, busca este solitario higienista, en medio de una edad de horrible de cuido corporal, en aquel mundo bárbaro, la misma limpieza que él, como artista y escritor, pone en derno, se adelantó en varios siglos a las necesidades culturales de sus contemporáneos, groseros de huesos y de piel, con nervios de acero. Pero el temor de feramente de pais en pais. Apenas oye que la epidemia de la peste, que entonces se trasladaba mortinegra ha aparecido a cien leguas de distancia de donde se encuentra, un escalofrio le recorre las espaldas, al instante levanta el campo campo y huye con gran pánico, indiferente a si el emperador le llama a su consejo, y no le tientan las más seductoras ofertas: ver su cuerpo cubierto de lepra, úlceras o bichos, le degradaria ante si mismo. Este miedo exagerado de todas las enfermedades no lo denegó nunca Erasmo, y, como honrado vecino del mundo terrenal, no se avergüenza lo más minimo de confesar que tiembla ante el solo nombre de la muerte. Pues como todo aquel quien le gusta trabajar tiene por importante su trabajo, no quiere ser victima de un azar torpe y necio, de un estúpido contagio, y, precisamente porque como buen conocedor de si mismo sabe mejor que nadie cuál es la innata debilidad de su cuerpo y lo que amenaza especialmente a sus nervios, se trata con miramientos y ahorra todo lo que puede, con angustiosa economía, las fuerzas de su sensible cuerpecillo. Evita los banquetes excesivamente regalones, presta cuidadosa atención a la limpieza y buena preparación de los alimentos, huye las tentaciones de Venus, y, ante todo, siente temor de Marte, el dios de la guerra. Cuanto más, al envejecer, le oprime la misevida, en una permanente lucha en retirada, para salvar lo poco de seguridad y aislamiento que necesita para el único placer de el trabajo. sólo gracias a estas precauciones higiénicas, a visible resignación, logró Erasmo el hecho inverosimil de arrastrar el frágil vehiculo de su cuerpo, a través del más bárbaro y horroroso de todos los tiempos, hasta la edad de setenta años, y conservar lo único que en esta existencia era verdaderamente importante para él: la claridad de su mirada y la intangibilidad de su libertad interna.
Con tal temor en los nervios y tal hipersensibilidad en los órganos del cuerpo, se llega difícilmente a ser un héroe: de modo inevitable, el carácter tiene que reflejar este inseguiro habitus corporal. El que este hombrecillo tan delicado y frágil, en medio de las rudas fuerzas naturales del Renacimiento y de la Reforma, servía poco para director de masas, lo muestra una ojeada a su retrato espiritual. En ninguna parte tiene un rasgo sobresaliente de de osadia. expone Lavater al juzgar su semblante, y lo mismo puede decirse del carácter de Erasmo. Este hombre sin temperamento no estaba bastante desarrollado para un auténtico combate: Erasmo sólo puede defenderse a la manera de esos animalitos que, al estar en peligro, se fingen muertos o cambian de color; pero, lo que prefiere, en caso de tumulto, es retirarse a su concha de caracol, a su cuarto de trabajo: sólo detrás del muro de sus libros se siente íntimamente seguro. Observar a Erasmo en momentos decisivos es casi penoso: pues, en cuanto la situación llega a ser más y más aguda, se desliza rápidamente fuera de la zona peligrosa: se cubre la retirada, para huir toda expresión categorica, con unas no comprometedoras frases de acaso. en. vacila entre un si y un no: desconcierta a sus amigos y enoja a sus enemigos, y.
quien contara con él como aliado, se sentiria burlado del modo más lamentable. Porque Erasmo, como inconmovible solitario, no quiere guardar fidelidad sino a si mismo. Aborrece instintivamente toda especie de resolución porque crea compromisos, y probablemente el Dante, tan apasionado amador, lo habría arrojado, a causa de flojera, a aquella antesala del infierno de los neutrales. con aquellos ángeles que tampoco quisieron tomar partido en la lucha entre Dios y Lucifer, quel cattivo coro Debli angeli che non furon rebelli Nefur fedeli a Dio, ma per se foro.
agradable a sus tePero En todas partes donde se exige abnegación y plena responsabilidad, échase atrás Erasmo, retirándose en la fría concha de caracol de la neutralidad; por ninguna idea de este mundo ni por ninguna convicción se habria encontrado dispuesto jamás a poner la cabeza en el tajo del verdugo como mártir.
sta debilidad de carácter, conocida a por toda la época, nadie la sabia mejor como el propio Erasmo. Confesaba voluntariamente que su cuerpo y su alma no contenian nada de aquella materia con la cual la Naturaleza forma a los mártires: pero, para su posición en la vida, había hecho suya la escala de valores de Platón, según la cual la justicia y la tolerancia son las primeras virtudes del hombre y sólo en segundo lugar aparece el valor. El valor de Erasmo mostróse del modo más alto en poseer la sinceridad de no avergonzarse de esta falta de valor (por lo demás, una forma muy rara de honradez en todos los tiempos. y como una vez se le reprochara groseramente esta falta de valentia combativa, respondió, fino y sonriente, con esta frase soberana: Ese seria un duro reproche si fue