Bourgeoisie

265 REPERTORIO AMERICANO Lo que yo llamo el Gotha de la amistad, Leonardo Pena Por AUGUSTO ALMAR De Atenea. Universidad de Concepción, Chile, mayo de 1935 Leonardo Pena en la cual caben holgadamente, desde hace treinta años, todas mis relaciones del mundo. Pero para estar inscrito en él, hay que haber penetrado por lo menos al quinto círculo de mi corazón, y nombres de todas castas y razas, y direcciones de todos climas y países, se clasifican por el indice, a veces escrito por mi, a las veces con otra escritura. Algunos de esos amigos están vivos; de otros no sé siquiera si existen; los más ya han muerto.
Abriendo por la letra encuentro primero: Pérez Kallens Ignacio, Arturo Prat 1138. Santiago de Chile. casi al final de la página: Pena, Leonardo, 182 Quai Auteuil, París y al lado: 10 Rue Albert de Lapparent. Estas tres señas. como decimos en español familiarmente, abarcan toda una vida y se refieren a una misma persona, porque Leonardo Pena, es Ignacio Pérez Kallens, y si el número 1133 de la calle Arturo Prat de Santiago de Chile, fué tal vez donde nació, seguramente donde se pasó su juventud y donde le conocí, 10 Albert de Lapparent (entrando por José María de Heredia, añade una indicación entre paréntesis. es la casa donde vivió sus últimos años de París y de este mundo, donde le vi esa incierta vez que sólo después venimos a saber que era la definitiva; a donde acaba de morir.
Ha transcurrido, pues, una existencia, la suya, la mia, la nuestra, La Existencia, en fin, entre estas dos anotaciones. Cuando hice la primera, teníamos por delante, él y yo, todas las aspiraciones y el horizonte ilimitado de la juventud. Cuando hice la última, treinta años después, el mañana había sido ayer. como he dicho metafóricamente en alguna otra parte. Ya no había Dia de Mañana, no había Hoy, siquiera, sóto había Ayer.
Por eso, quizás, porque nuestros recuerdos se entrecruzaban y entrelazaban, porque el pasado era común, llegó a estrecharse tanto nuestro afecto. Quién que hable del arte en Chile, puede no pronunciar mi nombre, o puede pronunciarlo, sin recordar el suyo? Cuando se escriba, y ya se está haciendo, la historia de la Literatura en nuestro tiempo, bien o mal avenidos como camaradag, varios apareceremos indisolublemente reunidos ante ese mito que pomposamente llaman Posteridad y que no pasa de ser la lección de experiencia transmitida de boca en boca y de oido a oido. Ay de los pueblos desmemoriados! Por eso, también, a veces, la leyenda se substituye con ventajas a los anales.
Pero si es difícil presentir cuándo vemos a los seres queridos, por última vez, no lo es menos recordarse cuando les vimos por la primera, porque tampoco presentiamos que ibamos a quererles, que iban a llenar una parte de nuestra vida y a formar parte de nosotros mismos. Sin embargo, yo recuerdo, como si fuera hoy. estoy viendolo, cuando nos conocimos Leonardo Pena y yo.
Era a fines del siglo pasado; yo tenia diecisiete años comenzaba a publicar cuentos, en el suplemento Los Lunes del diario La Tarde. Su director nos presentó uno al otro y salimos juntos. Si, puede decirse que, a partir de ese momento, salimos juntos.
Leonardo Pena me llevaba cinco años de edad y pulia ya una obra meticulosa y pulcra, de la cual yo no había leido más de una página, que me bastó para admirarle. Tenia, pues, veintidos años, entonces, un bigotillo negro y una pulcritud también acicalada en su indumentaria. mientras catodos los de nuestra generación, creiamos de nuestro deber singularizarnos, como intelectuales, en modo de ser y hasta en el traje, el osaba ostentar una distinción vulgar comportándose y componiéndose como cualquier hijo de vecino. Llevaba (llevó siempre. el honrado y horrible sombrero hongo, cuando usábamos nosotros el desaforado chambergo. Su cuello era de pajarita, y mientras nuestras corbatas flotaban volanderas y llameantes, las suyas de correcto lazo, hasta solía prenderla un alfiler de oro, y mientras mi capa suplia el uso incómodo del paraguas, él lo llevaba (lo llevó siempre. en funda de seda. un artista le era muy difícil entonces parecer un cualquiera y Leonardo Pena habia hallado sin querer el modo de destacarse, aceptando el rasero común. Ni más ni menos que, en medio al modernismo ambiente, en el cual jay! las más descabelladas imágenes se parecen entre sí, uno que se atuviera a escribir con sentido del estilo y hasta con sentido. Entre nuestros uniformes de revolucionarios, se singularizaba aquel burgués, precisamente porque no lo había pretendido. Jamás creyó Leonardo, tan poseído, sin embargo, de su originalidad, que un escritor debiera ser, en sus relaciones con los demás mortales, distinto.
Por eso precisamente, era tan grata su convivencia. Recordaba el caso de aquel Spinosa, que pula lentes ya sus horas los enfocaba sobre la vida humana, para deducir su filosofia.
No tardé en comprender que su atildamiento y su empaque, no se resentian de afectación, sino que eran la naturalidad misma de su manera de ser, y simpatice cordialmente con ese hombre, sencillo si los hubo, pero también, si los hubo, refinado, estilizado, seria la expresión exacta. Todo en él era, a la vez, simple y exquisito: su pseudónimo, su literatura, sus modales, su porte, su propia elegancia personal. Podía aplicársele la paradoja de Brummel, de que iba tan bien vestido que no llegaba a llamar la atención. No la ha llamado nunca, fisica, moral o espiritualmente, salvo para aquellos contados conocedores que saben distinguir un corte justo, una hechura y un tono que hacen juego, una frase, simplemente una inflexión de voz o un gesto, en apariencia insignificantes y que, sin embargo, delatan eso que se llama raza y de muestran estar de vuelta de muchas pedanterías y muchos esnobismos. sinónimos, aunque se apliquen las unas a cosas inmateriales y a cosas materiales los otros. y no recuerdo sin emoción la especie de envidia a la locura, con que él, tan cuerdo, me vió partir en mi salida tolstoyana.
Esa su misma exaltada cordura, su dulzura varonil, su viril ternura, eran una conciliación difícil entre instintos contrapuestos y que daban la medida de su temperamento. En verdad, el rizaba el rizo de la parábola evangélica y, astuto como serpiente. era, a la vez, sencillo como paloma. sencillo como paloma y astuto como serpiente. con todas las posibilidades de hacer sufrir, de ironizar, de mostrarse caustico, hizo sentir, hizo disfrutar, dijo cosas amables y piadosas, y veló, no con una risa hipócrita, sino con una sonrisa levemente escéptica, cuánto había en él de incisivo y mordaz y, como las abejas, de su propia amargura elaboró su miel. Hombres asi son dos veces buenos, porque, además, han podido no serlo y han querido serlo.
He repetido que los viejos amigos son los que tienen siempre algo nuevo que decirse.
Así, de los viejos amigos siempre tenemos algo nuevo qué decir. Acabo de escribir para otra publicación, acerca de este Leonardo Pena; he de hablar sobre él en la velada que se celebrará en memoria suya.
Nunca me quedaré corto de recuerdos e impresiones. cuando haya expresado mucho, mucho habré dejado por expresar. Son vidas, son almas, ricas como tema, generosas hasta en su poliformidad y tan hondas en profundidad, soy como ciertas plantas que dan tantas más flores, cuántas más se les corta. Ese novelista, era el mejor de sus héroes y heroinas, el más vario de sus personajes Al regresar de mi aventura de los leones, de los galeotes, y de los carneros, regresando de mí mismo a mí mismo, por asi decir, se sabe acometimos juntos la empresa por excelencia de nuestra generación: revistas, conferencias y libros, de los cuales arranca, puede decirse, nuestro verdaM Fous avons la douleur de vous faire part de la mort de Monsieur Leonardo Pena, survenue en son domicile. 39. rue Perignon. a Paris, le 13 mai 1935. Inhumation a lieu dans la plus africle intimita LA FAMILLE