SubversiveViolence

79 REPERTORIO AMERICANO Reflexiones sobre la violencia Por SANIN CANO De El Tiempo. Bogotá defección y complicidad de esta se apoyaban las esperanzas de los revolucionarios. por haber tenido ese origen las revoluciones victoriosas, las consecuencias han sido unas mis.
mas al norte, sur y al centro del Continente. La conspiración militar lograda y convertida en gobierno es el almácigo de los siguientes golpes de Estado. Un militar a fortunado o un grupo de civiles apoyados en el ejército que obtienen éxito en un plan subversivo, formulan el ejemplo de las futuras conspiraciones. Alteradas la normalidad y la ley, desconocida la disciplina y recompensados los motines en el instituto armado, es natural y humano que los jefes descontentos y ambiciosos, con la ayuda de los cuaies sus camaradas del ejército han llegado a la cumbre de los honores o a la plataforma Eminentes figuras del partido oposicionista solicitadas para emitir su opinión sobre la verdad de los conatos revolucionarios y sobre las probabilidades de éxito han sido casi unánimes en afirmar que son enemigos de la violencia y que no pretenden volver a to mar la dirección del gobierno en Colombia por medio de la rebelión armada o de la conspiración militar. Suponemos que hablan sinceramente. De un lado la historia de Colombia y de otro las prácticas politicas de los últimos treinta y cinco años proclaman la inutilidad de ambos procedimientos. La historia de nuestras contiendas civiles muestra a las claras como el pueblo, sirt distinción de partidos, tiene un gran respeto a la legitimidad, sentimiento que acababa sien:pre por imponerse al fin de las más encarnizadas luchas a mano armada. Además de esto hay ya en el pueblo la convicción de que por medio de la fuerza no puede conquistarse el poder. En dos ocasiones la voluntad popular, manifestada de modo inequivoco en la capital y en las provincias, basto para provocar o apresurar los cambios politics que la nación deseaba Si echamos una mirada a la historia reciente de la América latina no es posible sustraernos a la conclusión de que en el momerto actual de las organizaciones llamadas gobiernos no se puede pretender llevar a cabo alzamientos de feliz resultado sin la base invariable y segura de la traición militar.
Las más de las revoluciones habidas en IbeTo América desde 1910 a la fecha o han te nido por origen la fuerza pública o en la Actitud ejemplar de Montalvo: Un dia vi venir hacia mi en una calle de Lima una hermosa persona con el sombrero en la mano: saludonie en cortes postura, y me hizo cultos ofrecimientos. Este hombre tan politico, tan respetuoso, tan aprensivo en cierto modo, era el Ministro del Ecuador, reinando Garcia Moreno; era don Vicente Piedrahita.
Tanta cortesia, tanta etiqueta. Ya no era el Vicente del Colegio de San Fernando de Quito, ese muchacho alocado que cuando menos yo acordaba se iba a la calle con mi capa y mi chistera, o estaba tendido en mi cana sesteando sus dos horas. La política separa, mas no es necesario que engendre odio: ahora que Piedrahita ha muerto, y qué muerte! no me acuerdo del Ministro de Garcia Moreno, sino del amigo de los años juveniles; no cargo la memoria en sus opiniones y su partido, sino en sus aptitudes y virtudes. Según eran estas yo pienso que los ecuatorianos acabamos de hacer una pérdida irreparable.
Juan Montalvo: Páginas desconocidas. Tomo 1)
donde cada cual se paga a si mismo el precio de sus prevaricaciones, quieran ensayar el motín en su exclusivo provecho.
La intranquilidad es general en el Continente, porque en la mayor parte de las naciones que lo forman los gobiernos saben que su origen es debido a sediciones cuartelarias.
Los que tal saben y no pueden ocultarselo ni a si mismos, ni a la opinión, ni a los militares insatisfechos, duermen, por las razones mismas de su origen, en un lecho de púas La tradición civil, civilista y civilizada de Colombia pugna con la transmisión del mando por medio de la guerra entre hermanos. En Colombia no ha habido más que una revolución victoriosa y aun en ese caso puede hecerse valer el atenuante de que el promotor del conflicto era un jefe de Estado Soberano y tenia desde el comienzo de la guerra el prestigio de la autoridad sobre una parte del territorio Mancha nuestros anales politicos un golpe de Estado urdido y llevado a cabo en las habitaciones del jefe del Estado, con el beneplacito suyo y la aprobación de otras potestades. Basta pensar en el resultado inmediato de ese crimen gubernativo, basta recordar el nivel a que por causa de esa conpiración llegaron entre nosotros la moral politica y el respeto a las leyes naturales para desechar sin pedirle al dolor nuevo argu mento todo conato de motin basado en la defección de las fuerzas armadas.
Pero la violencia no se ejercita únicamente por medio de las armas, en las camarillas de palacio, dentro de la disciplina de los cuarteles o en la plaza pública de las remotas aldeas gritando vivas y mueras con o sin conciencia de su significado. La violencia de las palabras no logra en la mayor parte de los casos modificar el rumbo de la politica de un gobierno y mucho menos derrocarlo, pero tiene algunas de las fatales consecuencias ya señaladas en la violencia del hecho.
La violencia verba! envenena las fuentes de la vida civil y predispone a la ejecución de actos criminosos aislados. Después de las grandes acciones militares jefes y soldados fraternizan celebrando los armisticios o el advenimiento de la paz; las polémicas en que se abusa por sistema del vocablo ofensi vo, de la frase hiriente, de las insinuaciones malignos, dan lugar a enemistades que no fenecen ni a la vera de la helada fosa.
La violencia ora! o del escrito es además indicativo de flaqueza, ya porque sugiere falta de fe en la justicia de la causa que se defiende, ya porque proclama escasez de recursos en el arte dialéctico, ya porque parece arrancar del convencimiento de haber agotado todos los argumentos válidos en defensa propia y para escarmiento del adversario. Ni vale decir que otros antes o ahora mismo usan del recurso censurado, porque si se acepta, como no puede menos de aceptarse, que la violencia verbal es prueba inequivoca de flaqueza en ideas, usar de ella, porque hay quienes la esgrimen como arma, vendría siendo el colmo en el reconocimiento de la debilidad propia.
Teresa de la Parra. Viene de la pág. 73)
ba, uno de esos encantadores españoles que han quedado en tales ciudades de América como en provincias de España, paraísos grandes del otro lado del mar, en cuyo color, cuyas horas, cuyos seres yo he soñado desde niño más quizás que en los de estos mismos paraisos de la junta España. Me pareció que Teresa de la Parra venia a su España de mi España, de una España recordada, que rida y deseada. Seguramente yo la habia corocido, soñando, en algún rincón del Paraiso inmenso español, y goce oyéndola hablar su lengua, mi lengua una hora del tiempo relativo (aquella hora que pasó seguramente a nuestro lado, tan suave, tan agradable, tan sencilla) como se goza oyendo a una antigua amiga inolvidable.
Nos ha contado Lydia Cabrera que la madrugada antes de morir Teresa de la Parra, estando Lydia velandola, hizo un poco de café. le pregunto si no quería probar un poquito. Teresa de la Parra (yo, recordando su voz, me imagino bien su acento de aquel instante) le contestó: Yo comere una poquita de tierra. Sí, todos tenemos que comer esa poquita de tierra y no sabremos nunca, vivos, de dónde será, donde estará esperándonos esa poquita de tierra que comeremos, aperitivo de la gran comida, la tierra que ya, hasta hacernos la misma tierra, no nos faltará nunca al lado de nuestra boca.
Teresa de la Parra, blanca pasajera fugaz; no sé si me has oído, que todos tenemos, como tú, que comer esa poquita de tierra, que para ti ha sido española. Tú te quedas ahora con nosotros españoles. Aquí tus momentos fueron sin duda, dias, tus días meses, tus meses años. No has vivido menos. Tuviste pcder de anchar lo breve, de hacer constante la mirada, presente la voz: de envolver, de perdurar. No estas muerta aquí, femenina presencia viva de una tarde; estás detenida, retenida por el centro de la tierra madre de España, que te habia oido hablar, buena y lenta, con voz de ella, en su alto aire.