152 REPERTORIO AMERICANO TEXTOS Sobre Salvador de Madariaga Por PEDRO MOURLANE MICHELENA De El Sol. Madrid Salvador de Madariaga Dibuio de Juan Carlos Huergo Alla en diciembre de 1931, un discurso de Salvador de Madariaga en el Trocadero alzaba en la prensa de Paris viva disputa. Un diario de la rue des Prétres Saint Germain Auxerrois, para el que envejecer es gran ventura, hizo un elogio de los embajadores del viejo régimen. Ha cumplido el Journal des Débats ciento cuarenta y ocho años, y tiene, por tanto, meses más que The Times la conciencia de la Gran Bretaña en letras redondas. como Eco de Queiroz dijo inolvidablemente en sus Cartas de Londres. Del elogio que recordamos era una cláusula so.
bre las formas no muy distinta de la que sigue. Sólo las formas, imponiendo uma expretión comedida a los intereses, permiten evitar las contradicciones irreparables y hacen que dos adversarios no se traten como enemigos. Una civilización no es, en fin de cuentas, sino un conjunto o un sistema de lo que eñala en cada instante la victoria del hombre sobre el animal que lleva dentro de si mismo. No se subyuga a la brutalidad sino con el hechizo que ellas espareen. Alli donde falten no quedarán sino intereses que se baten y pasiones que se muerden. Por su imperio, dos transeuntes que tropiezan se ofrecen excusas en lugar de darse dentelladas No nos forjemos ilusiones; entre los Estados como entre los pueblos, en la familia como en la sociedad, a medida que se pierden las formas nos alejamos de la paz.
No ha encarnado aquí este culto a la forma el entonces embajador España en Paris, como antes embajador en Washington y después representante en Ginebra? Sí, desde luego, y su obra literaria, como su obra docente en Oxford, y antes en servicios en la Secretaria técnica de la Sociedad de Naciones, le confiern prerrogativas dentro de la ciencia de la que el mayor maestro de cordura de Francia escribia en el siglo xvi: est au demeurant tres utile science que la science de entregent.
Tipos, caracteres definidos, formas, estudia en su obra Ingleses, franceses y españoles el Sr. De Madariaga. En 1930, un Jurado del que formaban parte Tardieu, León Blum, Georges Bonnet, Maurice Reclus, Berthelot, el rector de la Universidad de Paris, señor Charlety, y el secretario de la Sociedad de Naciones, señor Avenol, adjudicó el premio Europe Nouvelle. En La Revue des Deux Mondes no menos venerable en abolengo, en posición y en buenas maneras que el Journal des Débats. Paul Hazard escribig de esto libro. Salvador de Madariaga analiza sin pretender moralizar: no habla de cualidades ni de efectos y si tan sólo de atributos que se esfuerza en fijar. Hablar de diferentes pueblos sir herirlos es dificil en extremo. Pues el autor sale del apuro con una amplitud de es.
piritu poco corriente Me pregunto yo por qué milagro De Madariaga ilega a unir la clarividencia con la simpatia; estas cualidades de ordinario viajan mal juntas. Yo, como francés, confieso que no hay mayor placer en el mundo que el de desmontar las ruedas del espíritu humano para ver todo lo bien que funcionan y volverlas a montar en seguida para ver si funcionan aún De Madariaga ha desmontado y luego ha vuelto a monlat a los ingleses, a los españoles y a los franceses de tal manera, que cuando llega el fin del libro experimentamos la necesidad de pedir más, mas La Revue des Deux Mondes alude aquí al espíritu diplomático que De Madariaga ha sabido encarnar ágilmente, pero con los prejuicios indispensables. Don de observación, don de lenguas, ductilidad, justeza de palabra, tacto: éstas son las cualidades que singularizan al exministro, En este libro, Ingleses, franceses y españoles. abundan caracterizaciones que la memorin retiene complacidamente. Veamos ésta, por ejemplo. Supongamos que los ingleses convierten al mundo entero a su manera de ver la vida, y que además le convencen de que se adapte a ella. La tierra se convertiria en un inmenso tenis gall cricket swimming bath club, gentes elegantes y sencillamente vestidas, alimento mediocre, excelentes carreteras, magnificas instalacions higiénicas y Policia impecable. Domingos algo apagados quizá, pero admirables week ends o fines de sema nn, y el resto de la semana, actividad, aunque rc excesiva.
Mejor aun es ésta. Si los franceses consiguiesen formar el mundo a su imagen y semejanza, funcionaria como un reloj. Todo el mundo hablaria francés como Mirabeau, y lo escribiría como RILcine. El ingenio y la listeza brillarian sobre la tierra como cuerdas de diamantes. Cada minuto de la vida seria como una gota de exquisto placer para goce del hombre. Habria ticianos del arte culinario y tintoretos de 11 bodega. La naturaleza guardaria sus secretos lo justo y necesario para que los hombres gozasen en descubrirlos.
En Ginebra, Salvador de Madariaga se ha movido inteligentemente y ha visto que la se.
de internacionalista es a la vez la ciudad sagrada de los nacionalismos, fuerza espiritual 14 más considerable y la más temible de nuestro tiempo. Porque lo ha visto asi ha desmontado y ha vuelto a montar los designios verdaderos de los grandes Estados. Su fe en la Liga de Naciones no es fe que cierra los ojos para ver mejor, sino que los abre lu.
cida y cruelmente al juego de codicias enmascaradas. El lago de Ginebra, tan seremo entre montes dominadores. ha hecho pensar al Madariaga porta que la luz del cielo pueda ser recogida alguna vez en la tierra? Quizá: pero no por eso ha deserto un solo momento. La fe no reconquist. a día con esfuerzo no es fe para el escritor que en sus Ensayos angloespañoles ha ajustado una alianza entre Don Quijote y Falstaff.
En octubre de 1928 dió la vuelta a Europa un suelto del Popolo Italia contra el rs.
eritor que había enviado una nota con seu dónimo a The Times. En defensa de De Madariaga se alzó vivamente en estas columnas la voz de un amigo suyo. Augusto Barcia, hoy ministro de Estado. El desacuerdo que ha traído a España el señor De Madaria ga no borrará, según osamos creer, un solo adjetivo de aquella defensa.
El señor De Madariaga representa despiertamente a Espafia más allá de las fronteras: y no despiertamente, sino con especial inteligencia que los que discrepan de sus eriterios proclaman. Es, pues, natural que el pique entre el señor Barcia y el señor De Madariaga lleve nuestra atención hacia el nombre del autor de Ingleses, franceses y españoles.