FootballViolence

REPERTORIO AMERICANO 39 de la concentración. si a ella se agrega la fatiga emocional la que produce el ensordecedor espectáculo del estadio, la jadeante audición radial, la truculenta crónica periodística, dramatizadas todas hasta el paroxismo no habrá por qué extrañarse del desgaste nervioso que trastorna la sensibilidad del estudiante. El hecho es que nos hallemos en plena psicosis futbolística, y que de no ser capaces de modificarla por nuestra propia cuenta, vamos a tener que hacer una importación de desentrenadores en no lejano día.
Nada en exceso, decían ya los griegos, y esa gente fué maestra en el arte de vivir con sensatez.
En todo caso pongámonos de acuerdo en que el exceso en el deporte no es deporte, y no aceptemos la realidad presente como inmodificable.
nuevo idioma que pone en dura prueba a la noble lengua de Castilla. Pero las muestras de chuchería idiomática que aquí hemos copiado bastan para denunciar un peligro al que debemos hacer frente.
Es necesario estar sumido dentro del ambiente de una escuela para darse cuenta del tremendo impacto que el espíritu del muchacho de hoy recibe cada fin de semana en los estadios del deporte.
La algarabía multitudinaria, con todo lo que ella tiene de estridente, con toda su rudeza, con toda su violencia, llena la mente juvenil. Exclamaciones, gritos, ademanes selváticos. La vulgaridad como cátedra. Este es el ambiente de los fines de semana.
Los sedantes del espíritu: el goce de la naturaleza, las lecturas que a un mismo tiempo iluminan y recrean, el arte en sus más variadas formas, los estímulos tranquilos y gra.
tos del hogar, dicen ya bien poco el espíritu del joven. El deporte los ha puesto en fuga.
En el amanecer de cada lunes el muchacho despierta exacerbado por la excitante lección que ha recibido en su día de fiesta, y al llegar a la escuela no tendrá el menor ánimo de hablar de libros sino de balones y de goles, y lo hará en el lenguaje bárbaro que impregnó sus oídos en el campo deportivo.
El dilema se plantea para las familias y para los colegios con toda claridad: o estudio o pasión futbolística: en nuestro concepto, si una mediana habilidad en el arte del balompié va a pagarse con la pérdida de uno o dos años del colegio, resulta esta gracia, por encomiable que ella sea, demasiadamente cara. Por el momento nos ocurre proponer que los estudiantes que andan mal en sus cursos no vayan a los estadios y no hagan parte de los equipos.
Así, y sólo así, lograremos que el deporte sea lo que debe ser y que el espíritu conserve su supremacía.
que relación cuyos sustentáculos son la rectitud, la lealtad y la justicia. Aviva asimismo el es.
píritu del equipo. el espíritu de la mutua ayuda, coordinada en forma inteligente: enseña a cada cual a cumplir con su cometido, dentro de un campo de responsabilidad personal de la que va a depender el triunfo de un conjunto.
Dicho lo que es el deporte convendría definir lo que no es, lo que no debe ser. No es deporte la enconada rivalidad, el irrespeto a las reglas que entraña todo juego, la indignación en la derrota, el desconocimiento de las decisiones del juez que de común acuerdo se ha escogido. Frente al fair play al juego limpio está el horse play que podríamos, en tra.
ducción literal, denominar el juego de caballos. que es precisamente el opuesto al juego de caballeros.
No es deporte tampoco terminar a golpes de mano lo que sólo a los pies y accidental mente al cráneo se ha confiado. Las reglas son cosa seria aun en el juego. En el boxeo mismo no sería lícito quitarse los guantes para terminar a mano limpia la pelea, o empren.
derla a puntapiés con el contrario.
Tampoco es deporte convertir el esparcimiento de unas horas en eje de vida, en preo.
cupación de todas las horas, en pasión sectaria, en juego de azar. Para muchos la emoción del espectáculo en sí no es suficiente. Han de agregarle la inquietud de la apuesta, la angustia de la ruleta. sus consecuencias. Hace pocos días dijo un entrenador al renunciar a su ta.
rea: Salgo de este ambiente y espero no vol.
ver nunca a él. Hay demasiado lodo en este campo. lo decía en un día de sol.
Estos males los ha traído por sus pasos contados el profesionalismo deportivo que lleva a la feroz acometida de grupo contra grupo en una atmósfera caldeada por exclusivos intereses comerciales. Reconozcamos que el público es exigente con el profesional del deporte, tan exigente como lo es con el caballo de carreras o con los galgos que corren tras la liebre metálica.
El público se hace cruel con todo profesional, llámese torero, luchador o futbolista.
En lo intelectual a ninguno de ellos se le exige saber leer o escribir; cuando más, rubricar un autógrafo, pero han de estar siempre en forma y llenar su cometido con la valentia del gallo de pelea. Sobra decir que el interés del empresario es siempre el mismo, trátese del caballo, del perro, del gallo o del hombre. No hay otra fórmula: tiene que ganar.
Pero ya hemos visto que este tipo de com petencia no es precisamente el que puede convenir al verdadero espíritu deportivo. Vale es.
to decir que dentro de una escuela, pongamos por caso, el deporte ha de apartarse abiertamente de los principios del profesionalismo.
Por una parte, en la escuela habrá que atender en primer término a los estudios, a menos que se trate de una escuela para preparar cracks o campeones. Por otra parte habrá que limitar a justas proporciones el tiempo destinado a las preocupaciones deportivas, ya no sólo dentro, sino fuera de la escuela. El muchacho de hoy no sólo quisiera jugar foot ball a toda hora.
Quiere también asistir a todas las partidas. oye las grabaciones de discos una y otra vez como se oye una sinfonía cuyas estrofas se aprecian cada vez mejor. lee en la prensa el recuento de la última partida como se leía antaño una poesía.
De todo esto viene la fatiga o flojedad que aqueja hoy a nos pocos adolescentes. Sabido es que la fatiga muscular disminuye la fuerza mental, el poder de la atención, la posibilidad El vértigo del deporte, diríamos mejor del foot ball, se ha apoderado de la nación entera. Es éste un bien o es un mal? Conviene que meditemos, aun cuando sólo sea en un breve receso del juego, sobre el pro y el contra de la cuestión. una voz podemos hacer todos el elo gio del deporte. Sus efectos son claramente benéficos para la salud del cuerpo y del espíritu. Al cuerpo le da vigor, elasticidad, destre.
za. Al espíritu le infunde alegría, confianza, sentido de la propia responsabilidad. Adiestra al mismo tiempo que los músculos la mente para la rápida coordinación, para la instantánea adaptación a situaciones nuevas. Satisface, por otra parte, en forma inofensiva, el instinto de lucha, enclavado en la entraña de la naturaleza humana. Pone además a prueba la voluntad y el valor. La escuela de hombría.
Es también escuela de caballerosidad. Del cono.
cimiento de las propias dificultades se desprende fácilmente el reconocimiento de los mereci mientos de los demás. El buen deportista no sólo sabe ganar: Sabe igualmente aceptar con buen espíritu el triunfo del contrario.
El deporte es así una triple disciplina: disciplina física, disciplina espiritual, disciplina moral. Pudiéramos decir que es también una disciplina social. Encauza y fija los impetus tumultuarios. Da salida a lo que en término tan adecuado se denomina los malos humores. Limpia la mente. Llena las horas libres que son las horas de peligro. Establece una relación social entre compañeros y contrarios, No hemos intentado en ningún momento cntablar una diatriba contra el deporte. Si diatriba puede llamarse el comentario que hemos hecho en estos días, el lector imparcial habrá advertido que no es el deporte lo que hemos combatido sino su deformación. La verdad es lo que estamos presenciando es precisamente la negación del espíritu deportivo. El deporte es un esparcimiento y no una ocupación permanente, salvo esto se sobreentiende cuando de él se hace una profesión.
Si la gente desocupada le hiciera al deporte un enjuiciamiento semejante al que se ha perpetrado en contra de los más grandes poetas de la nación, estamos seguros de que la defensa hablaría en un lenguaje que no podría entender la oposición. Los iniciados han creado un lenguaje que sólo ellos comprenden. De ahí la única dificultad de entendimiento. Pero si habláramos un mismo idioma estaríamos de acuerdo en la defensa del ejercicio sano y en el ataque a todos sus excesos y extravagancias.
Unos y otros encontraríamos que no es plausible que el deporte, digamos mejor, que el fútbol, vaya camino de convertirse en droga heroica. El monocultivo, aun en el deporte, no parece cosa recomendable para la nación.
Como los lectores de esta columna no de.
ben ser los mismos que devoran la triple pá.
gina deportiva cotidiana, nos pareció conducente transcribir aquí algo de lo que allí se dice. Mas como son muchos los que quisieran seguir coleccionando nuevos ejemplares de este florilegio extravagante, invitamos a los que tal deseo tengan a leer de vez en cuando una cualquiera de las 24 columnas que el diario de su afición dedica sin faltar un día, a esta coruscante actividad. Conviene el fútbol a todas las edades?
He ahí otro problema que requiere estudio y sobre el cual sería interesante oír el parecer de los médicos. No habrá que pensar solamente en las enfermedades del corazón. El desarrollo armónico del cuerpo y sus relaciones con el cuidado del espíritu han de preocuparnos también.
Un problema nos alarma especialmente a este respecto. No parece estar fuera de juicio que los pies sirvan para golpear un balón, por pesado que éste sea. Pero que para dar estos golpes violentos se use también la cabeza, exponiendo lo que hay, o debe baber, dentro de ella, a traumatismos que pueden poner en peligro la inteligencia misma de la persona y aun la propia vida, es ya cosa sin razón. Es verdad que muchas gentes no piensan de esta manera. Concluye en la pág. 47. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica