REPERTORIO AMERICANO 343 Alabanza en la Torre de Ciales Es un poema inédito de Juan Antonio CORRETJER MANIFIESTO En una isla selvosa, circundada del proceloso mar.
Pero, no. No es Itaca.
Este mar que nos tiñe y nos abraza es demasiado grande para un Ulises de gramática. Por aquí anduvo Cristóbal Colón redondeando el mundo!
Ese ausubo de sangre que no se cimbra en la sabana aún recuerda en su copa la primitiva selva borincana. Ningún Aquiles l! oró bajo sus ceibas y majaguas. Aquí partió Guarionex con su corazón una lanza!
Ni citaras ni laúdes en nuestras noches estrelladas.
Suena el güicharo como un descarga.
Retumba el bongó. El cuatro tiene una prima de diana.
En el seno de la bordonúa arde una rabia. la orquesta criolla la llama el pueblo música brava Juan Antonio Corretjer (1950) Y, sin embargo, al hacerse la noche, cuando la gran fragancia tiende su manto de coquíes como una bandera despertada, y en los Picachos de Jayuya están las estrellas arrodilladas; cuando las aguas de la luna bajan por el Río de la Plata haciendo celestes caseríos desde Comerío a Toa Baja, y en Ponce nacen los nísperos con luz de lucero encapsulada, o en Guaynabo están las marías llenas de alisios y de flautas, en el Puente de la Aldea en Ciales está soñando una guitarra.
Una niña abre muy grandes los ojos en la obscuridad de su casa.
Un hombre, en su balcón solitario, con la cabeza canta. la poesía de los siglos le llega desde sus montañas que no son las montañas de Itaca.
Igual que en hombro amigo mi mano reposara pongo sobre mi tierra la más larga mirada. esto veo, camaradas!
III. LA TIERRA II. LA LARGA MIRADA Por la mitología aruaca que de areyto en areyto le llegara a Luis Pane, y éste nos relatara: En el principio era la Tierra. la Tierra era ancha.
Erase un inmensa y única tierra ancha.
En mitad de esta tierra se erguía una montaña. esta montaña era la más grande y más alta montaña.
Jamás el ojo humano vió igual o parecida montaña.
Creció en la cumbre de la montaña un árbol de gigantesca rama. era este árbol el árbol de altura más titánica.
Jamás el ojo humano vió igual o parecida planta. al pie de este árbol, en la inmensa montaña, nació una mata de calabazas.
Era un gigantesca mata de calabazas.
En la cumbre de la montaña más alta, en donde crecía el árbol de gigantescas ramas, nació esta mata, la más grande mata de calabazas.
Desde un antes de ayer con la esperanza, mientras tañe, lenta, la campana, vuelvo a cruzar la plaza aldeana.
Rememora aún el día haber nacido del alba.
Hacia la torre de la Iglesia mi pensamiento anda.
Entro. Veo la pila bautismal. E! hisopo. Las andas.
Nadie habla a mi corazón. Nadie ni nada.
En silencio y a solas subo las gradas hacia el coro. Cruje en el silencio mi pisada. Oh soledad callada!
Los hábitos vacíos, y aquél atril agranda en hondos calderones y obscuros pentagramas las aguas de la cuenca gregoriana: esas aguas profundas, largas y arremansadas. Oh música callada!
El órgano. He aquí su pía voz valetudinaria hecha fijo silencio. Oh soledad callada!
Oigo mi frente como grita: isombras carmelitanas, queridos amigos: Fernando María de Lloveras, el de la tierra catalana. Carmelo Almela desde la huerta valenciana. Oh soledad callada!
Nadie habla a mi corazón. Nadie ni nada. Por aquí ha pasado la muerte con su larga sotana!
Tañe, aún tañe lenta la campana.
Sigo subiendo las gradas.
Llego. Mis ojos siguen el balón de la campana por los montes, las vegas, las sabanas. He aquí, seres humanos, la tierra bien amada!
Credibile est illi numen inesse loco. Calla!
No hubo Ovidios ni Horacios que esta tierra cantaran.
Una lira inmorta. pensó Gautier necesitaran. Oh música sonora. Oh soledad poblada!
Todos me dicen. Todo y todos me hablan.
Solemne y monolítico el monte entona su hosanna.
Coloquian ambos ríos con sus lenguas de agua.
La Vega escribe su oración horizontal y amplia. Los árboles! Puertorriqueñamente accionan sus palabras. Oh música sonora. Oh soledad poblada!
Yo he visto nacer el Río Grande de Loaiza en la tierra sanlorenzana Allí, en el huevo de la glebal entraña, como el misterio de un corazón que palpitara bajo tierra, y por orden de amor resucitara, he visto yo latir su prima agua.
Ya se le van uniendo las quebradas.
Ya el Río del Espino acumulara sus aguas con sus aguas, y el Gurabo, y el Caguas, y el Trujillo, el Canovanas. lo he visto, solemne, con sus amplias riberas y sus gana y su cañas y sus muchas comparecencias unificadas, besar con dulce boca las espumas atlántidas: el único, el Río Grande de Loaiza, el más grande río de la Patria!
Cosa igual hizo aquella mata de calabazas. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica