328 REPERTORIO AMERICANO moñitos, que puede llegar al buen tono porque está hecha de candor y buen aseo. Otra cosa es la ramplonería de la ostentación, que lleva tacón torcido en zapato nuevo, por su incapacidad congenital e incurable para la decencia, que es base de la elegancia.
En una visión de daguerrotipo enmarco Lilian Serpas su adolescencia y su primera poesía. Una niña de traje rosa y de profusa cabellera negra sentada en el banco legendario y a su lado un joven de sombrero de paja jurándole fidelidad eterna como en una novela de Catalina Erzell, mientras revolotean las golondrinas de Bécquer. Su soneto Rememorar es el pitafio del banco rústico donde ya no está el amorcillo de alfeñique disparando su fle.
cha desde los cuernos de la luna como en una tarjeta de feliz año nuevo.
Un pálido fulgor de media luna sobre el rústico banco de las citas, la leve brisa que llegó oportuna y la vereda de las margaritas.
PBAIXENCE Lilian Serpas En hora de congojas importuna y lento surpirar de hojas marchitas a la tristeza le sirvió de cuna la fuga amarga de amorosas cuitas.
Presentación y semblanza de LILIAN SERPAS Hoy vuelvo solitaria a recordarlo.
La noche es tibia y dulce para amarlo y para hacer de nuestra vida, una.
Por Javier Arango (En el suplemento Literario de El Tiempo. Bogotá, septiembre de 1949) como sé que la pasión es ida, la clara historia que trunco mi vida rememorando estoy bajo la luna.
Lilian Serpas es una mujer silenciosa y delgada. Suele llevar en el abundante y sedoso pelo negro una flor o un moñito de cinta rosa. Su cara triangular aún joven se detiene a buscarse en las dos pequeñas rayas de los ojos donde la vida se concentra con brillo de oxidiana; se empina en la nariz aguileña para asomarse a la otra raya de la boca y rendir su geometria triangular en la punta del mentón.
Lilian Serpas es una mujer colgada de las nubes, ligeramente Olivia.
No tardó en llegar a mis manos su reciente libro de versos, y naturalmente me llené de motivos para no leerlo. Lo imaginaba tan silencioso como su dueña, aunque estuviera precedido de una serie de prólogos, epilogado por una semblanza autobiográfica y dedicados sin excepción los poemas como si se tratara de un lírico árbol de navidad en donde todos los amigos tuvieran colgado su paquetico. Mi sorpresa fué grande al descubrir a un altísimo valor.
La poetisa salvadoraña Lilian Serpas se ha colocado en el primer plano de los poetas americanos con su libro Huéspedes de la Eternidad. Mucho es que esta mujer tímida callada haya salido de la tribuna libre de Tribuna, donde se discutió su obra, con la flor natural intacta y la borla de doctor en melodías internas y externas de que habló Gabriela Mistral refiriéndose al poeta colombiano Rafael Vásquez.
La poesía doncella de Lilian Serpas se abre en su adolescencia con tres libros: Isla de Trinos, Urna de Ensueño y Nácar, títulos para un campeonato de primera dentición poética.
En sus leves arquitecturas románticas se abre una ventana de Gutiérrez Nájera que da al escenario de una niña pensativa. Sus seres poéticos son el ángel y naturalmente el lucero, trayéndole en la brisa la utilería piedracielista que cabe en el suspiro y en la rosa.
Si la melancolía le penetra el ansia, una delgada neblina de sollozos vela sus sueños.
Entonces la campana pueblerina, y la llovizna que madura los naranjales de su huerto, alternan en la espera del amor con la luciérnaga que enciende el pabilo de la serenata.
Aun ahora desde el gris otoñal, se adivina el azul de su mocedad, urbanizado por los escenarios que enmarcan las primeras rociolas líricas. Intui de antemano que en su obra debía estar el inevitable banco rústico y lo hallé en el soneto Rememorar. no publicado en su libro, con todo el equipo como si lo hubiera comprado su autora en una tienda de aguinaldos. Allí el fulgor de luna. la leve brisa. la vereda de margaritas y para mayor abundamiento el suspirar de hojas marchitas. Quién no tiene en la añoranza una avenida de abedules? En el tronco viejo tendido sobre la hojarasca retoñará eternamente el romanticismo enamorado hecho de silencios, sollozos, manos entrelazadas, porque el amor es ridículo y triste. Si en el fondo de las frondas hay un río entre los sauces o un lago entre los cisnes, la saudade de aquellos paseos por los umbrosos senderos llega con sus resedas olorosas hasta lo hondo de la cursilería en que se acendran las más profundas realidades de nuesLilian Serpas era en su volcánica Cuzcatlán ¡oh ambrosía de Porfirio. como una espuma.
Los burgueses del lugar la rodearon porque era la bella poetisa adolescente y se quedó con los poetas a merced de la vida parva. Este es el signo del poeta, desasido de cuanto pueda sosegar sus ansias, para conservarse atribulado.
Porque en ello está el bien y el precio de la belleza que se nutre de soledades y de ausencias, como de arena y de sed la flor roja del cactus.
Si esta mujer silenciosa, acribillada de incertidumbres, hubiera hallado el amor presentido, habría repetido la ardorosa manera hormonal de Delmira y sería una cotorra líricoerótica de las que chapalean en la alcoba del verso. Para que su destino poético subiera tan alto fué necesario que algo se rompiese violentamente en su vida. Cuando Lilian habla como desde una sombra que no coincide con su voz, se siente en sus palabras, salidas sin convicción, la oscura lejanía de una hora en que el mundo debió quebrársele entre las manos como un dorado juguete, antes de revelarle sus encantados mecanismos.
Algo debió derrumbarse en la doncella para borrarle los contornos del buen amor y quedar partida en una mujer perpleja y en una sombra perdida en el grito que debió quedarse como un pájaro herido en la garganta. Su despeñada biografía se adivina en uno de los poemas cuando le dice a la peña: Devenimos: tú en piedra, yo en mi carne de paria. Descartando las posibilidades ficticias del poeta, Lilian Serpas da la clave de su aventura amorosa, tan esencail en el destino poético de la mujer, cuando dice en prosa: Me aparté de lo carnal y luego la vida al marcarme a fuego, me llevó a las heladas tierras del norte, donde las brumas fueron convirtiéndome en una peña desolada.
Ligada en matrimonio alumbró tres hijos tro sér.
Por la vieja estampa de caleidoscopio que somos todos adentro, va una mujer con velo de lunares en el sombrero y un ramito de miosotis. Lleva en una mano la sombrilla y en la otra recogido el largo traje mañanero. El recuerdo nos alumbra, como un leño invernal, en el instante en que la mujer se pierde en el pasado por un lejano recodo de la avenida, sin volver la cabeza. Sólo ha quedado bajo los abedules la astronomía de los globos de goma meciéndose en la navidad del aire y la antañona melodía de un organillo con el periquito sabio que dice la buena ventura. Se envejece cuando de nuestros propios escombros urge el niño detenido como un dulce fantasma, con las primeras imágenes de la vida. Esa es la cursileria cuyo elogio ensayaré algún día de alcanfor y salicilato. La cursilería es el señorío con Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica