37 REPERTORIO AMERICANO sonetos de Claribel ALEGRIA (En Rep. Amer. ¿De qué lejana y encendida altura bajó el amor hasta tocar mi puerta?
Surgió desnudo entre la sombra yerta y amaneció en mis labios su dulzura.
Su palabra cuajada de ternura es en mi sangre tibia flor abierta.
Arcángel que en mis venas se despierta y borra de mi voz toda amargura.
mejaba a un visionario que entablaba diá.
logos con entes ultraterrenos, que lanzaba sus apóstrofes como un dios iracundo que despedaza bólidos o que genio del monó logo según le llama Thibaudet ofrecía ese monólogo como el alimento y el imán de una muchedumbre, de las muchedum bres, de los pueblos, de los seres, de los vivos y de los muertos, del mismo Dios!
Había pasado, como en el poema de Darío, un hondo temblor por las vértebras enormes de los Andes que era el temblor lírico de la influencia huguiana en las le.
tras de Hispano América. justamente en el riñón andino, al pie de las cumbres épi.
cas empenachadas de nieves eternas, el in.
clito Andrés Bello, que fué en su tiempo, según Henríquez Ureña, el hombre de más vasta cultura del nuevo mundo. quitán.
dose de los labios la zampoña clásica que enmielaron los frutos paradisíacos de la zona tórrida, tañía la férrea lira de Hugo y realizaba la magnífica e insuperable traducción de La Oración por todos.
No tuvo Hugo mejor intérprete ni cauce más apropiado para llegar al corazón sensible de América. Su poema penetró en las escuelas y las bocas infantiles lo bal.
bucearon por igual en las urbes populosas que en las más remotas aldeas y estreme.
ció a la par el alma de los maestros y el alma de los niños y del uno al otro confín del continente desplegaron sus alas rocia das de lágrimas las estrofas de esa plega.
ria de profundo sabor humano como las alas de los pájaros se despliegan empapadas de rocío en las auroras mágicas de nuestras campiñas tropicales.
Pero como la voz de Hugo era polifónica, como tocaba todo el registro de la vida y recorría todo el diapasón del al.
ma. como Atada estoy al mástil de su nave por la húmeda caricia de hondos lazos.
Al filo de su voz salta la llave que guardaba la angustia de mi verso.
Por él arrullo al mundo entre mis brazos y aspiro en una rosa el universo.
II Celebremos Amor esta alegría de asomarnos los dos a la ventana y oír al mismo tiempo la campana que anuncia con su canto un nuevo día.
mos los elementos psíquicos; la expresion nos vino de fuera; la emoción la teníamos ya; era nuestra desde hacía muchos años.
La teníamos, en efecto, en lo exorbitante de nuestro mismo medio geográfico, en su exuberancia prodigiosa, que nos habitúa a lo excesivo, a lo inconmensurable, a lo desproporcionado, a lo descomunal; y por ello la inspiración huguiana, encontró en nosotros una acogida de delirio colectivo, pues era arrolladora como las corrientes amazónicas, pasmosa como nuestras selvas vír.
genes, rugiente como el Tequendama y el Niagara, y majestuosa como el Chimborazo y el Momotombo, al que invocara el propio Hugo en memorable poema: Oh, vieux Momotombo, colosse chauve et nu. así las legiones líricas americanas que acaudillara espiritualmente desde París o desde Guernesey el hombre que era el árbitro del mundo de la poesía, se amparaban bajo sus pendones y le seguían como coribantes fervorosos. Se traducían sus poemas, sus dramas y sus novelas, que servían de pauta a la producción indígena. En Mé.
xico todos los poetas y novelistas desde mediados del siglo pasado hasta los años finiseculares, en mayor o menor proporción, se movieron bajo la égida de Hugo, y Rodríguez Galván y Calderón e Isabel Prieto de Landázuri y Acuña, el bardo suicida que ante la interrogación huguiana de oú va homme sur la terre. halla nuevo incentivo a su acre escepticismo, o imprecaba a la sociedad que condenaba a las rameras, basándose indudablemente en el verso de Hugo: Oh, insultez jamais une femme qui tombe. y el apasionado Flores y el exquisito Gutiérrez Nájera y el grandilocuo Justo Sierra y el tempestuoso Díaz Mirón y Fernando Orozco y Berra, Díaz Covarrubias, del Castillo, Payno y Altamirano, todos encendieron sus turíbulos en honor del autor de El Hombre que Rie.
Justo Sierra fué quizás quien más de cerca siguió primero sus huellas, pues arrastrado por Víctor Hugo asienta el ya citado Urbina aportaba a la poesía mexicana las visiones apocalípticas de sus tremendas metáforas, de sus bruscos sími les, de sus odas grandilocuentes, de su vas ta y fogosa expresión, que deshacía de un soplo los moldes discretos y proporciona dos que estaban en boga. La antítesis centelleante y la imagina.
ción deslumbradora y el tropo titánico, en traron con las odas de Justo Sierra, con esas silvas que chispean como hierro ba.
tido en yunque, con esos endecasílabos y heptasílabos de bronce, con ese filosofar trascendentalista, un poco misterioso, un poco sibilino, que hace de la poesía un can to profético. igual que en México el fenómeno se desarrolló en el resto de América, en Guatemala y las naciones centroamericanas como en Colombia, en Chile, en el Ecuador, doquiera. Rubén Darío, padre y maestro mágico del modernismo, no sólo lo reme.
moraba en aquellos versos famosos: Todo nace otra vez en armonía con la primera luz de la mañana. pesar de sentirme tan humana.
hay algo de celeste en mi alegría.
Abre mi corazón, ahí la sombra sus nocturnos propósitos anida en un rincón que la tristeza escombra.
Pero míralo bien. Llega hasta el fondo en un remanso oculto de tan hondo se aclara el arroyuelo de mi vida. siempre con igual éxito su numen brota en odas, idilios y elegias; y es que en él se completan y resumen Píndaro, Anacreonte y Jeremías. III Amo tu condición de hombre sereno y ese gesto que llevas escondido en una zona oculta del sentido como llevó su llanto el Nazareno.
Es un humilde gesto de hombre bueno que llena de jilgueros el olvido.
Vence mi corazón escarnecido y transforma en amor todo veneno. veces se te pierde y no se asoma a iluminar tu rostro con su aroma de clara serrania o de campana.
Yo lo puedo atisbar con alegría cuando en tus ojos su temblor me espía y nacen rosas de mi sombra humana México, 1952.
como había ya alcanzado la inmortalidad escalando las tres cumbres de la poesía li rica, del teatro y de la novela, todo hom.
bre poseído en América del quid divinum de la literatura, rendía culto vehemente a quien estaba considerado sin contradicción como el escritor que llenaba el siglo xix con la irradiación de su gloria, porque Hu go, según la frase martiana, estaba pegado a ese siglo como una mariposa; mariposa de alas fúlgidas, agregaremos nosotros, por.
que las había empapado en el polen lumíneo de las constelaciones. por eso las corrientes literarias de América eran como ríos desprendidos del próvido venero huguiano, que en vez de aminorar su caudal parecía inexhausto y cada vez presentaba nuevos y más henchi.
dos raudales.
Heredia, el cantor cubano del Niagara.
que introdujo el romanticismo en México abrió las puertas a esa nueva modalidad literaria que originó un vuelco en los espíritus. tal como había ya sucedido en el viejo mundo. Aquella impetuosa ola, que derrumbaba, iconoclasta, los valladares car.
comidos del clasicismo, se expandió por nuestro Continente de liras. porque el espíritu, el ambiente, la época mostrábanse aquí propicios a aquella fiebre sentimental. La naturaleza, la sociedad, el alma eran a propósito expresaba Luis Ur.
bina para recibir y difundir la nueva manifestación literaria. porque poseía esto paso en el reinado de Hugo, Emperador de la barba florida. sino que fué más allá en su pleitesía, ya que el libro que reveló su verdadera personalidad: Azul, lo ató como en un listón de color oceánico y firmamental. al ampa.
rarlo en el apotegma huguiano: art est azur. en Cuba, en donde Francisco Xavier Foxá había reproducido la batalla de Her.
nani con el estreno de su drama Don Pe.
dro de Castilla. los poetas imitaban, parafraseaban o se inspiraban en Hugo, des.
de la Gómez de Avellaneda a Francisco y Antonio Sellén, hasta culminar con el li.
bertador Martí, que habiendo sido presen.
tado a Víctor Hugo en Francia por Augus te Vacquerie, tradujo y publicó en México el libro Mes fils (Mis hijos. Martí dice Iduarte desde muchacho leyó a Hugo.
Conservó siempre su amor por él, y está en la primera fila de sus inspiradores. Le importaba más como símbolo de una nueva era que como escritor o poeta: Es admi.
rable Víctor Hugo: morirán sus dramas, hijos regiamente monstruosos de una vo Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica