REPERTORIO AMERICANO 309 En Caracas, consigue la suscrición al Repertorio con alguna falta y siguieran tan tranquilos.
Vivía consagrado por entero a sus trabajos de agricultura, y no parecía darse cuenta de lo que pasaba fuera de su casa.
Siempre recuerdo su voz llena repitiendo sentenciosa. No quiero oír nunca decir que alguno de mis hijos ha hecho algo indebido.
Eramos cuatro hermanas y yo. Llevabamos una vida sencilla de campo, pero eso sí, nos mandaban al colegio y nos exigian buenas Dña. Celia Lang de Maduro Apto. Correos NO 461. Caracas. 0des esperanzas en mi carrera política. Lo dices en una forma, como si tuvieras que abandonarla. Exacto. No me vas a salir ahora con eso. Ahora que ya colmaste tus anhelos. Señor Ministro, recuerda que el país todo confía en ti, en la labor que vas a hacer. No. No me hables así. Déjame oír la voz de papá, que es la que me guía bien. en tono bajo, más bien reflexionando en voz alta, repuso. Si le hubiera hecho caso. si hubiera llegado a este cargo sin haberme ensuciado antes. Ensuciado. Sí, amigo. El anónimo tenía razón.
Hay asuntillos por ahí, cuando inicié mi carerra política, que pueden ser objeto de chantaje. Si me someto a eso. No, no! Habrá algún medio; penseEn Chile, la consigue con GEORGE NASCIMENTO y Cía.
Santiago, Casilla NO 2298.
notas. 0En Guatemala, con Doña MARTA DE TORRES En la ciudad de Guatemala. Callejón Escuintlilla, 8)
En El Salvador, con el En Santa Ana (Liceo Santaneco)
Prof. ML. VICENTE GAVIDIA mos. Lo he pensado. Aun sin querer, lo he pensado. Continua, febrilmente desde que llegó el papel a mis manos. Sólo hay dos caminos: aceptar las condiciones y ponerme en manos del chantajista, y enfangarme más y más, según él lo quiera, o limpiarme de una vez, completamente, y sentirme libre de todo temor, y poder volver a casa. Ah. Eso es lo que te impide. Ardes en curiosidad por saber mi historia, no?
Aunque era verdad, no contesté, y Julio prosiguió. Además, a mí me hace falta que alguien me escuche. Tú eres mi mejor amigo, y vas a saber lo que he hecho, y lo que pienso hacer ahora que papá me abre las puertas con esta carta. Es de tu padre la carta. Sí. Mírala. mientras yo leía, él comenzó a contar. Mi padre, al decir de todos, es un excéntrico. En realidad tiene sus rarezas, en la forma de hacer las cosas, de exponerlas. Pero es el hombre más recto y más honrado. Bueno como pocos. Jamás concedió un ápice en los preceptos por él trazados, y exigía perfección en la conducta de los demás. Nunca fué capaz de comprender como otros cometieran Mamá era la persona más activa y diligente que yo recuerdo. Siempre estaba baciendo algo que embelleciera el hogar, y era como un cascabel, alegre y cariñosa. Contrastaba su carácter con el de papá, serio, callado.
Por ser el único hombre, era yo la esperanza del viejo.¡Y pensar que ahora que soy algo, no se lo puedo ofrecer, porque es impo sible que él lo aceptel Haciéndose para atrás el cabello un poco ralo en las siene, continuo. Desde pequeño me fué enseñando a trabajar la tierra y a seleccionar semilla. La tierra decía. la tierra buena que todo lo malo y feo torna en flores frutos para bien del hombre. Coge de ella tu ejemplo, hijo mío, y nunca hagas acciones en perjuicio de nadie.
Tenía yo dieciocho años.
Cuando terminé mis estudios de liceo, se me dió una beca para hacer un curso de agricultura en los Estados Unidos. Cómo me puse de satisfecho! De seguro la conducta intachable de papá, y su labor constante y efectiva en pro de la agricultura, agregados a mis buenas notas, fueron las que consiguieron mi beca; pero yo creí el mérito sólo mío, y no cabía dentro de mí de gozo y orgullo.
Recuerdo la emoción de mamá mientras me cosia la ropa, y los miles y miles de cosas que me recomendó, entre puntada y pun.
tada.
Mis hermanas no hablaban más que de mi viaje, y a punta de fantasía construímos entre todos, una vez y otra, los paisajes, el colegio, las gentes, todo lo que iba a conocer.
Papá, siempre trabajando, me hacía ayudarle y nunca comentaba nada. Como si ignorara el asunto, En un sueño se llegó mi partida. Todo estaba listo: los papeles, la valija, las píldoras para el mareo. Para el medio día del sábado estaba fijada la salida del avión. La noche del viernes fué solemne. La comida era especial, y hasta convidados había.
Me acosté, pero los nervios no me dejaban dormir. Pasé dando vueltas todas las primeras horas. Después me calmé, y estaba en lo mejor del sueño, cuando me despertó papá. Hijo, ya es hora de levantarse. Tan temprano. dije bostezando, sin abrir los ojos. Si. Venga me llevó al baño. Pero si son apenas las cinco. hace mucho frío. Tenga. me dió un jabón de ese que en el campo llamamos de tierra, hecho con grasa de cerdo y lejía. Aquí está este jabón y este paste. Ahora se va a dar una bañada como nunca. Por lo menos cuatro jabonadas se va a dar. se estriega duro con el paste. Cuando sale, me busca.
Yo encontraba que eso era cosa de locos, pero como nunca le discutíamos a papá, lo hice tal cual me lo pedía. Salí tiritando y con la piel enrojecida de la fricción. Papá estaba sentado en su sillón en el corredor, la barbilla en la mano, mirando sus nuevos injertos que crecían lozanos. Ya. Sí, señor. Bien, bien lavado. Sí, señor. Bueno. Venga conmigo.
Sin chistar lo seguí. Me llevó a la iglesia.
Como que el cura nos estaba esperando, porque salió a recibirnos, y papá, luego de saludarlo, dijo. Aquí está el muchacho, Padre. volviéndose a mí: Ahora te vas a confesar, para que luego oigas misa y comulgues.
La sorpresa no me dejó contestar, pero segui al padre, me hinqué en el confesionario, y lleno de la emoción más grande comencé a decir mis pecados. Se pasó la mano por la frente ardorosa. Si así fueran, como esos, mis pecados de ahora. murmuró. Pues le contesté, sin saber como animarlo. No deben ser tan grandes. Tú eres bueno por naturaleza.
Sonriendo como agradecido, o tal vez por lo que recordaba, prosiguió. Si supieras lo bella que es la iglesia de mi pueblo. En aquella mañanita helada, tan temprano, sólo dos o tres abuelitas rezaban por ahí. Una colocaba flores al pie de una santa, y toda la nave se llenaba de un perfume penetrante. Cuando terminé mi confesión me reuni con papá, y esperamos a que comenzara la misa. Sobrecogido de piedad y de silencio, me quedé sin rezar y sin pensar, hasta que de pronto me di cuenta de que toda mi atención estaba puesta en seguir los movimientos de las llamas de dos velitas, colocadas allá, cerca del altar. Se agrandaban, se achicaban, parecían jugar un seguido y yo no podía dejar de mirarlas, siguiendo su juego luminoso y fascinante. Cerré los ojos un mo.
mento, y los abrí mirando en otra dirección.
Entonces fué el vuelo de unas golondrinas lo que tuve que seguir. Iglesia piadosa de mi bello pueblo, llena de nidos de golondrinas en todos sus adornos y cornisas.
Mi padre me tocó con el codo. Vaya a recibir la comunión susurró. Qué bello momento! Mi alma estaba inmensa. Inmensa. Comprendía todo, todo lo amaba. Terminó la ceremonia, y yo no me moví de mi lugar, hasta que mi papá, con una voz solemne que nunca podré olvidar, me dijo: UU. Benjamin Herrera Eduardo Pochet Lacoste Esta es la columna miliaria del Repertorio Americano.
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