92 REPERTORIO AMERICANO Oigo rodar las piedras (En el Rep. Amer. los hombres. Cuántas verdades gritan los caminos a los hombres; verdades que los hombres no quieren oir! Los caminos de la llanura, de la montaña y el valle, son venerables como los hombres viejos. Ellos han visto muchas cosas. Ellos han visto desfilar los siglos.
Los siglos han pasado sobre ellos, como la ronda nocturnal de las estrellas.
Oigo rodar las piedras, rodar, desparramarse en ramos de armaduras, caer violentamente de un mundo a otro, de un pensamiento de cerro que liberta su inmovilidad de llama quieta cuando quiere ser libre.
El camino es maestro de paciencia y de humildad. En ellos están impresas las pisadas de las generaciones. Por aquí, por este camino, pasaron hace doscientos años, muchos hombres.
El polvo que ellos pisaron está aquí. Por eso este polvo es sagrado. Acaso haya entre este polvo, polvo de un cuerpo humano que hace muchos años existió. este mismo polvo convertido en vegetal se convertirá en cuerpo de hombre. ese hombre se alzará sobre el polvo y, abiertos sus ojos al Universo, será la sola conciencia del Universo.
Oigo rodar las piedras barranco abajo, ejemplo de rebeldía del suelo, del cerro, cerro volcán, cerro montaña, cerro de cerros, ante los que han venido a conquistar mi país.
Es un reír de cerros mi país delicado, amado y siempre fresco.
De las cumbres ruedan las piedras, pedregales de armaduras de ríos secos y lo que no sucede en la luz sucede en las tinieblas.
Lo que no pasa de mil años y mil años ¿qué son para mi país escondido en maizales?
En el camino largo, severo, profundo y paciente están las virtudes primigenias, fundamentales de la humanidad. Apartarse del camino es error. Ya el hombre no se cubre con el polvo del camino. Ni con el polvo de las estrellas. el polvo del camino como el de las estrellas es clámide de sabiduría. El camino es reflexión, meditación, ponderación. Mientras los pies miden la tierra, el pensamiento va midiendo la vida, va sopesando las cosas, considerando las circunstancias.
Oigo rodar las piedras corriente abajo, rio al mar que come tierra en los veranos.
El también quisiera conquistar el suelo moreno de mi país con sus ojos azules y sus blancas manos de espuma; pero no puede, el ojo azul y la mano blanca han fracasado.
Tiene toda la fuerza, pero no puede.
El suelo de mi país que es un beso en llamas ligeramente echado hacia el Sur, desde el Norte.
Es grato recorrer en la Historia los viejos caminos polvorosos. Eran peregrinos, soldados, estudiantes, profesores, teólogos, exploradores, misioneros y mendigos. Van a pie o a caballo, en mula o en asno. Una figura prócer, cuyo recuerdo es como una lámpara encendida desde hace ocho siglos, va humildemente montado en una mula. La jornada es larga.
Se cumple por etapas. Ante el viajero la tierra se dilata inmensa. Mientras más lento el caminar más ancha la tierra. mientras más ancha la tierra mayor es la expectativa, la sorpresa y lo pintoresco del viaje. aquellas figuras proceres de sabios, de teólogos, de artistas, de misioneros, se movían por el continente ilustre con la misma holgura con que se mueven hoy. El avión no era necesario. Salamanca, Alcalá, Bolonia, Padua, París, Oxford, Heidelberg, destellaban en el mapa de la cultura de hace cinco siglos por aquellos hombres que, en asno o en mula o a caballo, recorrían, paciente y concienzudamente, los caminos polvorientos en pos de un ideal de verdadera cultura. La cultura era como el camino.
Era sesuda, sincera, profunda. No era para alcanzar un pedazo de papel llamado diploma que nos habilite para arrancarle una costilla al prójimo en forma de honorarios. Era para dejara en la Historia un rastro de luz, un nombre egregio, como una lámpara encendida en la noche de los siglos.
Oigo rodar las piedras.
Ruidos de cráneos, ruidos fofos de cráneos, cráneos vacíos, cráneos llenos en los pastos de serrines fragantes alfombrados de florecillas de carne de rocío. anuncio a los campesinos. Los campesinos de mi país son indios suaves constelados de certezas. Están vaciando el pasado del mundo a calaverazo limpio para que la tierra vuelva a ser de todos! qué júbilo el de todos ellos. Júbilo de borracheras rodando, saltando como lágrimas de dolor y de gusto, al oír que volverán a tener la tierra, aunque piedras y cabezas salten, rueden, piedras y cabezas.
Oigo rodar las piedras cuando amenazan los valles donde pastan pueblos ingenuos, desde las cumbres fragantes y ligeramente rojas como astillas de canela.
Las piedras ruedan.
Sacudimiento lluvioso de animal herible, quebrantable.
Las piedras ruedan, ruedan hasta donde una brizna de yerba las detiene.
Una brizna de yerba, un hocico de abismo.
Poco a poco o de golpe se detienen, pan caliente en el horno cristalino del silencio.
Símbolo de aquellas épocas era el camino.
El camino largo, polvoroso, paciente, sobre el que se urdía el plan de acción, se maduraba la esperanza y la ambición y se vigorizaba el ideal de cultura, de fe, de amor o de heroísmo.
Oigo rodar las piedras y siento el corazón en la boca, en la garganta, entre los dientes, duro y comestible, porque pienso que así puede despedazarse mi país, sus territorios, sin que nadie lo oiga, el año triste en que la miel no cueste los alveolos ni florezca el sueño calado de sol de los árboles dulces.
Miguel Angel ASTURIAS, Luis VILLARONGA.
San Juan, Puerto Rico, Buenos Aires, diciembre 1949. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica