REPERTORIO AMERICAN 181 (Nuestros padres danzaban en lo oscuro como demiurgos entre las montañas. reposan las virtudes manantías, el viento azul, los bosques elocuentes y la niñez inmácula del trino.
Sin la Provincia el hombre no podría salvar sus aposentos iniciales, porque el hombre ha llegado del fondo de la tierra, dei misterioso mar de las especies, y ángeles viejos en su voz navegan con un sabor a musgo y a campana.
El rizo deslumbrante, la voz pura, el gozo de los días va cayendo sobre esta geografía luminosa, y a la Provincia vamos porque es nuestra, porque en su río de esplendor nacimos, y porque en ella al fin nos encontramos oliendo a piel mojada y a ciruelo, a barro puro y tierna madrugada. Desde una soledad en que diviso la fuga del neón, el asfaltado y el día a la parábola insumiso, yo canto el mundo mío sosegado.
La casa en que nacimos tiene apenas sabor: sabor dulce y perfecto, un gran labio tocando labios blancos, panales.
Un gran labio besando los callados envíos de la tierra.
Después se va agrandando, y al bautismo sonríe con escudos y guirnaldas en flor: lindo recinto con trompetas, lleno de sol, de cal y Mona Lisa, donde beben rocío los caballos y un racimo de niñas voltea los domingos la campana mayor.
Esta casa sin duda es la más bella.
No sé cómo decirlo.
En ella ocurren todos los misterios el estreno del ojo, la absoluta complacencia del tiempo.
Me das, Provincia, tu primer aviso con un golpe de sol inesperado, y corro a tu ferviente paraíso, explícito, cordial, enamorado. Orquídeas florecían por octubre, los temblores de tierra eran por marzo.
Festivales de higos y duraznos preparaba un cabello ceniciento, y había un gran ropero como un barco, y desfiles obreros con hormigas y un bigote de abuelo como un ansar.
Los gallos con la luz se homenajeaban repartiendo horizontes en bandeja. No hay cosa como andar bajo tu abrigo acompañando lo que más se ama.
Provincia, mira bien lo que te digo: Mi voz, alimentada con tu aceite, quiere ser el alcuza de tu llama.
Enciende, pues, y mírame el deleite. La Provincia es la Infancia.
Decir la infancia es recoger la lluvia y madurar un cielo con las manos.
Regresar a la infancia es tener una llave, tomarla, abrir jardines, largamente dormir sobre el pecho de un sueño.
Recordar a la infancia es flotar en las aguas como la canastilla de Moisés, y llenarnos de almendras y fantasmas y escarbar en la tierra hasta dar con los huesos de un ángel.
La Provincia es la fuerza que sostiene Ta bondad de la Patria. No hay reposo creador, no hay energías, capaces de asumir este milagro.
La Ciudad es la cita de las razas, sembrada está de cables elocuentes.
mas la Provincia añeja la verdad de la sangre, regala los estilos y prepara el futuro vigor de la columna. La plenitud solar de la manzana, la vida fiel, la página insurgente y el niño que festeja la campana vienen de ti, reposan en tu frente.
Si has dado al mundo la riqueza humana el mundo es como el cielo de tu mente, oh madre azul, taller de la mañana, honor y madurez de la simiente.
Por eso eres la Patria, porque llevas un callado propósito de lucha y avientas el tesoro de las glebas.
Casas de la Provincia, olorosas a pájaros nupciales, moradas de mi tacto, viejas casas entre la madrugada despertando con niños nuevos y panes antiguos: os amo porque soy de vuestros muros.
Diré, limpios geranios intachables, ventanas de las almas, casas mías, el inefable azoro de las rejas y la desolación de los mutismos.
Vosotras, oh moradas terrenales, el recuerdo guardáis, los alimentos, la ropa del domingo y los amores primerizos de enero, cuando el viento hace danzar los rojos cafetales.
Un día entre vosotras enfermamos.
Nos visitó la muerte y escuchamos el sollozo nocturno en los canceles: trenes que pasan, gotas que se caen, relojes como cirios en lo oscuro. Subían y bajaban los termómetros.
Los buzos se metían en las aguas, llegaban con sus trajes de planetas a tocarnos el pecho, nos punzaban, luchaban con dragones y subían de nuevo a las estrellas, dejándonos en medio de los mares. Tu pensamiento tiene forma de atrio, y bajo el sol de tu quietud se escucha latir el corazón del suelo patrio. La tierra provinciana es la más dulce.
Hay tierras de mirar, hay otras tierras para viajar, soñar, danzar amores; pero la tierra provinciana es honda sosegada y amante.
Es la única tierra que nos mira, la única del hombre, la más fuerte.
La cal de nuestros muertos está en ella.
Novias difuntas, niños que no fueron, madres dormidas, como soles vivos, suben a inaugurar todas las rosas, apresuran la mie. doran (el trigo y tiemblan en los astros musicales.
La tierra provinciana es la más dulce.
Su reino habitan los misterios como una isla toda verde y su yacer es tan fecundo coino la noche de la flor.
La Provincia es la casa en que nacimos.
No hay en ella escultura, sino aliento; así la prehistoria, cuando un vapor subía de la tierra. Debajo de mi tierra está mi madre: su cuerpo subirá por los rosales, su cabellera mecerá el octubre. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica