312 REPERTORIO AMERICANO Arco iris del regreso (En Rep. Amer. Pablo Neruda. Ahora te llama el lecho del olvidado, la arruga del que va a morir.
Ahora te llama la sangre que se pierde gota a gota desde el vaso de la entraña que rompió el mercader.
Ahora te llama el escombro donde el musgo agoniza.
Tú eras el que llevaba en sus venas al pueblo, sus abejas, sus surcos, el arado entre fuegos.
Porque cantabas la verdad ataron tus mariposas y quisieron quemar tus alas en el cenit.
Pero el océano prosigue en sus olas y la montaña te espera, la que vió a los indios, la que fué oriflama en el cuerno de Lautaro dominando a las tribus.
Caupolicán empina el roble y lo esgrime moribundo; Galvarino besa la sangre de sus muñones y hiere el sol con los ojos abismados de furia.
El Bio bio rueda como desatando espadas y las islas mueven el áureo vestido de sus playas.
Vendrás de pronto como el huracán que destrenza el cielo.
Vendrás con esa sabiduría de todos los sufrimientos hasta el dintel de tu casa donde aun anida la esperanza y arde el hogar y los tizones siempre abrasados por tu alma.
Habrá un rumor en la corteza de la tierra cuando desciendas del carro de Elias o toques con pie firme la costa resonante como un cañaveral caído, porque la patria recibe al hijo que prolongó su estirpe.
Traerás en tu mano un poco de la ceniza de Beudelaire, un aletazo de Pusckin a través de su herida.
Rios de Europa libres y graves como el Volga o ríos encadenados a la orilla de los mendigos: el Tiber suspirando por la muerte de Roma; el Sena entre llorosas caras de piedra dolorosa; el Tajo salpicado de sangre como una doncella ultimada.
Rios de la libertad y ríos atados como un lebrel al destino.
Eres el viajero que tuvo que huir y que regresa no como el Hijo Pródigo que malgastó su luz y su herencia sino como el combatiente que ha guardado su lanza para que cante encima la simiente del trigo.
Vendrás junto a la sombra de Quevedo dormido en un pálido Elzevir de hace trescientos años.
Vendrás a sentir el impulso floral de Pedro de Oña y el ventarrón del Sur que domeña volcanes.
En tu ausencia algunos han muerto clavados en su lira; otros olvidaron el laurel y sus signos y desconocen ya el peso de la victoria.
No han cambiado las Estaciones ni el mar, ni se ha marchitado el arcoiris que mira la tierra tuya desde su corriente de flores.
Quién nos dirá el instante en que hable tu cayado hacia los litorales donde tu pasión suprema vive.
Los sacrificados, los heridos, los de rostro con sangre: José Miguel Carrera, el Húsar de Galicia vendrá a tocar tu mano erguido desde el polvo.
Vendrá Manuel Rodríguez, arriero de la muertefraile, mendigo, montonero del brazo de la Patria.
Vendrá Camilo Henríquez con cruz en el costado y La Aurora de Chile de azote y de oriflama, detrás el pueblo y más allá el Océano.
Angel CRUCHAGA SANTA MARIA Santiago de Chile, de marzo de 1952. dónde va el errante corazón entre lámparas llevando sobre el hombro a su tierra y sus ríos?
Ha atravesado tantas ciudades extranjeras que ya siente un cansancio que le nubla los pulsos.
Toda ventana se abre en girasol cuando el poeta se aproxima y lo saluda el puerto donde conversan los navios en el lenguaje de la Rosa que amarra los meridianos.
Conocemos tu umbral del sur, dicen las torres por donde el exilado pasea su atribulada estrella.
Sabemos en qué dirección del mar está la selva de tu madre, allá donde la lluvia repite tus estrofas de colmenar.
El calla, pero la frente de súbito se le circunda de espuma y su alma es un arrecife que amanece entre lágrimas.
Se suavizan las puertas de los suburbios pobres en pueblos que parecen el tatuaje del mundo.
Hay piedras que levantan su perfil como la noche primitiva, antes que la lumbre y el piélago se dividieran.
Ahí va el poeta, dice el niño que eleva sobre su mano el augurio húmedo de una golondrina.
Allí va el poeta, exclama el mendigo desde su muladar y su (hambre.
Ahí va el poeta, exclama el ciego que al avanzar presiente al que canta y conduce la luz hasta su pecho.
Ahí va el poeta, suspira la mujer de rocío y de humo que busca el porvenir en la canción que sube.
Lejos del rellano del bosque el desterrado mira su cuna y la corona del suplicio, la esponja del vinagre y la estrella violada.
Otra ciudad extraña recibe el paso de su antorcha.
Voces radiosas suspiran su nombre y hay enredaderas que en el cielo se tuercen porque el poeta fulgura como la montaña de su remota tierra.
Cantad como David, murmuran las doncellas.
Danzad como David, el desterrado pasa.
Europa es una calle, lastimada de rosas donde la sangre aun grita en una trompeta.
Allá en el extremo del tiempo esbelta entre marfiles Asia, yergue su rostro de sándalo y de esencia hacia los litorales donde tu pasión suprema vive.
Por allí trepó la voz del poeta volcando tórtolas de su país austral empapado de vino.
Hasta las zonas últimas llegó el susurro dulce de los caracoles de Chile de lento idioma.
Ahora te llama el pan del pobre en la mesa triste. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica