Violence

102 REPERTORIO AMERICANO Mister Es un cuento peruano de ZAVALETA (En Rep. Amer. He aquí un simple informe: y mujeres saltaban ágiles por sobre las Lima. de. de 19.
trompas de los autos; mas, ingresado que Excelentísimo señor: hubieron al corazón de la ciudad, como no se fueran, ya por curiosidad, ya por con Hace una semana que nos fué encomen fusión y tropelío, la policía, que le es prodada por el Gobierno que usted preside, la fundamente sumisa a usted, señor, cerró responsabilidad de investigar si los últi. todo acceso y únicamente permitió el des.
mos acontecimientos, dados su concatena alojo. Fué entonces cuando la obligada leción, su violencia y su eco en el interior friega abatió treinta sediciones. Ello no del país, pudieran, quizá, significar algún obstante, y en nuestra condición de miemIntento de derrocar nuestro sistema. La bros vitalicios de una Comisión Consultiautoriaad, durante varios días, se vió des. va que jamás dejó de asesorarle en todos concertada y desplegó la fuerza pública con los actos de su gobierno, afirmamos desde mo no lo había hecho en pasadas épocas hoy que sus temores de una posible rebede nuestra historia, cuando contra La Cons lión son infundados; de lo contrario, 10 titución y las leyes, y contra su secuela habrían ocurrido muchas escenas cómicas de paz y de trabajo, insurgía un grupo y extrañas que nada tienen que ver con ambicioso y desmanado que pretendia en la política. Este es el primer ejemplo de carnar los más puros ideales colectivos. nuestro informe: Nuestra opinión admite tal nerviosidad co El cuarto piso de un edificio central mo natural. Lima durmió el último sábado fué desalojado a los dos minutos de haber en completa oscuridad y con las calles visto alguien que, abajo, en las calles, la atestadas de vehículos, pues la congestión agitación era signo de locura. Empero ig del tránsito que empezara a las seis y noramos razones, quedó una secretaria doce minutos, en la esquina de Mercade dentro del guardarropa (el edificio es uno res y Mantas, habíase extendido como de los pocos que posee habitaciones para una plaga hacia las nueve de la noche; aún dicho menester. y se presume que la enmás, y entre las seis y quince, y las doce claustraron por descuido. La joven, sin de la noche, se produjeron simultáneos ac tiéndose abandonada, rompió en alaridos y cidentes y choques entre la policía y el golpeó la puerta. Un hombre digamos elemento civil. Las líneas telegráfica y te. mejor, un sádico. ha confesado a la polefónica que comunican Lima con el inte licía que él estuvo ahí presente y que dos rior del país, habían sido al parecer corta amigas de la prisionera escucharon su Iladas por mano criminal, e incluso la línea mado, pero que, temerosas de ser atacadas férrea a Huancayo obra de ingenieria por un peligro común, diéronse a la fuga; que inflamá de orgullo a los peruanos entonces, el hombre permaneció una hora fué bloqueada en un punto donde murie ante el monstruoso y desgarrador llanto de ron más de media docena de personas, en la muchacha. Pegado a la puerta, escuchó su mayoría indígenas. En nuestra capital el sus golpes, su miseria, su rabia, y penetemor cerró los establecimientos comercia trado de dicha, el sádico fué testigo de la les y desalojó a multitud de empleados que belleza del dolor e imaginó los ojos que vagaron anhelantes de cualquier medio de destilaban el brillo de unas perlas. Más locomoción, a fin de alcanzar sus hogares adelante, relata que él sabía (y para cualy aquietar en un algo la duda que padecian quier otro investigador equivaldría a de.
sobre el origen de todo aquello. Los bal. cir que él desencadenó los disturbios o que nearios fueron paralizados por una ola de era un cómplice. que nada iba a ocurrirle, expectación al conocer la noticia que atri y que en Lima el nerviosismo era nada buyeron a un golpe de estado, transcurrida más que histérico; podía, entonces, beber en la cual, precipitáronse las gentes sobre los paz el dulce llanto inagotable, cuando al teléfonos, en un vano empeño de comu fin escuchó el peso de un bulto que cae: nicarse con familiares y amigos; entonces, la mujer había muerto de un ataque de los más amorosos e intrépidos, decidieron horror y él resultaba el victimario. Abrió llegar a la ciudad aun a costa de burlar la cerradura: desde abajo, crucificada a la policía, mientras que los barrios ale bre el piso, le contempló una joven con daños al Centro exhibían sus calles de mu Jos cabellos en desaliño y los brazos blanjeres y de niños, de hombres hogareños y cos y desnudos cual una porcelana; felizde estudiantes, que, por la avidez, forma de aquel hallazgo, volvió a cerrar y fuese ban grupos avanzando por todo lo ancho tranquilamente a escribir una irónica carde las avenidas San Nicolás de Piérola, ta a la policía, en la que, por supuesto, Alfonso Ugarte, Brasil, 28 de julio, Arequi no da su paradero, aunque presume de pa y Paseo de la República. Nada pudie cometer siempre crímenes de acuerdo con ron nuestras órdenes contra tal curiosidad. su complice el azar. Pues bien, desgracias las seis y treinta de la tarde se detuvo el como ésta, son, digamos, efectos mediatos tránsito en el Centro, mas fué aquella una de la causa que debemos desentrañar; el medida dictada por el azar y no por la culpable de lo uno, como se verá, no puepolicía dispuesta a reducir a la muche. de ser legalmente culpable de lo otro.
dumbre. Cientos de automóviles y tranvías Prosigamos. La policía cometió el error vociferaban con timbres y claxons. Sólo de transformar muchas plazas en lugares transeúntes podían circular, y esto expli. extremos de reunión pública. Evitó el acca que al fin naciera el orgullo de las ceso al barrio comercial y administrativo, piernas doblegando a las máquinas, y la pero en las plazas Bolognesi, Dos de Ma.
certidumbre de que la desgracia residia, yo, Italia y San Martín, en el Parque Unino en carecer, sino en poseer un lujoso versitario, en el Paseo de la República, en automóvil que impedía la fuga. Hombres la Inquisición y en todo el Malecón del Rimac, la multitud tuvo en principio dere cho a permanecer. Allí acudieron toda cla.
se de gentes, cada una con su versión de la causa real; fué imposible evitar que los caballeros limeños viviendo en las tardes a lo largo del Jirón de La Unión y sien.
do, a la vez, devotos padres de familia y groseros libertinos. buscaron oyentes se echaran a deslizar comentarios. Alguien dijo que sabía la verdad y que un enemigo de usted, señor, se le había rebelado. Vino un cúmulo de respuestas contradictorias.
Se rebatió el argumento voceando que usted mismo provocaba el disturbio, a fin de desviar la atención pública de no se qué problema. Un tercero a quien usted no conoce se confesó íntimo amigo suyo, habitante de Palacio como de su propia casa, y manifestó que la única verdad cra ésta: los partidos de izquierda se movilizaban en un inútil derroche de energias.
Entre tanto, los líderes políticos se exhibieron todavía más confusos. Nuestra opi nión reza que su veredicto fué de histerismo; por ello, en cada plaza, un miembro del partido mayoritario trató de calmar los ánimos e invitar a la dispersión. Empero, al cabo de un tiempo, ocurrió como si las masas no pensaran en morir y como vi, tras la molestia de fugar de sus hogares y de evadir a la policía como unos delincuentes, hubiera llegado al deleite que bus caba prolongar hasta nunca la vida en so ciedad; y a tanto subió aquel lazo, que políticos y policías fueron igualmente repudiados en el fondo de los pechos. Por obra de la inercia nadie quiso moverse.
Pasó el tiempo mientras hablaban del mismo tópico. Dónde estabas tú cuando empezó esto. Quién te llamó. Qué sabes del motivo. etc. y vino al fin la eterna plática sobre temas familiares: Qué me cuentas de fulano. Cómo está el tío. Nadie, señor, obedeció nuestras ór.
denes. El ataque, pues, se hizo necesario, y la muchedumbre, demasiado sensible, res.
pondió con lo que pudo, enardecida y ſuriosa contra la policía, esto es, dirá alguien que nuestra opinión no comparte la actitud. contra el gobierno que usted preside, y las manifestaciones (Pll speak the truth, only the truth and no more than the truth. fueron muy dignas de tomarse en cuenta, sobre todo tras la muerte de la primera víctima.
Con los cientos de vehículos imposibilitados de avanzar ocurrió igual. Aquietaronse al cabo, ufanos choferes y pasajeros del pretexto que les salvaría de la tardan.
za; los amantes llegarían a destiempo y las empleadas invocarían a Dios a fin de hacerse creer por sus madres; en fin, habría para todos un asunto sobre el que ya debían afilar su poder de narración. Mas, en pleno sosiego, quedó libre el paso, y los choferes, inánimes, indiferentes, molestos por ser arrancados de la inercia reemprendieron la marcha, y héte aquí que en vez de partir hacia sus destinos, diéronse a caminar lentos y a producir colisiones entre ellos. Fué extraño; chocaban hoy que no deberían hacerlo, y así, nuevos accidentes y nuevas congestiones de tránsito, en una horrible sucesión que nos qui taba la paciencia. las siete y cuarenta de la noche ocu rría aquello. No obstante, en los confines más remotos de nuestro país se produjeron ruidosas manifestaciones políticas (al parecer, en efecto, lo eran. En Chiclayo Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica