268 REPERTORIO AMERICANO En estos malvados tiempos no es extraño que la gente le dé acomodo a bandidos y hasta les compre su guaro; por eso es que se le paga al ciudadano patriota quinientos pesos si acusa, quinientos pesos, que a Judas sólo trece le pagaron y de tristeza no pudo seguir gozando su luio.
II Día domingo amanece.
Uña de luna en el cielo quiere volver a dormirse.
Por el camino a la feria en que descansan carretas y meditan los caballos, fue Agapito a despacharse la misa en muy buenos tragos. iGótico hasta el pararrayos de la iglesia puntiaguda!
Para pasar por encima, dice la gente que el sol anda en mangas de camisa. tin Dibujo de Juan MI. Sánchez. Aquí está, miren ustedes el cuerpo de este delito!
Queda atónito don Jorge y aunque triste de soslayo (que Agapito vive a lado y siendo contrabandista es el dos que suma a cuatro)
se muestra escandalizado, no vayan a presumir que es socio de aquel complot.
Garfio de luna en el cielo, palidez de nacimiento; por el cañal una brisa corre su mano inquieta, y mil telones se apartan ante un aliento de nubes, corpulentas amazonas de la paz y de la guerra.
Es domingo muy temprano, y al bañar don Jorge al perro ladra el agua del arroyo su inocencia de Cristóbal.
De pronto se oyen cornetas como incendio a quemarropa: todas las aves del mundo se desparraman al viento. Las trompetas del Resguardo, clarinazos de la cárcel!
Don Jorge se sobresalta y de sus manos el trozo del jabón se le resbala. Buenos días. No desmontan aquellos seis caballeros. Nos informan que en su finca alguien mantiene en secreto una saca de aguardiente Como el dueño pide pruebas, lo invitan a que examine el lugar en que ellos creen hay almacén de sigilo. Prueba y culpable tendremos dentro de muy poco tiempo; si quiere le mostraremos de qué manera ingeniosa se valen para burlarse de la ley y de usted mismo Amarra don Jorge al perro que no entiende de traspasos, y con ellos en acorde se dirige al cafetal en cuyo vivo granero crece el plátano lozano y dormitan los insomnios del abejorro solar.
Uno de ellos escudriña ciertas marcas y señales que el delator ha dejado, y al empujar unos troncos va dejando al descubierto el nido de las botellas, gritando con voz de triunfo: Salta la cerca los guardas para dar fin a su caza; el gavilán que se lanza hambriento sobre su víctima, no se lanza con la fuerza con que se lanzan aquellos sobre la choza indefensa.
Desengaño han de llevarse, pues sólo podrán hallar a un mujer parturienta, preparada a defender como una loba su casa.
Tampoco podrán tener recompensa los trabajos de aquellos guardas a sueldo, porque a todo esto un vecino que oyó el clarín vanidoso, abandonó su quehacer y fue corriendo hacia el pueblo a dar aviso a Cascante.
Lo encontró en la iglesia absorto en simplísimas tareas, e hincándose junto a él, entre toses y miradas, faltas de aire y bisbiseos, lo puso al tanto del caso.
Las noticias que son malas no se captan al instante, y la chispa de la furia o la brasa del desastre vienen forradas en verbos que conjuran ilusiones mientras conjugan abismos.
Asi Agapito, escuchando aquel aviso fatal, escuchaba cual un sordo al verano en la tormenta.
Santa blasfemia del hombre!
Sus palabras se derraman en borbotón de eficacia. Vámonos, y si la tocan los mato; dame el machetel Por el camino de vuelta el hombre piensa en su ira. No dejaré que me vean, sino que espiaré lo que hacen, y si la tocan los mato!
Una corriente de lava arrasa todo el camino, y al cimbrar las claraboyas de los árboles gomosos, se desparraman las piapias esparciendo un tiroteo de puro gaznate al aire bajo la tregua del ala.
Ya dobla la última esquina, ya le da un codazo al río, ya divisa un escondite, ya se asoma con cuidado y lo que ve lo detiene, que su mujer no ha dejado que se le acerquen los guardas.
Más tarde supo que había recogido unas botellas que rodaban por la choza, y sobre ellas en la cama se había vuelto a acostar.
Sólo un machete en la mano y un juramento en la boca tuvieron a los seis hombres a raya. Luego se fueron, pero por un tiempo tuvo Agapito que perderse entre pueblos y montañas bajo la incógnita sombra de la distancia difícil, y visitar a los suyos cuando podía: hoy un beso de noche en la frente niña, mañana, en la madrugada, algo de comer con Moncha, después, otra vez al frío, a rodar por los caminos, fugitivo hasta que olviden, hasta que el tiempo le borre la humillación al Resguardo.
Ya volverá; mientras tanto los arados se marchitan como violetas viriles, y en sus manojos de cuna metálica y sudorosa se pudren calladamente todos los sueños que faltan.
Ellensburg, Wash.
1954. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica