284 REPERTORIO AMERICAN cruzar en la esquina, es sorprendido el vi.
sitante al encontrar un muro por delante.
E! sistema de desagüe es central, un ca ño en la mitad de la calle empedrada, al que, toda clase de objetos que no sirven van a parar. Los perros y las gallinas deambulan hambrientos por las calles, encontrando su alimento en estos caños húme.
dos.
La gente indolentemente asillada toma la fresca brisa del Lago en los portales de las casas. El calor es parte integrante del paisaje y a veces se envidia a las mujeres que lavan sus ropas en el Lago, deseando respirar ese aire fresco y húmedo que ellas respiran. El bullicio del día de mercado es intolerable, ahí todo el mundo quiere comprar o vender algo a gritos. Aquí chancho con ipegua. grita un chiquillo de cinco o seis años.
En esta monotonía bulliciosa se van desarrollando transacciones comerciales, que en la escala de valores, ascienden desde elhumilde realito hasta los arrogantes miles de córdobas.
Pero llega la hora de la partida. Suena la sirena del barco que va rumbo a San Jorge, pequeño pueblecito de la costa y como en un eco un pitazo estridente le contesta. El pequeño barquito va a zarpar rumbo a Los Chiles. Atravesamos la empolvada Aduana para ir a montarnos en nuestra embarcación. Los motores con tosido rítmico empiezan a botar humo, enojados tal vez de que los saquen del silencioso descanso en que se encontraban. El sonido rítmico aumenta y pronto tenemos velocidad.
Decimos adiós a San Carlos de Nicaragua. Pueblecito porteño que nos ha llamado la atención por ese ambiente colonial que en él se respira.
Una muchacha joven, de facciones agradables, sentada sobre un montón de sacos de arroz, con un clavel en la mano, agi.
tándolo, nos despide. cuando el día ya no es día, y la noche aún no llega vemos con tristeza perderse en el horizonte las islas de Solentinane, en un perfil desdibujado de la noche que comienza, con los últimos rayos del sol ana.
ranjado que se esconde. Tú y Yo (En Rep. Amer. Esto es lo que somos, de carne, de arcilla, de agua.
Para saltar solitarios entre rocas y ser el espejo de las constelaciones.
les saltaron al muelle, nuestro pequeño barco inició su travesía. El sol con enorme dificultad empezó a brillar suavemente. En las márgenes del río la yerba gigante que lo cubre en toda su extensión fué agitada con furia por la estela de nues.
tra embarcación. Los patos negros que pescaban incesantemente se consumían al oír el ruido del motor. Daba la impresión de que la selva como una mujer pudorosa huía de las miradas escrutadoras de los curiosos. Los garzas al ser alcanzadas por las olas que nuestra lancha formaba, levantaban el vuelo rozando el agua como interrogaciones blancas. La selva era magnífica, su exuberancia impresionante con mi.
les de tonos verdes, hipnotizaba al contrastar con el plumaje brillante de los papagayos, que extrañados, nos miraban desde las copas de los árboles. Las caras de los venados más asustados que nunca desaparecían en el follaje tupido con ruido de ojarasca y palos quebrados. Los sabalos, peces de mayor tamaño que un hombre cuando están adultos, saltaban frente a la popa. Eran arcoiris con vida. Una franja gris en el lomo, rosada en el costado y plateada en el estómago. Se oía un chapuzón fuerte y el sabalo enorme desaparecía, para más ade.
lante saltar o algún otro miembro de la familia.
La mancha de la sardina hacía hervir el agua y al aparecer insinuante la negra aleta de un tiburón, la mancha iniciaba una huída desordenada.
Así, extasiados por aquella salvaje belle.
za, que respiraba lucha por todas partes, entramos en la Bucana. Punto de conjunción del Río Frío, San Juan del Norte y e!
Lago de Nicaragua o Lago de Granada.
El primer golpe de vista es el horizonte que forma el Lago y el cielo azul grisáceo, interrumpido en pequeña parte por las is.
litas del archipiélago de Solentiname. Una ondulación suave balancea nuestro barco.
Es la barra que se forma al unirse las tres grandes masas de agua en la enorme garganta. Tanta belleza y de tan grandes proporciones despierta comentarios en voz alta y exclamaciones admirativas. la izquierda nuestra, llanos inundados que se extienden a través de cinco kilóme.
eros, forman un mar de hierba gigantesco que ondula majestuoso con la brisa del Lago, a la derecha del Río San Juan, futuro Canal en la mente de algunos gobernan.
tes. De anchura considerable, aproximadamente unos trescientos metros en la desem: bocadura del Lago, adelgaza su cauce más adelante, pero nunca será menor de ciento cincuenta metros. Un poco más desviado y al centro, el pequeño puerto de San Carlos de Nicaragua. Construido parte sobre pilotes, y en el que el edificio de la Aduana es el más destacado también cuartel general de la Guardia Nacional de Nicaragua.
Da la impresión este pequeño puerto llave de un pueblito español del siglo xviii.
Las casas de poca altura, cinco metros de máximo, y casi todas de dos pisos, con su portalitos y balcones que dan a las estre.
chas calles. Geranios y tunas componen el adorno de todos estos balcones, en algunos, por el polvo que los cubre como pintura dan la impresión como si nadie hubiera habitado la casa a que pertenecen. El cua.
drante de este pequeño pueblo no existe, las calles arbitrariamente tendidas doblan cuando menos se espera; muchas veces al Ni poco ni mucho.
Adiós al eufemismo.
Sólo que así somos, tú y yo En el día, en la noche, en el cine, en invierno o en verano.
Que nos cambien. Quién lo ha dicho?
Sacrilego a mi paso!
Esa argama de dedos, brazos, cerebros torneada por esos mismos brazos y esos dedos.
Son la clarinada de la aurora palpitando en nuestra sangre.
Es la fuerza ignorada que nos viene de la sombra.
Te lo digo hoy y te lo diré mañana.
No importa, no te ocupes, así somos. con la voz que te dice, estás linda, se te ve precioso tu vestido.
Ya ves, de pequeñeces, en cada una se encierra una grandeza.
Sólo en ellas realiza el genio el fruto sazonada de su mente acalorada.
Recuerda!
Mañana no seremos más que polvo arcilla de otras manos.
Seamos hoy como tú eres, como soy yo, en esta gran comedia de la vida debemos aplaudirnos como los mejores en escena Porque así somos, de carne, de arcilla, de agua.
No ves entonces que hay pruebas suficientes para aceptarnos co mo somos?
No sientes que palpita con más fuerza en cada nota el fuerte aldabonazo de la sangre?
No miras que ya el cielo a pesar de las nubes grises que lo ocultan dejan ver en sus jirones una ronda de luceros. Ricardo QUESADA Costa Rica, 1952. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica