Roberto Brenes Mesén

266 REPERTORIO AMERICANO cuadro adquirió su significación de éxtasis, en medio de un halo de luz blanca que revelaba la visión lejana y maravillosa.
Hilda hizo un nuevo esfuerzo para comprender más aún y sintió que lo más hondo de su ser se entraba en el cuerpo de la extática; cesó de comprender: vió. Abierto estaba el paisaje delante de su vista. Era la presencia de colinas y montañas en un país extraño. la derecha, sobre una de las colinas se destacaba un antiguo castillo y como si alguien vertiese pensamientos y palabras en su entendimiento ella se dijo: Es un paisaje de los Altos Pirineos.
Ese es el castillo de Mirambel que Carlo.
Magno asalto diez siglos hace. Allí está la Torre del Homenaje con el estilo militar de Gaston Phoebus. Paseó su mirada por los contornos y descubrió un riachuelo en cuya orilla izquierda aparecía una gruta, hacia la entrada de la cual, junto a un arbustillo de ojaranzo, estaba en pie la Dama, sonriendo a la aldeanita humilde que, de hinojos, a pocos pasos de ella, oraba devotamente. La misma fuerza interna la llevó a decirse: Esa es la gruta de Massabielle, a la orilla izquierda del Gave. Es el mes de febrero y la aldeanita que no pudo pasar el río, acaba de descubrir a la milagrosa Dama. una tras otras fueron desfilando, llenas de gracia, de inocencia y de maravilla las dieciocho visiones de Bernardita Soubirous, ante la gruta de Massabie! le, donde la encantadora niña, con sus propios dedos cavó la fuente de Lourdes.
Hilda experimentó una profunda sacudida de su sér: estaba ella también ante la Dama misma. Era una inmaculada veste blanca ceñida al talle con una banda azul de cielo, la bellísima cabeza envuelta en un pendiente velo blanco, un rosario de albas cuentas colgando al brazo derecho y apenas asomadas sobre sus pies sendas rosas de oro; el rostro como tejido de belleza y de luminoso encanto, más allá de toda cosa decible. Es nuestra Señora de Lourdes murmuró dentro de ella una angelical sabiduría. iba desvaneciéndose con lentitud la imagen y acentuándose la fragancia de las rosas. Los cantos se percibieron de nuevo, en un pianísimo de distancias inaccesibles, que disminvían gradual.
mente. Las violas, las flautas, los violines, suspiraban amorosas palabras de fe, de profunda esperanza. Música surgía de todas las gargantas y Hilda miraba construírse en lo alto de una extraña basílica el ruego de los peregrinos: Nuestra confianza está puesta en ti. Alabado sea tu nombre Era la selva cantante de la humanidad dolori.
da que a fuerza de agonía y de tortura entreviendo el consuelo de lo alto peregrinaba hacia la tierra bendita donde había caído un rayo de la divina gracia.
La mujer en éxtasis ahora lo comprendía Hilda con perfecta claridad, puesto que se hallaba en su interior era la madre angustiada, el símbolo augusto de todo dolor y de todo sufrimiento. al levantar sus propias miradas por encima o por fuera de esta maravilla Hil.
da sentía vagamente que todo esto se hallaba en su interior advirtió lo que hasta entonces no había percibido: cerníase sobre el paisaje como una transparente coloración de rosa, a la manera de una luz de aurora, a través de cuya flotante masa cruzaban formas cambiantes de tono violeta.
Como de un oculto surtidor levantábanse hacia lo alto, en armonía con el conjunto, nuevas formas errantes, fugitivas, de matices extraordinariamente delicados, interferencias de luz que el tornasol más pu comprenderían la veracidad de su palabra?
ro apenas podría imitar muy toscamente. Un nuevo instinto, como un sacro nardo, Era como una milagrosa puesta de sol exhalaba una fragancia de sabiduría en su en los trópicos, por la variedad de los ina alma: había que callar.
tices, pero más sutiles, más proteicos, más Lo que ahora constituía su mayor riqueen el éter que en el aire vaporoso.
za, la sustancia espiritual de su existencia Hilda bebía con sus ojos aquella música derramaría en adelante un aroma sobre su extraña del color.
palabra, un ungüento de lirio sobre sus acY como si escuchase más atentamen ciones, pero debía operar como la luz de descubrió que en realidad aquella fascina los crepúsculos: dejando invisible el sol.
ción de tonos luminosos iba correspondién. Era esto mismo acaso, lo que embellecía dose con la música de las arpas y las vio tantas vidas en el mundo. Era esto o era las, las flautas y los violines.
algo más bello aún lo que determinaba la Ahora entendía un profundo misterio de aparición de los grandes espíritus de la hulas cosas: la música de las formas, la iri manidad?
sación de la armonía, la interpenetración ¿Era esto, en fin, lo que está más allá de todos estos mundos.
de la palabra?
La felicidad de sentir, de comprender, de ¡Oh! Cómo comprendía la necesidad de vivir todo esto le llenaba el pecho, y en la callar, el alto valor del silencio comparado mitad de un suspiro quedóse suspensa: con la palabra. Se le hizo claro el sentido Por encima de la basílica, enhestábase, de esta frase de algún místico. La palabra del color del ónix y de la transparencia del es de plata, el silencio es de oro.
cristal, una bellísima torre, terminada en No escribiría una palabra acerca de topunta.
do ello.
Ascendía con lentitud y majestad, como Levantose de su asiento y fué a ponerse una potente aspiración del alma, como una de nuevo el sombrero para salir. El espejo, exaltación heroica hacia lo alto, perforan silenciosamente, le habló a los ojos de una do la luz misma. Era la fe, era el entusias belleza superior en su rostro. Ella misma mo, el fuego de amor de la muchedumbre se encontraba extraña. Pero le urgía salir.
en un divino momento del olvido de la tie Iría a pedir un tema diferente.
rra.
La señora directora le recibió en seguiHilda también se hallaba en éxtasis. Es da. Advirtió al instante la transformación ta era la vida. La plena vida del alma.
de las líneas de aquella cara tan llena de Dejó de ver, dejó de oír.
inteligencia y comenzó a preguntarle lo En paz estaba el cuarto de Hilda; había que le pasaba.
en él una saturación de aromas que reite.
Hilda sencillamente le declaró que el te.
raba a Hilda la realidad de su visión o de ma se le había complicado de tal suerte su ensueño. lentamente fué desprendiénque venía a rogarle se lo cambiase.
dose de aquel extraordinario hechizo y vol De una gaveta del escritorio la señora viendo a la posesión de su conciencia diasacó un diferente grabado y antes de poria. Echó de ver que estaba sentada en la nerlo en las manos de Hilda insistió una mecedora y que tenía una página de pavez más en conocer el motivo de aquella pel delante de sus ojos. Recordó que su incomplicación a que la joven se refería. Hiltento había sido escribir una sencilla nada creyó que no debía excusarse y comenrración acerca del cuadro que se le había zó su relato.
ofrecido.
La sinceridad de sus palabras, la gentiPero no lo podía hacer! Estaba demasia leza de sus sentimientos, el sabor de verdo conmovida su alma para escribir. Expe dad que había en sus descripciones encanrimentaba la sensación de un peculiar pu taron a la señora. Cuando la joven hubo dor.
terminado le tomó las dos manos y estre¿Cómo decir estas bellas cosas al mundo? chándola hacia sí entre maternidad y ad¿Cómo abrir de par en par el más íntimo miración, le dijo: Querida mía, la posición santuario de su ser a las gentes que no es suya. Véngase Ud. mañana.
Versos inéditos de Roberto BRENES MESEN CREI QUE ENTENDERIAN.
Fuerzas del bien, como del mal, hincaron Crecieron mis dos libros, como dos en tierra su rodilla coníferas, oteando la hermosura para ofrecerme deliciosas frutas del paisaje, del hombre y de su espíritu.
doradas por el sol de los honores.
Cuán bellos y cuán fuertes y armoniosos Voces del corazón me aconsejaron, los hombres de mi patria!
lenguas de persuasión, dulces y astutas, Cómo los ví desenvolverse, grandes vertieron miel en mi intención sencilla. por su confianza en sí, nobles y rectos. repentinamente dije que sí a la tentación sonriente.
Con la sabiduría, con el saber hacer de otras naciones, Me sumergi en labor. Soñé despierto a fin de que los nuestros, con una patria de preclaros timbres. en nada, a nadie fuesen inferiores.
yo le daría orientación a su alma Con amor a la tierra portadora encendiendo en sus nobles juventudes de dulce fruto y libertad bravia, la aguja de la brújula de fuego cuidado de caminos y de bosques que sólo apunta a lo alto.
ricos en fauna y flor y en las maderas Tienen los campanarios y los mimbres de fina fibra y de fragancia eximia; un algo de la esencia de la llama, con aguas de los montes por doquiera virtud entre virtudes, para regar los valles, la de moverse con el viento suave para nutrir los ríos, mirando siempre hacia el azul cobalto para mover las ruedas hechiceras de la celeste altura.
que cambian en magnéticas corrientes Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica