REPERTORIO AMERICANO 110 Mister (Viene de la pág. 102. to mal profesor; para los alumnos, un imbécil del que se burlaban todos. Empero, tuvimos que abrir bien los ojos, pues en el diario de oposición había sido publicada el domingo una fotografía en que la turba, sanguinaria y recelosa, dudaba entre un pelotón de policías armados de bastones, y quien justamente tenía en los brazos en alto y la actitud de un enfermo de rabia, quien había perdido el asco y lucia la camisa desgarrada. era el oscuro profesor Nos las veíamos con alguien que desplegaba dos vidas a fin de hacer más ardua su identificación. Luego, mirando por casualidad el diario anterior del sábado el desconcierto vino mayúsculo. La facción culpable, dillmos, debe de haber sufrido con la desaparición de su líder: ahí, bajo el título Defunciones, se informaba la muerte del profesor acaecida en la mañana del viernes y los amigos, hermanos, hermanas, tíos, primos y demás relacionados del que fué. etc. invitaban a la traslación de los restos hacia el Cementerio General, cere.
monia que se llevará a efecto a las p.
del sábado, partiendo el cortejo fúnebre de la casa mortuoria, sita en la calle Concha. Podía creerse que ambos fuesen el mismo individuo, cuando es axioma que un muerto el día viernes no puede el sabado a las siete de la noche encabezar una manifestación? De nuevo, el misterioso o empleaba un seudónimo, o no le detenían las responsabilidades, y en este segundo caso, era muy probable que tuviese por cierta una victoria política que iba a ocultar sus artimañas. El peligro, sistió en debelar un ataque sincronizado antes que buscar el primer móvil, si bien, entre aquellas horas agitadas, nos iban llegando indicios sobre el origen, diríanse demasiado risueños y anodinos para marlos en cuenta. Se nos dijo que la congestión del tránsito debióse a un accidente que no pudo ser voluntario, en opinión de numerosos testigos; un taxi sufrió en la esquina de Mercaderes el leve golpe de un automóvil particular; cambio de dirección y, puesto sobre la linea 3, fué lanzado por un tranvía contra el escaparate de una de las zapaterías de la calle Mantas; según testigos, el auto se incrusto dentro, mas, como por arte de magia, tomó nuevo impulso y fué a caer ruedas arriba sobre la pista, y entonces, por segunda vez, le cogió furiosamente el tranvia y le arrastró unos treinta metros hasta volverle una masa de la que no escapó un solo grito. Los muertos fueron el chofer del taxi y una mujer que viajaba en el asiento posterior. Todo había concluido en la esquina del Pozuelo de Santo Domingo, una cuadra más allá, desde donde vino a flotar una quietud de pasmo que envolvió grave y dolorosa a los testigos.
La mujer se apellidaba Díaz Fernández; en cambio, el joven que la tarde del lunes avanzara intrépido contra la policía llamábase Fernández Díaz; aun más, el sábado, cuando las turbas fueron disueltas en el Jirón de La Unión y cuando los rebeldes se guarecieron, unos hacia la plaza de Armas y otros hacia el Jirón Ica, de un viejo balcón de la calle Concha cayó súbitamente un cuerpo que enardeció al gentío. Quién, entre muchos, vivía en aquella casa de departamentos? La bruñida placa rezaba: Profesor Díaz La policía, pues, embargada con la hipótesis de que los disturbios pudieran ser políticos, descubría pequeños y risibles datos de una desgracia familiar. Pasado el vendabal, fuimos en pos del señor Fernández. Su departamento en la endeble casona de escaleras torneadas, estaba cerrado con llavé. Al indagar en la portería, un hombre negóse a responder, entre altivo y justiciero: El señor dijo, es un caballero irreprochable que nada tiene que ver con la policía. Pensamos que el tal se había ganado la voluntad del vecindario, a fin de ser protegido en su conducta: una simple cortina de humo.
Pero las mujeres también se resistieron. Por qué la policía acosaba al señor si no respondíamos a la pregunta, rada obtendríamos de ellas. Forzamos la puerta ante la muda y general protesta; dentro, dos habitaciones pulcras, grandes libros puestos con esmero de coleccionista, y el dormitorio mucho más aderezado que el de cualquier hombre soltero: el efecto del conjunto era de un lamentable mal gusto. Obtuvimos que era profesor del Colegio y, tras confiscar fotografías, pensamos que la tarea iba a ser fácil, pues exhibía una falsa apariencia de preocupación y estudio. Nos las íbamos a ver con un pobre diablo moderno hecho de fatuidad y compensaciones. En el Colegio nos recibió la segurda ironía con la gravedad de la pesquisa: para sus colegas, era un buen hombre y un pues, no había desaparecido el domingo y, antes bien, aguardábamos para el lunes o martes un brote sedicioso, razón que nos impulsó a mandar que la ciudad fuera vigilada por tanques y patrullas. Mas al anochecer del domingo probamos casi la derrota. Así alertas como estábamos, nos sorprendió el completo oscurecimiento de la ciudad, que fuera simultáneo con la violenta interrupción de las líneas telegráfica y telefónica. Nunca ha.
bríamos supuesto tamaña osadía. Pero nubo más. lo largo del día fueron prohibidas las reuniones de más de dos personas y el cese del tránsito fué ordenado a las nueve; no obstante, mañana y tarde, un centenar de automóviles fue detenido en diversos puntos por exceso de veluridad, y todos habían dado la misma justificación. El cadáver del ilustre profesor yacía insepulto desde el viernes porque los investigadores seguían clausurando la calle de su vivienda. muchos se les per mitió el paso en las afueras de Lima y todos lanzáronse luego a recorrer la ciu dad en un endiablado canto de bocinas. Al mediodía amenazamos que de repetir el pretexto nos incautariamos de máquinas y dueños, pero, bajo el oscurecimiento, el centenar de automóviles volvió a desafiarnos: buscaba ingresar a cualquier precio a la calle Concha, lo que venía absurdo al haber nosotros establecido un puesto de vigilancia en las habitaciones de y al no existir cadáver alguno. Indignada por lo que juzgó una broma, dioles la policía caza con motocicletas y carros blindados, sin pensar que los heridos en el tirotco iban a volverse gran material de escánda.
lo para las huelgas iniciadas el día lunes. así, mientras el Ministerio de Gobier.
no emitía contradictorias comunicaciones, nosotros, en las cárceles, vencíamos la obstinación de los acusados que proferian blasfemias contra quienes les impedian sepultar el cadáver, según ellos putrefacto. las dos horas de intervalo restablecióse el alumbrado, a las tres el servicio telefónico, mas, nuevamente, a las diez de la noche las condiciones volvieron a ser idén.
ticas; empero, dado que hasta el amanecer del lunes nadie se aprovechara de tal ventaja, nos percató casi definitivamente de que el móvil no era político.
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carril. Nadie reparó en ellos. Sus ojos mi.
raban cielo y tierra, desde la profundidad de un nuevo sol que parecía la madre del universo; miraban sin ver, como durmien.
do una vida eterna, y cuando les hubo llegado la algarabía del tren, alzóse un indio lento y grave, miró con potencia de águila y se lanzó bajo las ruedas. Detúvose el tren a perder una hora en esclarecimien.
tos; al fin, apenas recomenzada la marcha, STECHERT HAFNER, Inc.
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