114 REPERTORIO AMERICANO Canek Por Ermilo ABREU GOMEZ (Versión inédita, refundida. Envío del autor, en Rep. Amer. María Asúnsolo.
sabe, aunque creo es perezoso. Ya veremos.
celebraba la llegada de las lluvias orientales.
Junto al fogón estaban los amigos: Chumin, el albeitar; Xpil, el sereno; y dos peones de la hacienda, Ramón Balam y Domingo Ganché. En un rincón Exa atizaba las brasas del anafre donde se cocía el mixtamal. Canek y Guy se agregaron a la rueda.
En eso, Xpet dijo. Malo. Estas lluvias tempraneras anuncian pronta sequía. Hay que llenar los aljibes y echar en ellos carbones encendidos para que se mueran las sabandijas del aire.
Después se levantó y deslió en unas jícaras bollos de pozole, endulzados con miel, regalo del cura.
Afuera seguía lloviendo y el agua, a borbotones, iba por las acequias del patio.
Guy y Exa se tomaron de la mano.
por bra gente. Ahora tienes que cuidar a mi sobrino Guy. Es un niño melindroso. No lo dejes solo porque hace locuras que él cree gracias. Dormirás en su cuarto, pues es, además, miedoso. La soledad lo asusta. Mañas, qué sé yo. veces, de noche, se levanta dormido y se escapa y se va por allí y luego cuesta encontrarlo. Cuando despierta no recuerda lo que ha hecho; si se le dice, se enfada y se pone a llorar. Pegándole se aquieta. Para que ría alguna vez, hay que amarrarlo de pies y de manos. Para todo hay gustos. En ocasiones le da por escribir con los dedos sobre el polvo de los pisos. Escribe tonterías que sólo él entiende. Ya verás.
Casi junto con el niño Guy apareció en la hacienda, una niña. Apareció correteando en el corral, entre los becerros. Tenía la carita llena de tizne y las manos sucias. Al medio día acarreó agua para los bebederos y en ellos esparció, manojos de azahares. Por la tarde se juntó con las criadas y se puso a desgranar mazorcas de maíz. Por la noche, sin decir palabra, se acurrucó en la despensa y se quedo dormida. Al día siguiente ronovó sus tareas: correteó en el corral, acarreó agua y desgrano maiz.
Guy le preguntó. Cómo te llamas. Exa, me dicen contestó la moza.
En las charcas del patio Guy y Exa juegan con unos barquitos de papel.
El viento los empuja. veces se van tan lejos que no los pueden alcanzar; de pronto uno naufraga. Es el mío exclama angustiada, Exa. Es el mío responde Guy.
Canek sabe que Guy miente.
Cuando amaneció, Guy preguntó a Canek. Verdad que no hay frío, Jacinto. Anoche sentí frío, niño Guy. Pues yo dormí sin cobijas y sudaba.
En el corral, un venadito, recién nacido, durmió bajo las cobijas de Guy.
Jacinto Canek vivía en una choza apartada del camino. Vivía solo. Se levantaba con el fresco de la madrugada. Salía al patio, lleno del resplandor de los luceros, del aroma de la tierra y del cantar de los gallos. Las campanas de la iglesia derramaban incienso en la paz del campo. Se bañaba tras un macizo de plátanos. Pudor indio. El agua corría entre las guijas, reverdecidas la humedad el tiempo. Luego junto al fogón se calentaba las manos. Canek labraba tierras ajenas. Todo el día duraba su tarea. Casi siempre volvía sin nada: a lo más con unas mazorcas de maíz y algunas vainas de frijol y tal cual pedazo de yuca.
Esto era todo. Llegaba a su choza después de la Oración, nunca antes; tanto tenía que caminar. Cerrada la noche encendía un pabilo.
Con los dedos estiraba la mecha. En el silencio Canek se ponía a oír. Oír no cuesta nada. Oía los pasos de los que volvían de sus labores.
Aquellos leves eran los de la vieja Xpet, la molendera; aquellos arrastrados, de Chumín, el albeitar; aquellos torpes, de Xpil, el sereno. Oía también el ruido de los bolanes que pasaban rumor de hierros, voces y silbidos y el a jetreo de los rebaños que tornaban al aprisco. así se estaba, oye que oye, hasta que el sueño lo hacía cabecear. La hora de queda la daba el cuartel. Había que acostarse. Antes de hacerlo echaba ceniza en las brasas; atrancaba el postigo y apagaba la mecha. Cerca de su cabecera ponía un jarro de agua y un manojo de yerbas olorosas. Al fin se dormía y, entre sueños, lloraba. Luego ni él mismo sabía por qué.
Hay gente nueva en la hacienda. Hoy llegó la tía Charo, hermana de Cleofas, el dueño. Doña Charo es una señora remilgosa y asmática. No conoce varón. Se pasa el dia sentada en el estrado de la casa, toma que toma pastillas de menta y sorbos de tila. Teje una camisa de hombre. Hace años que la teje y la desteje. Nunca está satisfecha. No sabe para quién es, ni falta que hace. Se la pondría a cualquiera, al primero que le guiñara un ojo.
Pero no lo dice; antes asegura que si se casa ha de ser con un príncipe. Menos, nada. No faltaba más. Su carácter es agrio y áspero.
Junto con ella llegó también Guy, su sobrino. Guy es un niño a quien nadie quiere. Parece tonto, casi idiota. La familia dijo. En la hacienda estará bien. Esto es lo que dijo la familia, pero la verdad lo han mandado a la hacienda porque no lo soportan más.
Con sus cosas y simplezas a todos avergüenza. Sus hermanos aseguran que no es hijo de la casa. Recogido. le gritan hasta delante de las visitas. Cuando Guy oye esto, se le humedecen los ojos, pero no protesta. así, sin muchos trámites, en un bolán lo enviaron a la hacienda. Guy trajo una mochila con su ropa dos mudas y unas alpargatas y, entre papeles rotos, el retrato de su madre muerta.
Canek tiene nuevo acomodo en la hacienda. La tía Charo lo llamó y le dijo. Jacinto, ahora no trabajarás en la huerta, que este trabajo lo haga Balán que también Si no sirve lo echaremos y santas pascuas. SoCanek y Guy fueron de caza. Canek llevaba el arco y Guy el morral con las flechas.
Se dirigieron a las madrigueras de los conejos.
Caminaron por el monte y avanzaron hacia un descampado pedregoso, con hoyancos. Las madrigueras estaban ahí. Canek pidió las flechas, pero Guy, tímido, con los ojos dulces, como de conejo, mostró el morral vacío. Canek no dijo nada. Regresaron como si tal coCanek se levantó antes de que amaneciera.
Salió al patio y junto al brocal del pozo encontró al niño Guy. Contemplaba la algazara de los peones. Se había roto la soga y el cubo se quedó en el fondo del pozo. No era posible sacarlo: una y otra vez echaron el garabato. Sus garfios removían el limo, se trababan en los yerbajos, pero el cubo no salía. Canek se ofreció a sacarlo. Lo arriaron entre todos. Su voz se oía velada, como si saliera de la tierra.
Canek comentó después. Desde abajo se ven las estrellas.
Al día siguiente Guy, muy de mañana, dijo a Canek. Oye, Jacinto, se fué el cubo al fondo sa.
La tía Charo dijo a Canek. Jacinto, busca a Guy. Hace media hora que fué a la troje por un poco de maíz. Aquí estoy, tía contestó Guy. De aquí a la troje, muchacho, sólo hay diez pasos.
del pozo. Otra vez. Yo bajo por ti. Tú. De día sí, pero de noche, tía, lo menos hay veinte.
La tía Charo se encogió de hombros. Canek subió la mecha del candil. También yo quiero ver las estrellas.
Se desató un aguacero. Canek y Guy se refugiaron en la cocina, donde la vieja Xpet En la hacienda sólo la tía Charo bebe agua de lluvia; los indios, agua de pozo. Guy trae una jícara con agua del aljibe. Se acerca a Canek. y le dice. Jacinto bebe, yo no tengo sed.
Canek bebió y se humedeció los ojos para que no se le vieran las lágrimas.
Ediciones de CANEK México, 1940.
México, 1942 (en Héroes Mayas. México, 1944 (edición de Manuel Altologuirre. México, 1946. en Literatura Indígena Moderna. México, 1946 (en Cuatro Siglos de Literatura Mexicana. Berlin, 1948 (versión alemana de Ludwig Renn. New York, 1949 (versión inglesa de William Bull. Niño Guy dijo Canek ni una nube; el cielo está limpio. Si no llueve pronto, se perderán las cosechas y vendrá el hambre.
Cosa mala.
Al siguiente día Guy encendió una hoguera y con ímpetu se puso a soplar la columna de humo que subía. Qué haces. preguntó Canek. Nubes. respondió Guy.
Los dos llegaron cojeando: Guy y el Pijas, el perrito más zalamero de la hacienda.
Guy traía un pie vendado y el Pijas una de Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica