262 REPERTORIO AMERICANO re que decir. Lo que tú digas. Como Presidente también respeto la amistad y reconozco sus obligaciones. Habla. Tus adversarios le contestó el otro fulano y zutano, se esconden en mi hogar. Si hay que entregarlos a la justicia, lo haré porque por sobre su condición de correligionarios y amigos personales, soy yo hombre de principios, respeto la ley. Pero previamente deseo invocar en su favor clemencia de parte del amigo Presidente y siempre que el otorgarla no menoscabe sus atribuciones de Gobernante. Qué vas a menoscabar, hombre plicó el Presidente entusiasmado Tú mismo has allegado la solución legal para que se resuelva favorablemente. Nadie pondrá en duda la honorabilidad de tu proceder y sabiendo yo que ellos están en tu casa, esa misma autoridad moral de que tú gozas nos privará de allanarla. Otro refugio hogareño que inspire favor legal como el tuyo no existe en nues to país.
Por consiguiente la búsqueda continuará. Un día se dará por terminada y la opinión pública reconociendo que se han agotado la buena voluntad del Gobierno y de la justicia, se olvidará del asunto. De paso la faz legal se habrá cumplido y eso nos tranquilizará a los dos. Vete a tu casa y quédate en paz.
Retiróse el General Benítez y todo ocurrió con suerte para los dos refugiados. Pero también ocurrió que el Presidente, reconociendo la honorable conducta de Benítez, dedujo que podía esperar más lealtad de éste que de ninguno de sus propios compañeros de tendencia política. De consiguiente, lo llamó a Palacio y le ofreció en forma presionante la cartera de Guerra. El General Fulgencio Benítez aceptó.
Los unificaba el culto de la ley y esta condición les inspiraba confianza.
Pero he aquí que aquella dualidad del Ministro de Guerra entre sus rígidos principios y sus flexibles sentimientos le perseguía de continuo, por más que sea dicho que esta vez supo conciliarlos mejor sin ayuda de nadie.
En efecto, un correligionario suyo y enemigo acérrimo del Presidente se amotinó tan pronto como él ocupó la cartera de guerra. El General Benítez ordenó que lo redu jeran. Con ese propósito se puso en marcha un piquete de soldados en busca del sedicioso. Parece ser que pronto lo capturaron y lo condujeron preso. En el camino, hombre versado en leyes, reclamó el derecho que le asistía de ser escuchado antes de que le sumergieran en la cárcel. Le será otorgado. le contestó el Jefe del pelotón. Entonces contestó el preso como única providencia, la cual espero no me será negada, pido que me permitan visitar al señor Ministro de Guerra que es mi correligionario político y por consiguiente, atenderá las razones que quiero exponerle.
Los hombres, contagiados de aquel legalismo que difundía en la atmósfera, como un fluido el señor Ministro, concedieron lo que el prisionero pedía. Fuéronse en busca de la inisma casa particular del señor Ministro.
Benítez, al saber que quien tocaba su puerta era el prisionero, clamo. Caramba! He impartido órdenes de que lo capturen y lo apresen. Por qué lo conducen a mi propia casa? Que entre. el otro se deslizó. Amigo correligionario exclamó con mucha fachenda el visitante traigo la ley en la mano y exijo cuentas de la razón que asiste el proceder del Gobierno. He sido vejadio el único favor que se me concede es exDespués de tu adiós. Habla!
Recuperando su aire fachendoso, desembu(En Rep. Amer. chó el otro un sin fin de protestas: pretendió Trataré de vivir, si eso es posible: inclusive erigirse en Juez del señor Ministro, seguiré mi destino, tristemente, motejándolo de desertor de un cuerpo de paraunque no estés cerca de mí, tangible tido, nada edificante, por haber integrado el para mi mano abierta humildemente.
Gobierno que presidía un hombre enemigo de la causa que era la que él y el Ministro proFué un largo caminar: los dos unidos piciaban.
vimos ir y venir las marejadas. Antes que hombre de partido soy homEramos fuertes, limpios, decididos bre de la ley. le contestó el Ministro y sirvo e íbamos con las manos enlazadas.
en este momento, como ciudadano, la ley de mi país. Aquí tienes estos documentos en que Luego vino tu adiós. Fué culpa mía?
aparece tu firma conspirando contra el GobierYo no sé nada más que de esa ausencia no, por eso te he reducido. Qué más tienes que debo transformar en energía. de un rogar febril por tu existencia. qué piensas hacer ahora conmigo?
por tu dicha que ya no es más la mía Pedirte que si aceptas mis razones, te y por tu olvido, paz de mi conciencia.
des preso respondió el Ministro muy tranquilamente.
Román JUGO. Pero cómo voy a darme preso si tú Costa Rica, 11 VI 50.
mismo has despedido la fuerza que me condujo?
poner este derecho ante el señor Ministro de Los hombres honrados, cuando delinGuerra. De este lugar pasaré a una mazmo quen, son conducidos por la ley y no por la rra desde donde ya no podré nuevamente ser fuerza de las armas le contestó el otroescuchado.
Aquí tienes el santo y seña. vete a entregar Cálmate, hombre le contestó el Mi te tú mismo; en el cuartel te recibirán.
nistro. Cuántas horas habéis caminado? Se despidieron. Fué informado momentos Durante toda la noche y parte del día después el señor Ministro que el sedicioso fu respondió el otro.
lano de tal, utilizando el santo y seña conve Eso me hace sospechar que tienes ham nido, habíase presentado a las puertas de la pribre le respondió el otro. Trataremos muy sión: manifestando luego el motivo que lo concienzudamente tu caso, pero lo trataremos traía, su propósito de someterse como presisólo después que hayáis almorzado conmigo: diario y que en consecuencia se le había alojasoy hombre de orden y no acostumbro pospo do en la bartolina número tal.
ner mis horas de comida. Aquí tienes una silla; Quedó satisfecho el Ministro. Meses más siéntate a mi lado, come tranquilo y cuando tarde reunió razones legales, de mucha persualleguen los postres, hablaremos.
sión, su buen comportamiento, su palabra juNo sabía el prisionero si era mayor su co ramentada, etc. y devolvió la libertad al preso.
lera o su hambre. La mesa parecíale apetitosa La ley y la conciencia, entre tanto, continua y optó por abandonar por ahora su enojo y ban incólumes.
entre tanto, engullir algunos manjares. Cuando hubieron comido sabrosamente, el señor MiArturo MEJIA NIETO.
nistro le dijo: Asunción, Paraguay. 1950.
Para los que no me conocen (En Rep. Amer. St. Director: Le ruego y agradezco, la publicación, en su importante revista, de las siguientes líneas. Su atentísimo: Telmo Manacorda.
Con la dignidad del silencio, sin poder defenderme, como si asistiera a mis propias exequias, he soportado atropello, acusación y sentencia. La opinión, conducida por cierta prensa, ha manoseado mi nombre, como la autoridad ha agraviado mi hombría de bien. Ahora, siento el imperio de decir algunas palabras, para los que no me conocen, y han podido suponer una sospecha de antipatria precisamente en quien ha vivido sirviendo al país con desbordante patriotismo y las más nobles facultades del espíritu. En la función pública, en la prensa, en el parlamento y en el libro, tengo cuarenta años de dedicación pertinaz a la patria. Cuando renuncié a mi cargo de conservador de las reliquias nacionales, como Director del Museo Histórico Nacional, el gobierno me honró con un decreto, agradeciéndome el celo patriótico puesto en el desempeño de mi función y los grandes servicios prestados desde ella a la República. Como Diputado Nacional por Montevideo, en la 32 Legisla tura, acredité lealtad y prestigio al servicio de la ciudadanía, y gocé de honores y distinciones no comunes.
Por mis dieciocho o veinte libros de renombre internacional, que reviven la vida de los héroes nacionales, he sido altamente considerado por la crítica de Europa y América.
Mi nombradía de escritor me ha asegurado en el continente una estimación literaria y una cotización editorial, de la que podría sentir orgullo el más ambicioso de los escritores. trabajo. vivo de mi trabajo. Con el digno afán de los que nada tienen que envidiar a nadie. La repercusión continental del atropello de que he sido víctima me he dado nuevamente la medida de mi nombre contra la poca suerte que voy llevando en mi patria, a cuyo acervo espiritual creí contribuir con fervor y sin precio durante tantos años.
LAS ACUSACIONES DEL FISCAL Por mucho menos de lo que dijera cualquiera de los catorce oradores de la Bolsa de Comercio, o los de la Federación Rural, me detuvieron en la calle, allanaron mi casa, me echaron encima sospecha y vejamen, pretendiendo forzar la máquina para tratar de cesarme, dando rienda suelta a la injusticia y pro Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica