REPERTORIO AMERICANO CUADERNOS DE CULTURA HISPANICA Tomo XLVI San José, Costa Rica 1950 Domingo de Enero No. Año XXX. No. 1100 En el centenario de Edgar Allan Poe (En el Rep. Amer. Palabras leídas por Andrés IDUARTE en La Voz de América de Nueva York, el de octubre de 1949. Hoy hace cien años que murió Edgar Allan Poe. Llegará el día en que una frase parecida. hace doscientos años. hace trescientos años. diga más al hombre de todas partes que la noticia escandalosa mejor adobada y que el discurso sensacional más sabiamente amanado. Ya hoy la mención del nombre de uno de los más geniales escritores, de una de las almas más hondas y dolorosas que han recogido el drama humano, sugiere y levanta nobles pensamientos en las cuatro puntas del mundo.
Su gloria es universal: nacido en los Estados Unidos, fué consagrado en Francia por Baudelaire; juntos llegaron a todas las literaturas del mundo. Pero su universalidad no quita a la América el derecho de mencionarlo entre sus más altas excelencias, porque en Boston vió la luz, porque en los Estados Unidos gozó y padeció la vida y escribió su obra extraordinaria, y porque la América española lo ha seguido más cerca que nadie, o cuando menos. no menos que nadie. Es mala la fijación geográfica de los héroes del arte o de la justicia, es negativa la parcelación nacionalista o regionalista del genio, cuando va enderezada a retener lo que pertenece a todos los hombres; pero no cuando se hace para levantar la fe de los de casa, y de los vecinos de casa, con el recuerdo de lo mejor y más grande que tienen y pueden tener en común, que son los proceres de la belleza o del bien.
Quien diga, como tanto se ha dicho, que oe no es un poeta norteamericano, no conoce los Estados Unidos, o sólo ha visto la espesura desde lejos, sin ver los grandes palos que la forman. No es un norteamericano común, por supuesto, así como Verlaine, o Pouchkine, o Keats, o Rubén Darío no son franceses, rusos, ingleses o hispanoamericanos comunes. Pero dentro de su universalidad, y en su mismo genio, sobresalen puntos que indican su numerador original o nativo. Poe es precisamente norteamericano por lo que pudiéramos llamar su contra americanidad: su gerio se resolvió en un divorcio permanente de la disciplina del hombre de su país, que le produjo en vida expulsiones de los centros de cstudio, repudios de los periódicos en que trabajó, y negaciones de la crítica literaria antes después de su muerte; en una rebeldía violenta y contumaz contra las convenciones puritanas de sus vecinos, que lo llevó hasta exhibir sus amores socialmente arriesgados, y no sólo a sentirlos; en una pugna con sus amigos y sus compañeros que, a menudo, se asoma en su vida y en su literatura. Quien conozca de cerca al norteamericano sabe que su equilibrio emocional. aspiración de todos y fruto de una organización social basada en el respeto a la ley, mala o buena; en la tolerancia externa Łacia los defectos del prójimo; en la sumisión a la costumbre aunque parezca injusta envuelve una batalla interior que se mitiga en el deporte violento, en la fiesta ruidosa y, a veces, en la protesta de aspecto helado y hondura apasionada. En el país que los no americanos vemos como de fríos moldes de inconmovibles diques, son comunes las tremendas inundaciones y los voraces incendios. Esa plétora juvenil enérgicamente frenada para en las torturas de Poe o en las profecías de Whitman. En Francia, en Italia, en España, en Hispanoamérica, los raros entre ellos puso Darío a Edgar Allan Poe pueden ir viviendo con su sensibilidad en carne viva; en los Estados Unidos la antitesis del poeta entra en más áspera contienda con la tesis de sólido asiento de piedra.
En cuanto a su universo físico, a los subterráneos lóbregos, a las casas abandonadas y mutiladas, a las negras y muertas ciénagas, a las cortinas batidas por el viento, basta andar por la Unión Norteamericana para verlas y para recordarlo. El país de los parques bien trazados, de los árboles peinados, de las carrete.
ras pulidas, de los edificios luminosos, tiene sus rincones sombríos, sus panoramas ásperos.
En la realización del genio de Poe hay ctra realidad norteamericana, y está en la de las mujeres reales que le dieron su dulzura poética y su abnegación maternal: Virginia y la señora Ciemm. Con ingredientes norte americanos fabricó su cielo, y también su infierno.
Pero Poe pertenece también, y de muy particular manera, a la América Española. El libro acucioso de un scholar norteamericano, hoy profesor de la Universidad de Tulane, aclara y enriquece nuestra memoria: me refiero a la conocida obra Edgar Allan Poe in Hispanic literature, por John Englekirk, publicado por el Instituto de las Españas de la Universidad de Columbia en 1934. Abre España el interés por Poe con la traducción anónima de uno de sus cuentos y, enseguida, con un artículo de Don Pedro. Antonio de Alarcón, en 1858, y continúa luego con muchos trabajos, con la inspiración que viene de Baudelaire y de Francia, sobre su obra, y especialmente sobre su prosa; pero Hispanoamérica sigue inmediatamente y toma el primer puesto por sus buenas traducciones, algunas magistrales, y por el contacto directo con la lengua y el país del poeta. Es imposible citar ahora a todos los hispanoamericanos ilustres que se asoman o ahondan en el conocimiento de Poe, y menos el de los que reciben su influencia directa o indirecta, mayor o menor, entre los que se cuentan casi todos los grandes.
Bastará mencionar sólo la clásica traducción de El cuervo, de 1887, del venezolano José Antonio Pérez Bonalde, que aun al inglés o al norteamericano que no sepa español le recordará a lo vivo, si oye leerla, los versos de Poe; la excelente de Las campanas que hace en 1884 el guatemalteco Domingo Estrada; las muy buenas y fieles, recientes, de Carlos Obli41X Edgar Allan Poe Poe Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica