REPERTORIO AMERICANO CUADERNOS DE CULTURA HISPANA Vol. XLIX San José, Costa Rica 1955 Jueves 20 Enero NO Año 34. No. 1164 Herminia Brumana en el recuerdo (Homenaje del Rep. Amer. HERMINIA BRUMANA (En Estampa, Br. Aires II 54)
Tenía el don de la gracia, de la voluntad y de la inteligencia y, como en el caso de ella no era cuestión de hacer las cosas a medias, el cielo le coacedió asimismo una clara y exacta belleza. Hecha de hermosos y grandes ojos castaños, nariz perfecta y labios que sonreían siempre a través del insinuante silencio. Alta, elegante, firme, sellaba sin esforzarse en lograrlo el ambiente en que se hallara. Por lo demás, iba y venía con la vida, haciendo restallar valientemente el fustazo de sus verdades.
Al decir con la vida, significo deliberadamente su plástica humanidad, su arte para captarlo y comprenderlo todo la minucia y el gran problema. Así, abordó largos años, desde las páginas de diarios y revistas, infinidad de temas arrancados a la Herminia Brumana existencia cotidiana, y que ella amasaba con levadura de sutil talento, para ofrecer cimiento recatado. No fué amarga por nalos a la meditación o al deleite de sus turaleza ni rebelde por despecho; sino lectores. Casi siempre fué lo primero, pues amarga de dolor rebelde ante todo sufriHerminia Brumana pensadora escribía miento inútil.
para que los otros también pensasen. En Estaba cerca de Dios por la pura intenesta injusticia o en aquel olvido reparables; ción de felicidad con que siempre inclinaba en este falso alarde de bondad o en aque su alma sobre el destino asendereado del lla dulce bondad postergada; en esta in hombre. Descubría, señalaba, castigaba con gratitud incomprensible o en aquel agrade la pluma a los necios y a los indiferentes, a los egoístas y a los fatuos, y no hallaba piedad alguna cuando su voz recia madura del espíritu, desbordado en letra escrita se desataba como un alud sobre la inercia de los cobardes.
Lo tenía todo para sentirse dichosa, y lo fué intensamente, como cabía a una elegida de su temple, pero nunca olvidó a quienes no lo eran. Gran señora, gran mujer, escritora de límpidos blasones, tenía que resultar también una amiga perfecta y codiciable. No daba por eso su amistad: sólo pudo atraérsela en justa ley aquel que la merecía. Aún joven, la muerte reparó en ella. La vió inclinada sobre su libro póstumo y le concedió una tregua. Larga, dolorosa, terrible. El libro acaba de editarse. Se llama Buenos Aires le falta una calle y, como en tantas de sus obras, intenta reparar con ésta la ausencia de un nombre en la digna majestad de nuestra Historia.
Así fué Herminia Brumana, que tanto nos angustia hoy con la suya. Pero volvamos a encontrarla. Está presente en Palabritas, Tizas de colores, Cartas a las mujeres argentinas, La grúa, Nuestro hombre, en centenares de artículos y notas y en una obra de teatro. Había visto la luz en Pigüé; Buenos Aires le cerró los ojos.
Hilda Pina Shaw.
ma facultad cuando era anciana. Su inte.
ligencia es poco cultivada o más bien destituída de todo ornato. Pero su alma, su conciencia, estaban educadas con una ele.
vación que la más alta ciencia no podría por sí sola reproducir jamás. Yo he podido estudiar esta rara, beldad moral, viéndola obrar en circunstancias tan difíciles, tan reiteradas y diversas, sin des mentirse nunca, sin flaquear ni contemporizar, en circunstancias que para otros habrían santificado las concesiones hechas a la vida.
Tenía, sobre todo, la rara virtud de saber ser pobre, ejercicio éste del cuerpo y del alma tan riguroso, tan esforzado, que más que disciplina humana pareciera menester de santos. es que para esta mujer la pobreza era un acaso, un acci.
dente, un episodio sin importancia, no una deshonra. la llevaba sin sentirla, como se lleva una circunstancia cualquie.
ra que no tiene nada que ver con la raíz de nuestra vida, ni con la solución de nuestra muerte. Era que el estado de ánimo que es la pobreza, no podía posesionarse de tal espíritu porque una fuerza superior lo desplazaba. Me refiero a su fe que la confortaba siempre por una esperanza a quien ella llamaba Providencia y que nosotros explicamos como coincidencia o casualidad de acontecimien.
tos.
Era así, que cuanto más cerca estaba el desaliento, la desesperada hora en que ya no se cree, una mano invisible tendía su palma hacia ese corazón acongojado para que pudiera alzarse nuevamente decir como siempre: creo en mi buena estrella. La Providencia la ha sacado de con: flictos por manifestaciones visibles, auténticas para ella. Mil casos nos ha contado para probárnoslo. anota Sarmiento.
Esta certeza en que debía cumplirse a su hora una especie de justicia superior, esa fe en que no podía quedar desampa.
rada una conducta tan recta como la suya, esa firme convicción que todo llega la trasvasó a su hijo, quien, maguer las tempestades que lo azotaron, a derecho de viento y marea que más de una vez hicieron zozobrar su espíritu, tuvo tam.
bién la certeza, que cumpliría su destino.
Acaso en el rodar de sus días infantiles, en presencia de la fe de su madre, se gestó en su cerebro tan definida convicción, tan rotunda certidumbre, que cuando su po expresar su pensamiento, la frase sur: gió hecha desde el fondo del subconsciente, rumiada por sendos días y noches de prueba. Las dificultades se vencen, las contradicciones se acaban a fuerza de contradecirlas.
Esta figura de mujer tiene además el mérito de no enceguecer con su luz e iluminar sólo su persona, ya que no eclipsó con su virtud al padre de Sarmiento, para quien el escritor tiene un recuerdo cariñoso, nacido más de la ternura que de la justicia. Con toda comprensión se empeña en presentárnoslo en su faz simpatica, olvidándose de sus defectos o acaso haciendo que los estimemos. es que esa mujer tesonera y voluntariosa eligió para compañero de su vida a quien tenía más que todo méritos de su apostura varonil.
Pensó con Goethe que la presencia de un gallardo mozo es siempre algo y pagó el tributo de su amor a la belleza, consagrándole su vida sin una queja, ni un reproche. Enseñó a sus hijos a respetarlo los festejos de su cumpleaños surgen en los recuerdos más puros de Sarmiento. Algunas ramas de la higuera iban a frotarse contra las murallas de la casa y calentadas allí por reverberación del sol, sus frutos se anticipaban a la estación, ofreciendo para el 23 de noviembre, cumpleaños de mi padre, su contribución de sazonadas brevas para aumentar el regocijo de la familia.
Por eso logra ver en el padre más las bondades que los defectos, recalca sus Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica