24 REPERTORIO AMERICANO Con Gabriela Mistral y Germán Arciniegas Apuntes de un cuaderno que nunca fué diarioPor José MORENO VILLA (En Las Españas. México, 29 de octubre de 1949. Gabriela Mistral (Vista por José Moreno Villa. La familia Cosío Villegas, muy amiga de la Mistral, me invitó al viaje. Ibamos Emma primera, Emma segunda, Daniel Cosío, Germán Arciniegas y yo. Cuando llegamos al hotelito que le cedió Ruiz Galindo en Mocambo (Veracruz) eran las nueve de la noche y faltaba la corriente eléctrica. Tuvimos que cono cernos al resplandor escaso y vacilante de unas bujías.
Gabriela es mujer alta y ancha de espaldas.
Su cara no concuerda con los retratos que solemos ver de ella. Es hermosa, en sus sesen.
ta, y de expresiones cambiantes. Cuando está seria, se le caen las comisuras de la boca, imprimiendo a ésta un sello de desilusión; y los ojos se le apagan en un mirar impreciso. Cuando sonríe, esos claros ojos le brillan como piedras preciosas y viven con una vida de llamada y de penetración. La sonrisa de Gabriela inspira confianza. Entre sus labios finos aso.
man unos dientes regulares y blancos, Desde que me presentaron me apliqué al examen de sus facciones con ese descaro impudoroso del dibujante que busca su presa. Dónde asoma lo indio en esta mujer que tanto ama lo indígena? En la nariz, desde luego, pero también en la relación de la frente con los pómulos. En lo demás, nada. Su tez es blanca y sonrosada; su cabello canoso, abundante, cortado y movido por ondas largas, generosas. En su mestizaje domina lo vasco de su segundo apellido, Alcayaga. Su nombre completo es Lucila Godoy Alcayaga. Sin embargo, la lentitud de su palabra es netamente americana, chilena. En esto del tempo, no pudimos influir los andaluces en los americanos.
Creo que nuestra prisa les aturde y les ofende.
Les parece agresiva. no cabe duda de que la lentitud reviste de dignidad y hasta majestad lo que se dice. La rapidez desmesurada del andaluz convierte al hombre en chisgarabís.
Nadie cree que puede pensarse y sopesarse lo que se lanza a tal velocidad.
Vive ahora Gabriela con dos jóvenes, una gringa y otra portorriqueña, que le atienden con veneración. Son como pajes de esta reina.
Durante aquella primera entrevista, los únicos desconocidos para Gabriela éramos Arciniegas y yo; así es que comenzó dirigiendo sus preguntas a Arciniegas después de decirme que se había hecho de mí otra imagen por los relatos. Quién o qué nos reflejará mejor, la fotografía o la obra escrita?
Con Arciniegas habló de Chile, de Colombia, de Italia, de libros de Historia, de situaciones políticas. No llegó a encontrarse entre ambos un tema que le calentase y empujase hacia más allá de los primeros escalones informativos. Dos únicas manifestaciones de Ga briela se me grabaron: su amor maternal por los indios y su preferencia geográfica por Italia.
Pero hubo de grabárseme más otra cosa dicha por ella después, dirigiéndose a mí porque hablaba de un escritor español en términos muy laudatorios. Sin que yo lo esperase, ni hubiese dicho una palabra, me lanzó lo siguiente: Es más español que todos, más que usted y que cualquier otro. Es el que más ha padecido de todos los españoles.
Yo me quedé perplejo porque ni supe ni sé todavía qué había motivado aquella salida. Es que yo había hecho algún alarde de españolismo, o dicho algo en menoscabo de tal literato? Estoy seguro de que no. estoy seguro de que no contesté ni con un movimiento de la cabeza. Me condolí, interiormen te, de que no hubiese calado mejor en la psicología del aludido y nada más. Sólo después de seguir ella ensalzándole pregunté. lo que hizo con lo cual repuso: Ah, y bien que se lo afée. Me oyó en París las cosas más duras. se las aguanto humildemente, reconociendo que yo tenía razón.
Este breve sobresalto dialogal, aunque me distanciaba de Gabriela por la diferencia de criterio, lo dejé pasar y hasta procuré borrarlo, porque yo no venía a discutir cómo éramos los españoles, sino a ver como era ella, por fuera y por dentro.
Como la luz eléctrica no se recuperaba, y estábamos cansados del camino, la charla duró poco más. Yo quedé en volver al día siguiente para tomar un dibujo de su cabeza. las diez de la mañana nos presentamos allí todos los expedicionarios. Gabriela tenía visita, y yo propuse a Germán Arciniegas unos minutos de reposo para sacarle el retrato que le correspondía. Era preciso atraparlo pronto porque se iba aquella misma tarde en avión a dar una conferencia en México. Arciniegas tiene el aire y las facciones de un jesuita vasco.
También en el sigue vigente el apellido. Tal vez en sus ojos pequeños y oblicuos asome la veta indígena, pero no es acusada. Sus manos me llamaron la atención por lo grandes y fuertes; como las de su paisano (por lo vasco, no por lo colombiano) Juan Larrea; con el cual coincide, además, en la vivacidad e inquietud mental. Su palabra es fácil e inquisitiva.
Cuando me lo presentaron, el día anterior del viaje, en el Fondo de Cultura Económica, nos dijimos: Somos colaboradores y no nos conocemos. En efecto, yo había dibu jado unas cuantas ilustraciones para su libro Este pueblo de América. a la editorial estaba pidiendo en aquellos momentos la entrega de mis originales.
Arciniegas tiene actualmente 49 años. Está calvo, pero se le ve resistente y muy activo. Le han traído y llevado sin descanso en estos días en México; y él dice que no sabe negarse, que si hubiera sido mujer hubiera manchado el nombre familiar, porque a todo dice que sí.
El dibujo que le hice en aquellos minutos responde con exactitud a su cabeza. Cuando se lo mostré dijo resueltamente: Este soy yo. Palabras que demuestran lo férvido de su temperamento. Era una afirmación mayor de la que yo esperaba; una afirmación de entusiasmo, que rebasaba la realidad. El dibujo se le parecía, pero no podía ser él. Qué distinta exclamación de la que tuvo Paul Valery cuando le presenté el suyo: Visto y aprobado. Mesura fría del francés que recuerdo ahora junto a la desmesura cordial del colombiano.
Sentí que se alejara tan pronto este nuevo amigo. Es un contento hallar gente de su calidad y de su nivel.
Las interminables visitas no me permitieron hacer el dibujo de Gabriela Mistral aquel día. Lo pospuse para el día siguiente. Pero estaba escrito que fracasase en mi empeño.
Cuando al fin nos dejaron tranquilos frente a frente, me convenci de que mi esfuerzo resultaría inútil por la constante movilidad del modelo. Gabriela no cesaba de hablar, y con el habla se movía y cambiaba; no mucho, pero lo bastante para impedir la continuidad de una línea.
Me contó la tragedia de su sobrino en Petrópolis, que se suicidó a los 17 años, víctiina de la xenofobia de sus compañeros que le inculpaban de ser demasiado blanco. Me leyó Partner Germán Arciniegas (Visto por José Moreno Villa. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica