REPERTORIO AMERICANO 163 SELECTA SOON NGA La Cerveza del Hogar SELECTIE EXQUISITA SUPERIOR escribo. Finalmente, por la vereda que, partiendo de la estación, se internaba en el monte, vino hasta mí un caballo. LU montaba un niño. Quizá yo debí haber di.
cho que fué el niño quien vino hasta mí, montado en el caballo. Pero no sé si por.
que era un niño muy pequeño y porque el caballo era muy grande. o por ambas co.
sas. la impresión que me produjo el he.
cho es la que anoté primero. El niño me explicó que el caballo era todo lo que me enviaban mis clientes para que me con.
dujera a ellos. Yo protesté, pues se me había ofrecido un guía, sin obtener de aquel hombrecito más que esta respuesta: El camino lo lleva. Además, el caballo conoce el camino. Alentando una súbita es.
peranza, aventuré yo una pregunta. Ud. No vuelve conmigo. Yo vuelvo más tarde contestó muy decidido, el niño.
No hubo más remedio. Miré, con cierta inquietud, al caballo. Ya puedo empezar a decir mi caballo. Era grande, macizo y, además, alazán. De un modo casi he.
roico (por aquello de que nunca he sido buen jinete. salté sobre la montura. Lle.
vaba yo en la mano una máquina portáti!
de escribir. Con la mano libre así la rien.
da y, mirando con aire valeroso al niño que me despedía con una sonrisa iróni.
ca le di un talonazo a mi caballo.
Todo marchó bien, al principio. Mi ca.
balgadura escogió, de entre su repertorio, un paso picado y regular que se avenía muy bien con mis deseos. La verdad es que si hubiera decidido galopar o arrastrarse por el suelo, no sé cómo hubiera podido hacerla variar de criterio. Durante una hora, más o menos, pude comprobar que el niño no se equivocó al ponerme en manos del camino y del caballo, pues ellos dos me estaban llevando con toda feli.
cidad a mi destino.
te, abandonando mi indiferencia, animé al caballo para que continuara. Primero uti.
licé la voz. Luego, los talones. Finalmente y lo recuerdo con vergüenza me pare.
ce que arranqué una rama de un árbol para golpear al animal con ella. Todo, todo ese aguacero de gritos y de ultrajes. lo soportó mi caballo estoicamente. No se movió ni una pulgada. Fué más fuerte su resistencia que mi acometividad. Por fin sudoroso, cansado y enronquecido, yo me rendí. Quedé, sobre la montura, colgadas las manos (en una, la maniquinilla de escribir; en otra, la rama agresora. Y, entonces, mi caballo, comprendiendo comprendiendo. que mi papel había concluido, actuó. No hacia el puente. No. Hacia atrás. Desando el camino, por un buen trecho. Siguió a lo largo del río. Buscó y encontró un vado que é! sabía que existía y, con suavidad, cruzamos la corriente. No me mojé, siquiera, las suelas de los zapatos. Cuando entramos al pueblo, ra.
to después, todavía duraba en mí la confusión. Tenía que hacer algo. Tenía que pedir perdón. Tenía que reconocer mi estupidez. Tenía que pronunciar una palabra que mi caballo pudiera entender. Te.
nía que hacer un gesto que le supiera a desagravio. No bastaba, no, que hubiera arrojado lejos de mí como si me quemara la mano, la rama con que lo había castigado. No era suficiente el que le hubiera dado, lleno de gratitud y de rubor, unas palmaditas sobre el lomo. No. Era necesario algo más. Algo tan grande como lo sucedido. Algo digno de lo que él había hecho por mí. Pero ¿qué hacer? través de los años y son muchosque han corrido desde entonces, el problema ha quedado en pie. Yo estoy en deuda.
Estoy en deuda con un caballo. Estaré, también, en deuda con todos los caballos. con todos los animales? No sé cómo contestar a esas preguntas. No sé, todavía, concretamente, qué gesto o qué palabra saldará mi deuda. Pero he decidido hacer lo que ahora estoy haciendo. He decidido escribir. He decidido contar, así, simplemente, la historia. Poniéndome yo en el lugar que en ella me corresponde.
Y, sobre todo, poniendo al caballo en el suyo. Para un hombre corriente, esto qui.
zá sea demasiado. Para un hombre agradecido como yo no es bastante. Pero, por ahora es todo lo que se me ocurre.
Esto. Sólo esto. Nada más que esto: rendir homenaje a un caballo. San José de Costa Rica, 1951 aquí viene lo que constituye el motivo de mi homenaje. Lo que me obliga a va.
riar el propio estilo en que escribo. Lo que me hace olvidar la ironía que sólo tengo derecho a usar contra mí mismo para ponerme serio. Muy serio. Como se debe uno poner al hablar de un animal. Porque los animales no dan risa. No deben roducirla. No pueden hacerlo. Porque ellos no ríen. Ni hacen reír. Hacen, a veces, llorar. Pero no hay hombre en el mundo que tenga derecho a ridiculizar a un animal. somos muchos muchísimos los hombres que tenemos motivos para respetar a esos seres que llamamos desde la convencional cúspide de nuestra razón irracionales.
El camino ese camino que, junto con mi caballo, me llevaba desembocaba en un puente. Quizás no debo llamar puente a un simple tronco de árbol extendido, lado a lado y a unos dos metros de altura, sobre un río. Al llegar a ese punto, mi caballo se detuvo. Firmemente. Tercamente. Decididamente. Yo, razonando desde lo alto de mi humana y superior inteligencia un tanto crecida, quizás, por estar montado también sobre el caballo decidi seguir adelante. Si el camino ese que me Hevaba. desembocaba en ese tronco, mi lógica me indica que, sobre el tronco, como dos artistas de circo, tendríamos que cru.
zar el río mi caballo y yo. Por consiguienMinucias de Historia Por Rafael Heliodoro VALLE (En Rep. Amer. Ahora que va a celebrarse el tercer cen Llanto y más llanto sea la armonía, tenario del nacimiento de Sor Juana Inés de viendo ocultarse tanta luz febea, la Cruz. brillo estelar en el cielo de la poe pues aun el parosismo en mi agonía sía de América repitamos, aunque fragmen podrá pasar por sílaba en la idea: tariamente, las octavas que Lorenzo de a débil eco, fuerte fantasía, las Llamosas peruano de Camaná dedicó mudo elocuente sustituto sea a la Décima Musa, con motivo de su muerte. que en el dolor de una deidad perdida, Don Lorenzo fué llevado por los jesui habla mejor el alma, que la vida.
tas a España, allá refinó su talento, y ostenCuantos debemos cuna al Nuevo Mundo, taba el rumboso título de Teniente por Su duplicada su pérdida sentimos; Magestad de la Comisión de sus Festejos pues de sus creencias en el mar profundo Reales. Conocía la técnica para escribir todo el tesoro del saber perdimos: versos. Ha llegado la oportunidad para re bien que felices, con favor segundo, petir las octavas: sus inmensos caudales recibimos, que admitió los talentos en dos modos, Yo, que del Rimac la dorada arena, por todos ella, y ella por todos.
besé inculto, con labio balbuciente, Llorente en su Historia del Perú bajo sin que chupase con mi ruda avena los Borbones como dice Mendiburulíquido desperdicio a su corriente: o mal, o en vano, con mi triste pena cita ligeramente a Llamosas y dice que fué nombrado ayo del Príncipe de Astupodré alternar en coro tan candente; rias reinando Felipe pues aquí cada genio arrebatado tiene el arte, u ocioso, o perdonado.
Washington, Julio 1951. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica