REPERTORIO AMERICANO 211 SELECTA La Cerveza del Hogar ELECIT EXQUISITA SUPERIOR burrillo para aclarar confusiones, por temor de que lo llamen retardatario. así multitud de casos más.
El resultado es que no hay elemento de la educación que no se sienta intangible. Una red de intereses aprieta su millar de hilos en torno a los problemas. El que desea ver claro encuentra ante todo, una multitud que discute. lo peor es que cada cual tiene una teoría, cita autores, hojea libros. La madre conoce a Freud, el maestro menciona a Claparede, cualquier muchacho discute sobre la crisis de la pubertad. Un hombre sencillo, padre de dos chicos que van al Liceo, vino a verme en días pasados con una peregrina pregunta. Puede decirme qué cosa es un complejo. Cuando observó mi sorpresa explicó. Es que los muchachos no me dejan. Si piden para el cine y no les doy, si les niego permiso para ir a una fiesta, si les llamo la atención, me amenazan con que les va a dar el complejo. Quiero saber lo que debo hacer.
Ese buen padre no sabía que su problema es el de todos los padres y los educadores del presente. Mejor: el de la humanidad actual.
La duda, engendra la neurosis, mal del siglo y aquélla nace de la discordia de las soluciones, de la multitud de respuestas que acuden desde ángulos diversos y con igual fuerza probatoria ante cada problema de la vida contemporánea. El fenómeno se vuelve general siempre que una etapa está a punto de hacer crisis; en ese momento indefinible que precede a los grandes derrumbes, cuando todavía están vigentes las fórmulas del pasado representadas por la moral y sin embargo están llegando ya nuevos planteamientos, presentes en la psicología individual o colectiva. Como el equilibrio saludable del hombre normal sólo se logra por una plena realización de lo psíquico dentro de la norma social, un acatamiento de lo personal por el grupo, el resultado de la disconformidad es la neurosis. Stekel, con su claridad proverbial, plantea el problema sobre un terreno que no admite controversia: La neurosis dice que significa la voluntad de ser otro, representa siempre un ensayo frustrado para hallar una solución individual al problema social.
Los hombres de esas épocas que he dicho marchan como un carro cuyos caballos anduviesen en direcciones opuestas: dudan, trepidan, zigzaguean; son mixtos de pensamiento.
ambiguos en los afectos y, lógicamente, híbridos de la voluntad. Así fueron los humanos europeos en las postrimerías del XIII y en el siglo XIV, cuando la Edad Media se precipita ba hacia el Renacimiento. Así somos nosotros, cuando una Edad Moderna prematuramente envejecida se dispone a desembocar en imprevisibles soluciones. Nadie escapa a las mandibulas de la tenaza: la luz de hoy se debilita y extingue entre el amanecer del día siguiente; cualquier arrapiezo con la impertinencia que da el leer un solo libro, pretende alumbrar con un fósforo los inmensos espacios siderales. El impulso no va, sin embargo, más allá de dos pasos, porque luego se angustia, mira hacia atrás vuelve a su libro, como niño a la madre. En un clima así, el héroe no prospera, porque la heroicidad es persistencia entusiasmada en el trayecto de una sola solución.
Voy a permitirme aplicar ese panorama a un problema concreto de la educación, para que se perciba la raíz primordial del que con templamos. Imaginemos primero a un padre de fines del siglo pasado. Veamos su mundo mental: se siente el soporte exclusivo del hogar, cree en la misión que ha venido a cumplir, piensa que su deber es trasmitir a los hijos la herencia física y espiritual que recibió de sus padres. Lee poco, es bastante rudo, casi un igno.
rante: pero no duda. menos aún cuando se trata de la formación de sus hijos. En un rincón, colgado de un clavo sin que nadie se asombre de ello, porque está en todas las casas, hay un instrumento de castigo. Ahora bien: Imaginemos que el hijo mayor, adolescente de 14 años, roba unas monedas en la casa vecina y es descubierto. Me parece innecesario decir lo que sucede: el padre toma el látiga y fustiga al hijo; después, como piensa que hay que cortar de raíz la mala si miente. se lo manda al Jefe Civil para que lo encierre y, sobre la mar.
cha, empieza a gestionar con el Presidente del Estado las facilidades para mandarlo al dique o someterlo en un colegio de fama. Es decir: con calabozos.
Así sucedían las cosas, en verdad, y hay multitud de personas que lo saben. Pero lo que interesa a mi propósito no son los hechos en sí, sino lo que estaba en la mente del padre, la madre, la familia y el grupo social mientras acaecían. Todos, absolutamente, inclusive el mozo que sufría el castigo, est an una relación inseparable entre la falta la represión. No había la más pequeña duda acerca de que eso era lo que se necesitaba. lo que convenía. lo que debía hacerse. Por ello, terminado el castigo, el padre sentía que había cumplido su deber. un aura de satisfacción lo invadía. Su paz mental no se alteraba, simplemente, porque no había, en ninguna parte, un concepto contradictorio que planteara la pugna afectiva o intelectual. Lo curioso es que el hijo tampoco sentía la necesidad de protestar. También quedaba en paz.
Veamos ahora, el mismo caso en nuestros días. El padre actual de cuarenta años, fué educado conforme al modelo anterior, pero apenas comenzaba la juventud cuando se enfrentó a una multitud de soluciones nuevas para todos los problemas. Insatisfecho como estaba porque tal es el clima del hombre en los períodos transitivos se inclinó a ellas con pasión: mientras más distintas eran las soluciones a las respuestas tradicionales, más le deslumbraban.
Algo había en Venezuela, además, que le daba singular atractivo a las nuevas fórmulas. Era la presencia de la máquina gomecista, corona de un horrible pasado, flor de la podredumbre acumulada por las generaciones anteriores.
Frente al hombre de chafarote surgía como ideal el hombre del libro; frente al látigo del castigo crecía el modelo hermoso de la enseñanza persuasiva. Hubo un momento en que ser intelectual, amar la ciencia o cultivar el arte, significaba hacer la revolución. era lo cierto, porque así se abría el único camino estable para que el país aborreciera y superase la ignominiosa oscuridad pretérita.
Un hombre, pues, a quien formaron conforme a los métodos viejos pero que se impuso a sí mismo las soluciones nuevas, lleva en el alma, siempre latentes, dos respuestas discordantes cuando de educar se trata. Por eso si el hijo roba las monedas, surgirán ante él, no uno, sino varios caminos. De un lado, el impulso y la creencia de que debe castigar enérgicamente para extirpar de raíz la mala simiente. de otro, la teoría persuasiva para actuar por el convencimiento. Las respuestas ya no serán una sola como en su padre, sino tres, y por lo tanto, cualquiera que siga le planteará problemas anteriores. Esas tres actitudes serán: el castigo corporal, y la preocupación por el concepto del grupo le desvelará después; la actitud comprensiva, delicadamente pedagógi.
ca, y su conciencia le reprochará haber sido débil; la abstención, y el hecho de haber faltado a su deber pondrá su autoridad en un disparadero.
Pienso que las personas a quienes estos problemas no les preocupan por serles desconocidos, pueden imaginar que exagero. No es para ellas, precisamente, para quienes hoy escribo.
Los padres, las madres, los maestros, profesores y representantes, saben hasta dónde es cierto cuanto voy diciendo. Ellos se dan cuenta, además, de la extraordinaria entidad que tiene el fenómeno. Quienes ejercemos el Profesorado con afecto sincero, recibimos en pago la noble consideración y la fresca amistad de nuestros alumnos. través de ellos seguimos con pupila siempre clara, las deficiencias domésticas y es por la preocupación que nos merecen, como llegamos frente a los padres. Son muchos, muchísimos, los que oímos en la actitud desesperada del que no encuentra qué hacer. No saben ellos, de cuantas soluciones aparecen en sus mentes, cuáles debe seguir. Están en juego el beneficio de sus hijos pero también la defensa de sus hogares.
Ante esta falla fundamental para educar, que no es de un hombre, de un grupo o una generación sino del tiempo, la salida no está en predicar un violento regreso al pasado, ni en una impremeditada adhesión a toda novedad. Tampoco, debo advertirlo, en una solución que tome retazos de aquí y de allá. En estas cosas no sirven los productos medios, como en la Aritmética. El camino que entreveo está en la creación de una escuela que se adecúe al hombre y al medio venezolanos en primer lugar, que responda con soluciones eficaces a sus características y que, al mismo tiempo, sea un puente de unión entre el uno y el otro.
Mientras no logremos eso, estaremos forman Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica