Joaquín García Monge

REPERTORIO AMERICANO 281 Hacia la patria más profunda Por Antonio APARICIO (En el Rep. Amer. Paris de Enero de 1952 pecto este de su personalidad del que Señor buenas pruebas quedan en su obra El Joaquín García Monge hombre y la Encrucijada, tan lleno de Repertorio Americano noble inquietud por el presente y el por.
San José, Costa Rica.
venir de América.
Como tantisimos otros españoles, yo Distinguido maestro: también me siento en deuda con el ilus.
Me permito poner en sus manos un tres guatemalteco que desaparece.
artículo sobre la muerte del ilustre de Reciba usted, admirado García Monge, mócrata guatemalteco Licenciado Enri la expresión de mi mayor respeto y es.
que Muñoz Meany, acaecida en esta ciu timación.
dad el día 22 de diciembre del año 1951. Muy atentamente suyo, Me unió una honda amistad con este gran luchador a través de la cual pude Antonio APARICIO conocer en él, además del diplomático y del politico nada común, a un espiritu 12, rue de Pierre Mille, de excepcional dignidad intelectual, as París XV.
BAIXES Enrique Muñoz Meany Los últimos días del año que pasó fue.
ron los últimos de vida para Enrique Mu.
ñoz Meany. Murió en la Francia que é!
amaba e idealizaba, un día de invierno crudo y oscuro, ya a la puerta de unas pas.
cuas que habían de ser tristes para todos los que fuimos sus amigos. La noticia corrió de un extremo a otro de París y na.
die quería en los primeros momentos so meterse a ella, darle crédito. Pero al salir a la superficie en la estación Courcelles del metro, se veía, en el balcón de la casa que fué suya, la bandera de Guatemala a me.
dia asta, batida por el viento frío, mojada de sucia lluvia invernal. no se podía ya buscar refugio en la incredulidad para re.
chazar la noticia. La sonrisa de Enrique Muñoz Meany había cesado para siempre, su bondad había pasado a ser un recuerdo en algunos corazones leales. Había muerto el amigo verdadero, el insustituible. La prensa de París habló de él recordando al ministro plenipotenciario ante Francia, al Presidente de la delegación de su país an.
te las Naciones Unidas, al gran oficial de la Legión de Honor. Fue realmente esa su vida? Yo sólo había visto en él algo muy distinto: un hombre cuyos actos y cuyas palabras fueron siempre el claro reflejo de la verdad más pura. ahora, repentinamente, me parecía verlo subir una suave colina distante, volver los ojos hacia atrás, sonreír por última vez, despedirse con a.
quella mano suya siempre cariñosa y descender despacio hacia el otro lado de la colina, hacia el invisible, hacia la muerte, la patria más profunda al decir de Luis Cernuda.
Durante los primeros días que siguieron al de su muerte, no pude pensar ni recordar nada, hundido en el foso de la triste.
za, aquel donde no puede haber calma ni equilibrio. Pero cuando el día 27 de diciembre el órgano de Saint Philippe du Roule empezó a invadir las naves de la iglesia y a hablarle de Enrique Muñoz Meany a los altares enlutados, a las capillas de luz vacilante y a las figuras del Descendimiento de la Cruz pintadas por Chaseriau, vol.
ví a sentir a mi lado al amigo perdido. Como Fuchik, el héroe checoeslovaco, Muñoz Meany no aceptaría asociar su espíritu al ceremonial de la muerte. Cerré los ojos para no ver al mitrado de hábitos rojos que gesticulaba y rezaba, a los sacerdotes que iban y venían de un lado para otro; para no ver la gran cruz negra, las múlti.
ples luces temblorosas, los paños mortuorios que inscribían sobre los muros dieciochescos las iniciales del amigo que se iba.
Todo lo que estaba allí iglesia, clero, nada tenía que ver con el espíritu del cuerpo que había muerto. Beethoven cantaba en el órgano su Kyrie eleison, de un júbilo dulce y melancólico a la vez, y yo imaginé entre las voces del coro la de Enrique que nos decía a todos con las mismas palabras de Fuchik: No coloquéis sobre mi tumba un ángel de tristeza. Mozart había subido también al órgano y desde aquella altura bajaban notas de una armonía tan diáfana, tan cristalina, que había luz y alegría grave en la plata de cada sonido. Que la tristeza jamás se una a mi nombre. Si pensáis que las lágrimas pueden borrar el triste torbellino de la pena, llorad un poco.
Pero no sintáis pena. Así había hablado Fuchik y así me parecía oír decir ahora a Enrique. La ceremonia seguía su curso haciendo levantarse y sentarse una y cien veces a los asistentes, y finalmente los sa cerdotes dieron una última vuelta en torno al féretro y desaparecieron hacia la oculta sacristía. Fuera, una banda militar y un destacamento de soldados de Francia rendían también su último homenaje. Trina.
ban las cornetas lúgubremente pero yo sa.
bía que ya Enrique Muñoz Meany no esta ba, no podía estar allí, actor del espectácu.
lo mortuorio. Pasaban los autobuses llenos con el público de la mañana de la gran ciu dad, los taxis veloces, las bicicletas del francés agrio, y los balcones de la ancha plaza de Saint Philippe se abrían para dar sitio a quienes querían contemplar la es cena. Cuando pude alejarme sentí que En rique me acompañaba. Dulce paseo último a través de París. Las calles y el cielo es.
taban lavados por la lluvia, el aire era transparente. Habíamos llegado a la Mag.
dalena y estábamos delante de unos quioscos de flores. Mire, Antonio, esas rosas. En Guate.
mala. El paisaje, los hombres, el porvenir de Guatemala! Era su tema preferido. Había colocado en su sala de trabajo unos mapas antiguos de sus tierras americanas pero para hablar de ellas no miraba hacia los mapas sino que parecía mirar hacia dentro de sí, hacia el rincón entrañable donde las llevaba. En Guatemala. Qué poco se había podido hacer toda vía en Guatemala. Qué vasta obra quedaba por hacer. Si Jacobo tuviera suerte podría hacer mucho, mucho! Habíamos baja.
do por la rue Royale, habíamos atravesado la Plaza de la Concordia y subíamos ahora lentamente por los Campos Elíseos, tenien.
do en frente, a lo lejos, el Arco del Triun.
fo. entonces, como varios meses antes al recorrer el castillo de Chantilly, era otro tema predilecto de su alma el que surgía: Francia, la bella, la eterna Francia. Para Enrique Muñoz Meany esa belleza y esa eternidad de Francia no había sufrido ja.
más mella alguna, ningún eclipe. Oyéndole a él era otra Francia la que aparecía ante los ojos y yo me sentía avergonzado de lo mezquino de mi admiración, de mi reserva peninsular a cantar unas glorias que yo no veía inmarchitables. Alguna vez había.
mos atravesado la ciudad cruzando por pla.
zas y bulevares invadidos por la multitud revolucionaria, le peuple, en la que estallaba el viejo grito de ¡Vive la liberté! y la vieja Marsellesa nunca envejecida, y Enrique sonreía entonces como un ángel huma.
no que contemplara la extensión infinita de la hermosura. veces, en algunos ac.
tos donde era invitado a hablar, cuando la duda alguna su obra no ocupa mucho espacio, si se juzga la grandeza por la extensión. Pero del fárrago hugoliano no queda gran cosa. En cambio todo perdura de la obra de Nerval o de Rimbaud.
No quiero terminar este homenaje sin hacer sentir mi deseo de comprensión y de estímulo entre la Francia y los países de Latino América. Los franceses de hoy ya no debemos creer que por haber ejercido nuestra Literatura una gran influencia so bre la Literatura hispano americana, no tenemos nada que aprender de los america.
nos. La Francia es un viejo pueblo que conserva aún juventud y energías, pero ella ha perdido bastante de su espontaneldad de pensamiento, de su ímpetu inicial.
En cambio América es toda vida desbor.
dante, y si es verdad que ésta ha aprendi.
do algo de Francia, nosotros ganaremos mucho con el estudio que emprendamos de la Literatura moderna y de vanguardia creada en Hispano América. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica