Roberto Brenes Mesén

REPERTORIO AMERICANO 51 Agencia del Repertorio Americano en Guatemala, LIBRERIA MINERVA químedes) el historicismo y más concretamente, el diltheyano, no lo hacemos en actitudes dogmáticas ni como si se tratase de un sistema de metafísica cerrado.
Lo hacemos, sí, considerando la razón histórica como un sitio de arranque o como un haz luminoso, destinado a enfocar la vida y sus meandros todos, y hasta sus mismas oquedades. Pero, permitasenos agregar algo, que pugna ya por salir de nuestros labios, como la crisálida cuando rompe las envolturas que la aprisionan.
Con la razón histórica, agotados que sean los niveles todos de la temporalidad, podemos del mismo seno de esta temporalidad extraer las raíces eternas y trascendentes que allí duermen, no sin proponer al pensamiento filosófico, la encarnación del verbo, o sea, la histórica realidad de Cris.
to, como el símbolo supremo de la verdad en la vida.
En reciente edición de El Imparcial, diario editado en nuestra querida Guatemala, leímos un estudio de David Vela, con el título de Martí evocado por Gilberto Valenzuela. Trátase de recoger en tan oportuno ensayo, varias impresiones del genio y mártir de la libertad de Cuba, sobre una excursión que hizo a las mismas selvas, a la sazón vírgenes, de aquella ubérrima tie.
rra centroamericana. De esa publicación, reproducimos aquí algunos conceptos de la filosofía de Martí, heroica. y comprensiva, como suya, ya que esos conceptos encarnan triunfalmente, las deshilvanadas ideas nuestras: 59 Avenida Sur Nº 29 gummum EL ERIAL La vida es el constante empleo: el agrandamiento por el roce; el obstáculo, jamás la caída, a no ser victoriosa; la obra permanente, el ir, triunfo eterno, montaña arriba, roca adelante. Esta es la vida; y reverdecer y extenderse son los perpetuos deberes de los árboles.
Flor de humanidad Por Roberto BRENES MESEN (En Rep. Amer. Atención de Da Ana Maria de Brenes Mesén. comenzó como en los extraños cuentos de Oriente se comienza: érase un reino desdichado que gobernara un príncipe temido a quien nadie conocía. Su poder, como la impalpable luz, se dilataba por la extensión del reino, porque en donde quiera se le sentía presente e invencible. De dónde había llegado. Cuándo había entrado en posesión del cetro y ceñido la coro na? Lo ignoraban los gobernados.
Los viejos y hermosos parques, los jardines espléndidos de donde se extraían las esencias con que aquella región derramaba la exquisita embriaguez del aroma sobre el mundo, ahora comenzaban a quedar desiertos.
Desde que el principe encantado empezó su reinado en silencio un secreto dolor errante sofocaba toda ventura en los ámbitos del reino.
De todos los rincones de repente se levantó un clamor. En los bosques y en los vergeles agonizaba y se moría la flor. La tierra estaba amenazada de perder el poderoso hechizo del perfume. Los baños, los aposentos, los comedores, las cámaras, los tocadores, los divanes, los guardarropas, los linos, las sedas, los mosules, las cabelleras y las manos, las bocas y los cuerpos, ya no tendrían en adelante el irresistible encanto de los aromas, ni de las fragancias, ni de los bálsamos. Iba a borrarse aun del recuerdo de los hombres la sugestión, fugitiva pero imperiosa, de las esencias olorosas del reino de las plantas.
Pero esta súbita desaparición de las flores era el augurio de una pérdida mayor aún.
Los frutos no cuajaban en el seno de la flor. La esterilidad estaba emponzoñando las fuentes de la vida. Los huertos habían perdido la mitad de su belleza. Eran bosques de solterones marchitos.
La desesperación reverberaba en el aire.
Sentíanse los deseos de huir: pero la misteriosa atracción de la tierra por donde corrió, jugó y rió nuestra niñez sujetaba a los habitantes a aquel suelo, ahora maldito.
Una mañana se difundió un rumor. Ha.
bíale traído un mensajero enviado por uno de los viejos magos que vivía en un vallecillo de una distante provincia. Decía el rumor que había descubierto la causa de la muerte de la flor. Una mariposa extrañamente humana hundía los dedos de sus manos en el fondo de las corolas e infiltra.
ba en su seno la angustia de la muerte. Las flores morían lentamente, como en un largo y pesaroso sufrimiento.
Pero era sutil la mariposa. Pasaba a través de una telaraña sin desgarrarla; posabase sobre la más leve flor sin doblegarla. parecía dotada de una actividad de pri.
mavera y de una inteligencia maravillosamente humana. Habíanle perseguido algunas pocas personas; ella parecía sonreír y, visible e impalpable como la luz, continuaba su prodigiosa obra de estrago y de dolor.
En la noche de ese mismo día en que el rumor se hizo oír, algo trágico apareció en el reino. Muchos cuerpos de niños comenzaron a quedar vacíos. Partía la luz de sus ojos, íbase la voz con el enjambre de sus palabras y sus risas y sólo quedaba un ligero manzana en las mejillas y una angélica sonrisa en los labios. medida que las horas transcurrían iban vaciándose los cuerpos de los niños como si desertase la vida de su corazón y de su sangre.
Las calles y las plazas se llenaban de madres desesperadas. El aire era un lamento.
Los hombres corrían hacia los ríos en busca de las voces de los niños, en busca de sus juegos, de sus risas, de sus llantos, porque hasta ahora el llanto de los niños no tenía para ellos un profundo sentido de animación y de vida. corrían hacia los bosques, enloquecidos, como en las antiguas fiestas de Dionysos, llamando a gritos a las potestades divinas de las selvas para que les devolviesen los enjambres de palabras que se habían alejado con las voy las risas y los juegos de los niños.
Oraban con fe, pero no había flores ni incienso en los altares. Ahora que los niños se escapaban de la vida, ahora que el más dulce perfume, la más fragante gracia del amor desaparecía, por la primera vez sentían que los niños son, como la flor de los huertos, la segura promesa de las siAYUDA VIVIR mmmmmmmml)
mientes de mañana, de los huertos por venir.
Examinaban los cuerpos de los niños: eran ruinas. Por los cauces secretos había estado circulando una vida empobrecida; había cavernas y derrumbes, grietas, vegetación extraña. el mismo rumor se levantó por donde quiera. Una mariposa, con actividad de primavera, e intangible como la luz, con inteligencia casi humana, hundía misterio.
samente su influjo envenenado en las en.
trañas de los niños y los cambiaba en rui nas. eran diez, veinte, cincuenta, ciento.
quinientos, dos veces quinientos niños por día los que desertaban de la vida, como respirados por una extraña mariposa, impalpable como la luz y victoriosa como la muerte.
El gran bosque huniano iba perdiendo su flor. La luz misma se desmayaba, conmovida, sobre el mundo.
Las madres, despavoridas, tomaban las barcas del río, o se lanzaban a través de los bosques hacia las ciudades distantes.
Los hombres huían temerosos de que colicluída la siega de los niños se diese principio a la otra, a la de los que trajeron la existencia sin querer ni saber salvarles la vida. Era aquella mariposa el príncipe encantado. Por qué venganza del destino había venido a mayear toda la flor de los bosques y los huertos y a agostar toda la florescencia de la humanidad?
Consultado el viejo mago recluído en un rincón de provincia lejana, aconsejó abandonar aquel reino, partir hacia nue.
vas ciudades, a enseñar con la experiencia de su dolor, que la flor de la humanidad puede morir, a cientos y a millares por día. de ese reino extraño y maldito se derramaron por el mundo las mujeres y los hombres que amonestan en las naciones más civilizadas a los estadistas, a los educadores y en particular a las madres, con palabras de sabiduría para que eviten el peligro de un dolor semejante al suyo.
Porque, en realidad, las mujeres y los hombres que ponen hoy todo su esfuerzo empeñoso en difundir la cultura de las madres en beneficio de los niños han sido aleccionados por el dolor durante los largos cuatro años de guerra y desolación.
Las naciones que llamamos civilizadas dicen honrar la maternidad y amar los niños porque simpatizan con la joven madre, llena de salud, en el esplendor de su belleza maternal, porque acarician los niños recién bañados y limpios. Tan sólo cuando la madre y los niños viven en condiciones ce Este documento es propiedad de la Biblioteca électronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica