214 REPERTORIO AMERICANO Dos poemas de Alfredo Cardona Peña (En Poesía de América. México, Novbre.
Dicbre. 1953)
Ethel y Julio Rosenberg Los electrocutados del átomo Stanley Kurnik Los ángeles rebeldes flotan en su persona; yo dejo en su cabeza esta breve corona de lunas y de trigo como en tiempos antiguos la trova hecha guirnalda; y mientras me contempla su copa de esmeralda beso el viento y os digo: Un toro envuelto en llamas, una aldea vendida, un ahorcado quemando los ojos de la vida, o un hachazo en un cedro, mojan su eterna y lívida congoja en los versos que corren como una lluvia roja por los labios de Pedro.
Fueron sentados en un trono de odio, sobre la silla oscura del relámpago.
Lo he de decir porque me quema el sueño y por las sienes entra y me destroza como una sangre con vidrios mordidos.
Es el vaho del miedo, la conjuración de los aullidos esteparios, la gran venda cayendo sobre el fiel.
Es la justicia empapando a los justos con una materia inflamable de alto voltaje.
Es una madre ardiendo y sin embargo tranquila, su llanto es fuego y sube a la sonrisa de los hijos, el día de la consumación.
Es un hombre como una catedral derrumbándose, solo, en el interior llagado del escarnio.
Son los labios, los lobos, y todas las humillaciones, comenzando por la de la cruz.
Esto canto llenando mi boca de ceniza, pero alguien me detiene: El derrama en la tarde sus ángelus inciertos, copia nubes, escarba en la flor de sus muertos; tiembla como la brisa al recordar la villa del músico madroño, y los ritmos dorados de su postrer otoño son las hojas que pisa.
Jamás llegó a nosotros un pulmón tan salobre, un navío tan solo, un mágico tan pobre; canta bajo su fuente.
como un pastor sin hatos, como un Titiro oscuro, y en su voz encontramos el pámpano maduro y la luz de la fuente. No escriba de estas cosas. me dice con su mano de finísimo frío.
haga sonetos como lindas pieles, vuelva a la rosa pura y a la estrella.
Yo lo contemplo sin decirle nada, pero el dolor y la vergüenza, juntos, organizan mi voz como un arado.
El polvorín del Ebro se le ha vuelto espadaña, y el vino sangre, y toda la mayúscula España; derruído está y en pie como aquellas murallas que vió tremoso un día don Francisco Quevedo, su padre en la agonía, en las aguas amargas y en la gloria que fué.
SALUDO PEDRO GARFIAS. Venturosa la noche que saluda a un poeta, grande como la pena, triste como saeta, grato como la sombra de la vid; condecorado está por su voz guerrillera, y porque ha sido, con la luz entera, buen soldado del Cid.
Maestro de la noche, cantor, príncipe ciego que la sed iluminas con el lírico fuego y atraviesas las piedras para escuchar el arte del celeste rocío: Has recibido, hermano, la medalla del frío. qué saben las hiedras Es burgalés de pro y es pífano sonoro, en las reuniones vuelca su granizo de oro y muriéndose canta versos de guerra y paz, soledades naciendo, con un rumor de pájaros ardiendo y una desolladura en la garganta.
que suben por la hiel de tu azúcar perdido?
Ellas la casa indican del tiempo florecido y elevan tu canción con una eternidad parecida a la estrella.
Coloca, Pedro, mi reciente huella sobre tu corazón.
Tu apellido es un garfio clavado en la sed viva, tu nombre piedra clara, guija de río andante.
Adiós, ya te he cantado más allá del instante.
Se morirá mañana la rosa sensitiva pero no tu furioso delirio militante. Leído en la cena homenaje que el grupo literario El Aquelarre ofreció a Pedro Garfias, la noche del 26 de Junio de 1953. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica