REPERTORIO AMERICANO 141 Ciudad junto al mar Escribe: Eduardo JENKINS DOBLES (En Rep. Amer. Del libro en preparación: Canción de las mareas y las fugas.
y exactamente dulces para el sueño.
Ciudad desprevenida y misteriosa, tranquilamente hecha de nostalgia; una sonrisa a veces florece en tus balcones y suben las mareas, el súbito dolor de enamorarse, el color de las cosas imposibles y los besos que aún nadie despierta.
Catedral de silencio inaugurada junto a nubes y arenas y luceros, junto al anhelo vago y submarino, catedral de silencio dolorida. ti me acerco ahora, viniendo de la noche, emergiendo en la súbita tristeza.
Voy hacia ti por un camino antiguo, abierto entre lo ignoto, en la melancolía.
abierto en la esperanza de anclar en estas aguas que te ciñen, ciudad desprevenida y melodiosa.
Sabrás aún de mí, del ansia inconsolable, de la espera y el llanto que florece: conocerás mi sombra que te llama, que te persigue siempre dulcemente, ciudad edificada junto al mar. te abrirás el pecho como un nido, un muelle en la alborada, una plegaria, catedral levantada en el silencio.
Como vine, me voy.
No en la fatiga viértase la sangre.
Aún más allá del agua y de la estrella, de lo remoto donde el sueño habita, me llevarán los vientos de fuerza peregrina.
Como vine, me voy, y me quedo en tus brazos, sin embargo, ciudad adolescente y perseguida, con la honda presencia del ausente que amando permanece.
Vertidamente quedo en ti, vertidamente; te dejaré la esbelta vértebra del canto, creceré como el aire a orillas de tu nombre, del cielo donde floten tus sollozos; visitaré tu boca en cada luna, en cada nueva ola que te arribe, y ascenderé tus muelles y tus gestos, tus calles y balcones, nuevamente, por entre madrugadas y crepúsculos, donde las cosas mueren, donde nacen, infatigable siempre en la congoja.
Como vine, me voy, y me quedo en tus brazos, sin embargo.
De qué lejano rumbo, en cuál de los floridos estuarios de la tarde desemboca tu voz, olorosa a besos antiguos; bordada con arenas ardientes tu cintura, tu cuerpo que atraviesan añoranzas y peces; extrañamente suaves el pájaro del viento y el pájaro en el viento; con esa polvorienta mirada de tus calles, con esos arrecifes que te guardan, altos para el olvido Univ. of Fla.
Muralla (En el Rep. Amer. La peste roja ENFERMEDAD DEL SIGLO (En el Rep. Amer. Como una marejada mi pensamiento gira en torno de la playa de tu celeste lar.
Tu imagen se destaca, a mis ansias vedada.
Mi anhelo no te alcanza con su grito de sal!
Océano de espumas a tu alma encadenado, mi corazón, te implora te apiades de mi mal!
Al penetrar al despacho de aquel viejo y sabio colega, lo encontré sumido en profundas meditaciones.
Ni se dio cuenta de mi llegada. Estuve observándole minutos: se pasaba la mano por la frente, que supuse ardiente, escribía presuroso, consultaba libros de los cuales eran muchos los que vi abiertos sobre la mesa. Qué sucedería. Qué raro y difícil problema le tenía en aquella agitación. Saberlo?
Por sobre su hombro pude leer un párrafo del libro que consultaba. Los hombres todos tienen derecho a vivir humanamente. Si alguno los trata como a esclavos comete cruel injusticia.
Me quedé confuso. Qué libro era ese que así hablaba de los desheredados?
Con suavidad toqué el hombro de mi Maestro y amigo.
Como quien sale de un sueño dió un salto y quedó mirándome.
Cerró apresuradamente el libro y.
Levántame los diques de tu recia muralla!
Quebrántame la angustia!
No quiero más penar!
Quiero llegar adentro del sótano de tu alma y llevarme el tesoro de tu gracia sin par!
Yolanda CALIGARIS.
Managua, de marzo de 1950. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica