REPERTORIO AMERICANO 183 La trinchera (En Rep. Amer. LUIS ALBERTO SANCHEZ. Paraguayos, agua!
Quedábamos sólo nueve paraguayos en la línea trágica de aquella trinchera llena de cadáveres y en plena batalla.
Profesor ahora en la Universidad de Puerto Rico, nos pide que pasemos este recado a los escritores del Continente, en especial a los críticos, sociólogos y novelistas: De nuevo en el destierro, y objeto de la barbarie del militarismo limeño, se ha visto privado de su Biblioteca. Ruega, por lo mismo, que le envíen sus producciones.
Quedábamos ahora tres de los paraguayos, oyendo, minuto a minuto, segundo a segundo, la voz suplicante de aquel moribundo que nos llamaba; unas veces dura, tenaz, imperiosa. Aguai jagua. agua! otras veces dulce, como la de un niño. Agua, paraguayitos!
Paraguayitos, agua!
Noche maravillosa, noche de plenitud, noche fantástica, noche divinísima de selva y de luna, de pánico y de plegarias.
Señas: Facultad de Humanidades.
Universidad de Puerto Rico.
Río Piedras. Puerto Rico.
Por encima de nuestras cabezas a violentas ráfagas rasgaban el aire las balas. cada momento contra el parapeto y a nuestras espaldas, lanzando montones de tierra y astillas, silbaban, saltaban, chocaban.
LA MUERTE DE PEREGRINO Terminará conforme su última jornada, y, conforme, se dispondrá a partir.
Quedábamos sólo siete paraguayos, suspensas las almas más que del encanto de la noche mágica y más que de nuestros terribles dolores y de la metralla, del hondo lamento de aquel boliviano caído en el foso de las alambradas y que en su agonía demasiado lenta, nos llamaba con un grito que iba más allá de todo. Agua, paraguayos. Paraguayos, agua!
Quedábamos solos yo y un compañero, un adolescente. Bájate y espérame! le grité agarrándolo; y salté hacia afuera, a las alambradas; apreté los dientes, me agaché cual pude, y corrí derecho, derecho a aquel grito de jagua. agua! iagua!
Di con el herido: iqué emoción! iqué abrazo! eché mano ávida a la cantimplora. Estaba vacía!
Sedienta, una bala le había cortado una boca.
Entonces, tomndo al herido en mis brazos, corrí a la trinchera iy fué una carrera loca y desesperada!
No habrá ni llamador en la ancha Puerta.
Ni siquiera existirá ésta pendiendo por los goznes en el muro; penetrará por el espacio abierto que su visión depara, y llegará alborozado hasta su lecho.
Quedábamos solos yo y el boliviano.
Al rato moría en mi pecho bebiéndome las lágrimas.
Abatirá de su cansada espalda el espinoso y hondo fardo de sus penas; y, no más al lado, recostará el cayado de ese ensoñar inmenso que apuntalara siempre sus andanzas.
Quedábamos sólo cinco paraguayos. tiempos regulares uno de nosotros midiendo la sed en su propia garganta, empuñando la casi vacía cantimplora, soltando el fusil, medía la sombra, pensaba en su madre, pensaba en su novia, sc debatía contra el instinto y saltaba.
Mas caía muerto sobre el parapeto llevando aquel grito más vivo que todo. Agua, paraguayos!
Ahora quedaba yo solo, el único vivo en la trinchera trágica, repitiendo en el delirio de mi fiebre. Agua, bolivianos!
Bolivianos, agua!
Con suspirar cautivo, sacudirá de la sandalia vasta el amoroso polvo de todos los caminos, do quedaran las huellas de sus pasos en eterno via crucis. Agonizaba la noche maravillosa y allá, en el oriente, nacía la nueva mañana!
Edgardo Ubaldo GENTA.
Montevideo, mayo de 1950.
Se quitará la túnica, rasgada y polvorienta, de peregrino amante de las cosas tristes; y formará con ella, mimosamente, blando y final cojín a su cabeza. yacerá su carne, estoicamente dolorida por los punzantes cardos de la Vida, que lo hicieron menos malo y menos egoísta; que si bien agostaron la materia, dieron forma a su espíritu, de prisma.
Versos nuevos (En Rep. Amer. SIMIL TRANSMUTACION la Cúpula de la Iglesia.
Ciudad de Alajuela.
Trasvasijose la inmortal esencia del numen que fecunda y que ilumina, Cuentan. será verdad. que cierto día, y con serena calma peregrina comiendo un ángel la gentil manzana capítulo cerró de su existencia.
que del Señor en la heredad crecía, decidió regalar de buena gana ¡Varió la forma humana. Florescencia de la parte más dulce y más lozana, un pedazo a quien hambre padecía.
del polvo, del arroyo y de la encina; enigmas para el sabio que se obstina agregan además, lo sé bien cierto, en darle nuevos rumbos a la Ciencia.
que al recorrer con la mirada el suelo desde el celeste mirador del Cielo, Ante misterio tal, rara semilla comprobó con dolor y desconcierto ha germinado luz en mi cerebro; que era imposible recabar su anhelo rota la duda, mi razón enhebro.
de la Tierra en el páramo desierto.
Por lo cual resolvió, sin escogencia, así percibo que es la misma arcilla cerrar los ojos y tender la mano lo que fuimos, y somos y seremos, sin rumbo fijo desde el vasto arcano.
aunque humana figura no tomemos. ese fruto de Amor la Providencia, por algún mandamiento soberano, nos lo entregó con su divina esencia.
Alajuela, Costa Rica, abril 1950.
Alajuela, 1949. así arropado en el silencio y su conciencia, contemplará una vez, una más, la bóveda del cielo, musitará un adiós a las estrellas, siempre amigas, y velará sus ojos.
Sí, él morirá. Morirá con su nostalgia de horizontes y su inquietud constante de caminos.
Mas de su tumba, por intima eclosión que suaviza la muerte y el olvido, su esencia hará brotar el sortilegio terso y puro. seda y ala. de una flor.
Rodrigo CORDERO JINESTA.
Alajuela, 1950. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica