REPERTORIO AMERICANO 375 Cama caliente. fría. Por Fernando León de VIVERO (En Rep. Amer. Envío del autor, en México, DESDE LA BARRA Un libro que recoge día a día la impresión periodística de los debates en la Asamblea Nacional Constituvente al discutirse y emitirse la Constitución Política de Costa Rica de 1949. Haga su pedido a Repertorio Americano. Mande 50 y se le remitirá por correo.
Autor: Rubén Hernández Poveda. Lawrence. El dictador, en su despacho del viejo palacio de Pizarro, trabajó prolijamente con el Ministro de Gobierno y Policía en la composición definitiva de la lista de candidatos a senadores y diputados que debían aparecer electos en los próximos comicios.
Entre los ubicados figura don Jorge Isaac Muñoz, mestizo cuya bronceada epidermis tira más a indio y mulato que a blanco, lo que nunca fué óbice para dejar constancia en las informaciones suministradas al Censo y a los Registros Militar y Electoral de su pretensa calidad etnológi.
ca: Raza: blanca.
Compadre del dictador, improvisó cuantiosa fortuna. Auspició y controló juegos de envite, se benefició en gordas concesiones de carreteras y obras públicas y gravó pro domo sua a las desventuradas meretrices de Lima con diez soles diarios, si deseaban eludir el reglamentario examen médico semanal.
En la arbitraria distribución de canonjías, le tocó la representación senatorial por Huancavelica, departamento rico en minas y asiento de los yacimientos de cinabrio de Santa Bárbara que, explotados en el coloniaje, dieron fama a la región.
Como candidato impuesto la credencial de representante en el bolsillo no tenía otra carga que trasladarse a la capital de la respectiva circunscripción y llevar adelante la pantomima comicial. La forma debía cuidarse. El dictador jamás perdonaba errores. Temía la denuncia del periodismo continental. su honrilla sufría sobremanera si el ataque consignaba su desprecio a la voluntad ciudadana.
Andes, especialmente en esa región, demanda esfuerzos agobiantes a los que se acostumbraron a la vida muelle y poltrona de Lima. Es cierto que él, en sus mocedades remotas, transitó sobre estos mismos cerros prietos arreando vacas y llamas o vendiendo aguardiente a los indios en vetustos odres de cabra. Pero desde entonces, tanta nieve cayó y tantos años transcurrieron que ya las posaderas resiéntense del trote, saltos y corcovos de la mula.
Su compadre don Simeón Villavicencio pudiente hacendado y ladino capituleroen una de las primeras pascanas se dolía de la ventisca. Mas, don Jorge Isaac Muñoz, que alguna vez escuchara a su abogado limeño la frase de Enrique de Navarra, interrumpióle. Caro compadre, bien vale París una misa. Bien vale Huancavelica esta jineteada que zangolotea los riñones, los cuales con el picantito y la agitada vida políticosocial que arremolina, no andan muy bien que digamos.
Don Simeón, dibujando amplia y sensual sonrisa que descubría gruesos y descomunales colmillos de oro, contestó. Compadre, tiene usted todita la razón en su dialéctica inconcusa y, el viajecito, de todos modos, será regüeno porque le tengo una sorpresa de rompe y raja. De esas. de agárrate Catalina. Verá usted.
Es pa lamerse y relamerse los labios. Pa los ambos dos riñones no hay como los viajes lejos de la familia y a pasto cura de mujer. No hay riñón que se resista. Es farmacopea infalible. los indios, cuando se me quejan de dolores en el cuerpo, pesadez en las piernas y flojedad en el estó.
mago, tomo la palabra y arguyo: Récipe, so indios cabrones, no lo olviden. Antigripal y antigripal que la tienen en casa.
baratita. el antigripal de la hembra. Así me lo aconsejó mi padre, que de Dios goza, y así lo aconsejo a toditita mi prole. del viejo, compadrito, el consejo.
Al cabo de los días de penoso trote, la cabalgata acampa en la hacienda de don Simeón, a una legua larga de Huancavelica. El candidato pernoctará dos noches.
Requiere del reposo en blanda cama. Libre de fatigas y aflicciones entrará lozano a la capital, entre arcos de flores y ramas de molle, repiques de so oras campanas, estallar de bombardas y cohetes tronadores, asistencia oficial nutrida y rala banda de cachimbos.
En la noche, don Simeón echó la casa por la ventana. Ofreció al compadre opípara cena. Fiel éste a su reputación de tragaldabas, engulló la minuta integra: chupe serrano, conejo chactado, picante de cuyes, chicharrones en salsa de ají, carapulca, papitas a la brasa, choclos tiernitos, charqui con queso de Laramate y mazamorra de chuño. Entre plato y plato gustaba paladear un vinito agridulce de los Padres Redentoristas que la cocinera Na Peta cristiano en forma desmedida. golpe de once y media, el candidato despidióse de los amigos, dirigiéndose con el anfitrión al dormitorio. Bueno, compadre, exclamó éste, mientras frotaba sus toscas manos cuadradas llenas de anillos. qué tal se siente su señoría. porque quiero preguntarle una cosa. Me siento, compadre, requetebien.
como las propias rosas. Con la comilona estoy nuevito. El cansancio voló, los calambres huyeron y las articulaciones juegan en aceite. Además, siéntome arrecho. Pregunte no más, que estoy llano a responder y servirlo. No, compadrito. Ahorita no me va a servir. Me servirá y bien, luego que ganemos las elecciones. Ahoritita, sólo quiero que responda. quiere la cama caliente.
o fría. Pues, qué pregunta, compadre. caliente, porque este frío maldito llega a los huesos y ya sabe usted que a mi edad hay que calentar la carne. Magnífico, compadrito. Le calentaremos la cama. Será de Órdago. Aguarde y prepárese.
Don Simeón, abandona presto el dormitorio. grito pelado imparte órdenes. Su vozarrón hiere el silencio hosco de la noche. Los pongos apretujan sobresaltos y temores. Instantes más tarde, regresa. rastras lleva una muchacha primorosa, de mirada triste como la cordillera y senos erectos como la pitihaya. la infeliz indiecita, el caporal la arrancó de los padres sumisos pongos de la hacienda para calentar la cama del candidato. Aquí tiene, compadre, la botella caliente. Destápela sin recelo y gócela de un tirón. Los labios son pulpa de chirimoya y su carne parece corazón de sandía.
Sabe a mollar de mango. qué rica es la fruta en las alturas, cerca de picachos y cresterías. Purita almíbar.
La muchacha, apuesta y limpia, no habla castellano. Su lengua es el quechua, lengua de sus mayores y del Inkario. No entiende una palabra del diálogo ruin. En el fondo tranquilo de su alma huraña, tal vez adivina la escena, olfatea el peligro.
Mira azorada. Humilde y huérfana de amparo, clava los ojos claros en el suelo. El corazón le late arrítmico. La lliclla multicolor y graciosa que cubre el robusto pecho, sube y baja al impulso estrujante de angustias y conturbaciones.
Muñoz chasquea la viscosa lengua. La brutal pasión humedece sus ojos aviesos e irreprimible y sin disimular el acezo que lo quebranta, manifiesta. Pues, compadre, váyase. y rápido.
que tengo mucho frío y deseo calentarme.
Tras la tragadera. la cura de mujer. Formidable. Don Simeón, cínico, inmoral, lascivo, mueve los ojillos de vibora y a tranco lar.
go se retira de la recámara. La imaginación senil, la comida, el vinillo, lo impulsan a buscar su habitación. El también tendrá cama caliente.
Las espesas sombras de la noche y el frenético ladrar de los perros hambrientos no apagan los clamores y llantos de la india virgen sacrificada al cacique servil del dictador.
Don Jorge Isaac Muñoz, embarcóse en la estación de Desamparados, rumbo a Huancayo, donde una pintoresca comitiva de paisanos y parientes aguardábalo.
Allí, después de un viaje tranquilo, en el que el almuerzo se roció con pisco. y ufano de que el soroche no lo cogiera, saludó campechano y festivo a los amigos de su estado mayor, prodigando estrechos y ruidosos abrazos.
El reaccionario peruano tórnase sólo liberal y afable en el fácil y gratuito repartir de abrazos y palmoteos en los momentos preelectorales. En ese caso, iqué sencillez. iqué de amabilidades. qué de promesasi. El oro y el moro.
En otras latitudes nadie lo supera, quizá lo iguale.
El fresco candidato huancavelicano, antes de proseguir el viaje, asistió al ágape que amigos y parientes le ofrecían alalimón.
Al día siguiente, montado en su mula parda, la bufanda de lana al cuello y suelto el fino poncho de vicuña, encaminose a la cabeza del grupo y al través de las rugosas estribaciones andinas hacia Huancavelica.
La ruta se abría dura y escabrosa. El viento soplaba recio e implacable azotaba los rostros fofos. Don Jorge Isaac profería ajos y cebollas. Su ancha y mofletuda cara, como esos soles de papel que engalanan las fiestas chinas, padecía los crueles escozores del frío bajo cero. Cruzar los Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica