46 REPERTORIO AMERICANO sus dificultosos y por tanto codiciados ho.
yos de golf.
Las ásperas líneas de nuestros meridianos son muy otras y a veces, por dichatodavía vivimos en el continente del ter.
cer día de la creación. Atitlán lo prueba.
Su cerulescente sinfonía de agua y cielo, bus suntuosas paredes vegetales encajonando el lago, sus atléticos volcanes sentados a la orilla de las olas, su silencio patético, guardan el misterio de los primeros días.
Mas si se ve todo desde el alto camino estación obligada del traunseunte con emoción que de haber sentido el supremo orfebre a que alude el Génesis. Un día, un mal día para la estética, bueno para las finanzas, el viejo camino quedará abandonado y ruidos ajenos sacudirán al lago. El hidroavión llegará a cada hora cargado de peregrinos y cientos de hoteles mancharán el paisaje hoy aún vir.
gen. El salchichonero de Chicago llegará a quemar su propia margarina jugando a la ruleta en algún Inn ribereño o bebien.
do jaiboles para matar el tiempo. Porque ellos no saben del suave gozo de no hacer nada, sin dar paso al aburrimiento; un mal día para la estética. Pero volvamos con nuestros volcanes.
Lo han visto todo y seguirán iacudable.
mente erguidos hasta el juicio final. veces, aburridos de tanta curiosidad, hurgan en su movible guardarropía y se cubren de nubes, pies y cabeza. Olímpica descer tesía sólo permitida a un volcán, pues hay gentes que viajan cientos y hasta milies de kilómetros no más por verlos.
Otras, mal aconsejan a veleidosos vien.
tos dioses para que desaten aires furiosos encabritando a las aguas que volteon enbarcaciones. De ahí esa fúnebre lista de náu.
fragos abatidos por el xocomil. huracán misterioso de los indios. No era Huracán deidad antigua de los vientos en tierras cachiqueles. Sin embargo, pudiera ser que ni el Atitlán, el San Pedro y el Santa Clara, hayan tenido vela en el entierro y por afecto a los colosos guardianes del lago, declarenios su inocencia.
Cuando se llega de la ciudad, a un pun to clave, por el camino que serpea, la sor.
presa está en puerta. Unos metros más y el panorama todo se dispara contra uno, sale al encuentro como un can que presiente al amo. Abajo, muy abajo, el lago sumi so a la embriaguez visual, al pasmo que abre todas las compuertas del alma. Las aguas parecen no moverse, tornasolándose desde el verde mirto hasta el rojo solferi.
no. Un silencio sacro el de los primeros días anega ámbitos y oprime y estreme ce. El aire suave de pronto empujando sonidos de campanas brotados de un puñado de casitas, que no es Panajachel. Un pas.
tor valetudinario pasa tirando guijarros a sus cabras y asegura que las campanas son su pueblo: San Antonio Palo Po. Pero. es posible que haya nombres tan bellos. Lo paladeamos como un mosto de ley, y el pastorcito sigue su marcha volviéndonos a ver de hito en hito. El diminuto indíge.
na acaso no se atrevió a pedirnos una moneda, fruto de estos diálgoso furtivos. La eufonía del nombre nos obsede: San Antonio Palo Po. Será el de las pinturas que hemos visto. clásica pileta en donde nativas de falda roja y huipil azul llenan sus cántaros mientras, a lo mejor, espían a alguien.
El lago desde nuestra agreste terraza sigue camaleónicamente cambiando cromos. El sol, el mismo adorado en viejas teogonías, parece que va a insertarse en otro de los pueblos ribereños. Cómo se llama. Lástima grande que el sapiente pastorcito haya desaparecido.
Divisamos una lancha de motor acesante que va escribiendo su ruta como un gusano gelatinoso sobre pavimento. Son tu.
ristas que atraviesan el lago rumbo a San Lucas Toliman y que tras santa asoleada mañana estarán más enrojecidos que si hu bieran cometido los siete pecados capitales en Año Santo.
Alguien explica que el lago de Atitlán es un cráter volcánico, pero nosotros desoímos la teoría. Estamos absortos, ensimismados, entre sombras que van lentamente desplomándose borrándolo todo. Unos ins.
tantes más y el cielo habrá botado sus noc.
turnas antorchas a las aguas: estrellas que bajan hasta el fondo, donde yacen exóticas flores cuidadas por las ánimas de los náu.
fragos.
Cuando la noche comienza a madurar, cubriendo el paisaje, pensamos si todo ha sido un sueño. Un sueño sabido, como quien sueña que sueña.
Nueva Guatemala, febrero de 1953. dos libros me refiero (En Rep. Amer. San José, de setiembre de 1951.
AMOR PERDIDO De tu vida a mi vida sólo hay un breve paso y una palabra mía la pudiera acercar, pero he de ser el viento que rueda su olvidar o el cielo que se pierde deambulando al acaso.
Cuando en la calle pasas, con ternura de ausente, mi sed de ti quisiera retenerte y arder, pero seré la voz que ya no puede ser en la piedra que calla el sueño de la fuente.
Me adelanté a mi sombra o me hundí en mi retraso.
y si tú eres el alba yo soy como el ocaso que, lejano del alba, no la puede olvidar.
Querido don Joaquin: Con todo el cariño que merece lo que usted me recomienda hacer leí el tomito de versos de Alberto Baeza Flores, Provincia de Amor y no sé si ahora saldré bien de lo que también me pi.
dió, que fué hacerle un comentario, pues para mí, aprendiz en el oficio poético, resulta tarea difícil y hasta imposible opinar con libertad interior (estoy atado a mi propio modo de hacerlo) sobre el modo como trabaja la poesía un compañero, aún más siendo éste tan conocido como Baeza Flores, al que no podría dur lecciones ni hacer indicaciones nacidas de mi personal sentir y emocional na cer. Se me ocurre que la primera condición para realizar crítica es no hallar.
se comprometido personalmente en obra del género criticado, como no sea librándose de la ocasión con mucho elogio y ditirambo, lo cual es poco serio. Hay en Alberto Baeza un poeta, no cabe duda; y esto, para mí, es suficiente decir y bien decir de su obra. al que diga que te amo lo miraré sonriente y le diré que miente, sabiendo que no miente pues tendrás la remota cercanía del mar.
REGRESO En esta misma esquina te dije adiós un día y el tiempo, que no vuelve, ha regresado a verte.
Reconstruyo el ayer: tu mano está en la mía, pero hoy te encontraría, quizás, sin conocerte.
Han pasado los años con un ruido de trenes rodando sobre un mismo paisaje conocido, y tú, como un adiós, remotamente vienes de ese adiós que una tarde empezó a ser olvido.
He aquí dos poemas suyos de Provincia de Amor. ahora, en esta esquina, quiero evocar un sueño como quien ha olvidado que aun el sueño se trunca.
Aquel amor de ayer encontró nuevo dueño y olvidó todo aquello que no iba a olvidar nunca. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica