260 REPERTORIO AMERICANO QUÉ HORA ES ES. Lecturas para maestros: Nuevos hechos, nuevas ideas, sugestiones, incitaciones, perspectivas y rumbos, noticias, revisiones, antipedagogía.
OXT Oración por los árboles (En El Tiempo de Bogotá. Junio de 1949. mejor que el rayo quema hasta las esperanzas de los nuevos brotes. Vosotros podréis salvar el árbol si en vuestros corazones valientes, co.
mo el alve en el verso de Hugo, sobre la rama que cruje, cantáis el himno alado de la esperanza.
Niños, sembrad el árbol, acercaos al árbol, que él os tiende los brazos henchidos de amor, como otrora el dulce rabí Joshua en los huer tos de Genezareth a la hora de las parábolas, cuando las palomas revuelan lentamente sobre las cabezas, crepita la llama sobre la espiga que madura y los blancos lirios se tiñen del rubor de los crepúsculos. Meditad bajo su sombra, seguid el vuelo de los pájaros y el curso de los astros en la punta de sus mástiles. Contemplad la armonía de los volcanes a través del follaje.
Nutrid vuestras almas en el verde optimista de sus hojas.
Niños, rogad por todos los árboles, que son, como vosotros, la alegría, la inocencia y el porvenir. El árbol os pagará vuestro cariño y vuestro cuidado. El os dará laureles para vuestras frentes y más tarde guirnaldas para la tumba de vuestras madres y mirtos y jazmines pa.
ra la frente de vuestras novias. El os dará agua y pan en los desiertos de la vida. El será vuestro guía y vuestro amigo en los caminos y las montañas. cuando llegue la hora en que la madre tierra recoja vuestros cuerpos, en el eterno regreso, un árbol señalará vuestro lugar de reposo y por su savia ascenderán luminosamente vuestras cenizas para confundirse en la eterna armonía. el alma inmortal trinará en la punta de una rama, y por las noches, a la hora en que el céfiro descienda sobre las tumbas, las ramas rozarán dulcemente los hilos de las estrellas, suspendidos, como cuerdas de oro, entre el follaje, y en los ámbitos siderales se desgranará la música de un violín extraño.
Niños, rogad por todos los árboles. Como el viejo Maya en la corteza del amatle, grabad en vuestros corazones esta sentencia: Los maestros y los sembradores de árboles son los profetas de los tiempos nuevos.
Virgilio RODRIGUEZ BETETA.
Bajo la bóveda del universo, el ser más bello es la mujer, y el árbol el más bueno. El no sabe de las pasiones de los hombres. Es humilde, tranquilo, sabio. Antes que los caldeos, éi descifraba el curso de los astros sobre la cima de las montañas. Es el símbolo de la sabiduría: sus raíces más hondas escuchan la lenta oscilación de los ejes del planeta y sus ramas más altas el rumor de las estrellas. Dijerasa el gran radiofono de la creación.
Está educado en la armonía sideral. Es amigo del sol y de la luz, del aire de la liber tad. La noche lo llena de melancolía, pero entonces musita plegarias, que son cantos de Osián. Su tallo contiene la clave de los clavicordios, las guitarras y los violoncellos. De un fragmento de caña hizo el dios Pan la primera flauta. Las aves buscan por la noche los árboles, porque les gusta dormirse arrulladas por músicas.
El árbol es el sér más humilde. En la aurora sus hojas se entreabren como millares de castos labios para bendecir la creación, y a la caída de la tarde se inclinan acatando la suprema voluntad. El hacha lo desgarra, el fuego lo aniquila. Cuauhtemoc en la hoguera prorrumpe en un reproche heroico contra sus matadores: el árbol hecho ascua se ilumina con una última sonrisa superior al destino.
El árbol es el supremo inspirador y el supremo consolador de las heridas del alma. Los profetas subían a las montañas y entre el rumor de las frondas recogían la voz del porvenir. Newton, meditando bajo un árbol, arranca a la mecánica celeste sus secretos. Hernán Cortés llora al pie de un árbol.
Es el supremo vencedor. El triunfo de Julio César sobre Pompeyo es anunciado por un árbol que nace sobre el duro enlosado del tem plo de la victoria. En el tope de los mástiles silban triunfantes las ondas hertzianas. En lo más alto de una rama se prende un lábaro o una bandera. El árbol triunfa hasta de la muerte cuando se hace cruz para los redentores.
Es el supremo amor. En un paraíso, lo principal son los árboles. Pablo y Virginia necesitan para su amor sin atardeceres un marco de fuentes suaves bordado de árboles generosos.
Odiseo, hijo de Laertes, se olvida por un momento de sus deberes, de su patria y de su hogar, entre los brazos de Calipso, hija de Atlante, pero los dioses decoran antes la mansión de la ninfa con viñas florecientes cargadas de racimos en sazón y dulces bosques de álamos, chopos y cipreses olorosos. El soberano Apolo, hijo de los más fuertes amores de Zeus, nace al pie de una palmera. La férvida mitología quiere en cada página idilica una encina augusta de tiernas hojas, prados de violetas y apios silvestres, bosques trémulos y colinas adormecidas de laureles.
Es el supremo maestro. La selva da la lección de la unidad y el poder de la acción conjunto, con sus troncos apretados para resistir los siglos, los huracanes y las tempestades. El árbol solitario es la lección de la filosofía. El pino hace amable la fiereza de la peña. Hasta el dolor sirve: el sauce forma manantiales generosos con sus lágrimas.
Pero, sobre todo, el árbol es el supremo arquitecto. Construye albergue para los hombres y sombra para los peregrinos. Construye religiones; en una viejísima secta del budismo, el árbol es el dios supremo. Los egipcios consagran el pino y el álamo a su dios Chnun, creador del mundo. Dos ramas que se cruzan son el cristianismo. Construye la crónica la historia: en su corteza se graban los hechos hu.
manos y son transmitidos de siglo en siglo.
Construye civilizaciones: un tronco horadado cruza los mares antes que la carabela de ayer y el acorazado de hoy. Sus ramas fabrican ciudades: los milenarios big trees de California están sirviendo a los filósofos de la historia para re.
constituir la marcha de las razas y las emigraciones. El árbol es constructivo hasta cuando muere: sus últimos despojos le dan vida, lumbre y calor al hombre, y sus frías cenizas son el semillero de nuevas vidas. Toda la vida sobre el planeta puede sintetizarse en un árbol.
Niños, amad el bosque. Vosotros no podéis defenderlo de sus naturales enemigos, el rayo que gusta de las cumbres, los insectos que se multiplican en la blanda inquietud del bosque. Los roedores que taladran, las serpientei que se enroscan.
Pero vosotros podréis librar al árbol de su enemigo más terrible, el hombre. El hombre, que destruye bosques, mejor que el rayo, y Resonancia lírica Por Alberto REMBAO (En Rep. Amer. Resonancia lírica en el alma de un niño entonces de diez años, Héctor de nombre e hijo de don Enrique González Martínez, que ha quedado en forma de anécdota, apuntada por el gran Poeta, en el prólogo de unos Poemas de otro poeta grande también, pero que por el momento tiene la lira colgada por ahí en algún rincón de Embajada. pues que se lo tragó la Patria llamándolo a su servicio. pues que nadie es capaz de rechazar el reclamo de la muy Amada. que ni aun los señores de capa y espada. la alta espada del canto.
podrán resistir el embrujo de la Oda: Dulce et decorum est pro Patria mori. máxime cuando hoy con hoy, el vivir resulta más arduo y más heroico que lo otro.
La anécdota de don Enrique: Conocí a (Rafael Heliodoro) Valle, como lo llama la gente de letras, hace más de treinta años. Esta indiscreción cronológica no es grave para éi, pues acababa entonces de salir de la adolescencia. Me visitó en mi casa de la Plaza de Dinamarca, y me leyó versos. Volvió más tarde con nuevos poemas, algunos de los cuales se le grabaron en la memoria a mi hijo Héctor, que fué quien me anunció la segunda visita del poeta con estas palabras. Papá, te busca aquel amigo tuyo que pone su corazón en el brasero del Espíritu Santo. Resonancia lírica en el alma de un niño de diez años. Contigo. Poemas. Ediciones Rafael Loera y Chávez. México. Los del Contigo son versos del Atlántico, escritos a bordo, boga que te boga camino de El Callao y de la presencia esperada: Te reconozco, Mar, porque me invade tu alegria, tu sal, tu sol, tu grito; beso tu espuma en flor, como en un rito, y amo tu mitológica saudade.
Con todo, esta crónica no va con el libro entero; va tan sólo con el Brasero de los siglos, fuente de calor infinito que inflama para siempre el alma del niño de diez años, como tiene que ser en todo caso; porque de los tales Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica