REPERTORIO AMERICANO CUADERNOS DE CULTURA HISPANA Tomo XLVII San José, Costa Rica 1951 Jueves 10 de Febrero NO Año XXXI. No. 1123 Ei testamento de EINSTEIN Por Luis de ZULUETA (En El Tiempo de Bogotá. Setiembre 23 de 1950)
Los futuros historiadores van a ver muy simplificada su labor o acaso más complicada si se generaliza la moda de enterrar bajo los nuevos monumentos o edificios una caja con algunos escritos y objetos, escondidos alli precisamente para que un día lejano, cuando nuestras construcciones se conviertan en rui.
nas, los hombres venideros tengan la sorpresa de encontrarlos.
Esta práctica es ya vieja. Desde hace años, al ponerse una primera piedra era frecuente sepultar bajo ella un cofrecillo o un tubo de metal donde se encerraban los periódicos del día y algunas monedas o medallas, ocultos testigos del acto inaugural de las obras. Pero aho.
ra este uso se ha perfeccionado y extendido.
En los Estados Unidos, por ejemplo, cuando en esos casos se confía al secreto de la tierra la caja conmemorativa, no es raro que en ella se coloquen documentos especialmente redactados para los futuros lectores a fin de que los hombres del siglo veintitantos o treinta y tantos se enteren de los problemas que preocuparon a los pobres mortales de esta vigésima centuria.
De este modo, en la pasada Feria Mundial de Nueva York se entenó la correspondiente caja o, como allí la llaman, Time capsule. cápsula del tiempo. dicho en una traducción literal y bárbara entre los mensajes dirigidos a la posteridad se incluyó nada menos que el de Alberto Einstein, un nombre que, si la cultura sobrevive, no se habrá olvidado dentro de mil o dos mil años.
No fué publicado entonces. Escrito para los venideros, no nos enteramos los contemporáneos. Pero ahora el genial matemático lo ha insertado en su nuevo libro, De mis últimos años, en el que reune textos muy diversos, tomados de los artículos y conferencias que el autor ha escrito desde 1934. Este volumen viene a ser la continuación de aquel otro, El mundo como yo lo veo, que contiene los pensamientos de Einstein desde 1922 a 1934.
El mensaje del sabio, depositado en la ca.
ja del tiempo. para que, en efecto, a través del tiempo duerma allí, y un día se despierte ante los ojos de una extraña humanidad sobre la que hoy nada podemos saber y poco conjeturar, consta sólo de unas veinte líneas. Aprovechémoslo nosotros, por si dentro de un par de milenios el mensaje queda ignorado bajo el polvo de los legendarios rascacielos de Nue.
va York. Qué dice en sustancia? En términos es cuetos plantea el problema de nuestro tiempo. Nuestro tiempo les cuenta Einstein a los seres humanos del porvenir es rico en mentes inventoras. Sus inventos podrían facilitar y mejorar considerablemente nuestra vida. Sin embargo, la producción y la distribución de las cosas que la harían más grata y más noEle está enteramente desorganizada, de modo que cada cual tiene que vivir con el miedo de ser eliminado por el ciclo económico.
Que lo sepan, pues, nuestros lejanos y desconocidos sucesores. Con las actuales invencio.
res de la ciencia y de la técnica nos sobran problema y sabrán aplicarla a la vida real. Cuándo. Quién sabe. El genio de la relatividad vive fuera del momento presente, en un espacio de cuatro dimensiones, y la cajita sepultada en Nueva York es apenas un punto perdido en el cosmos.
Recuerdo las conversaciones de Alberto Einstein, hace ya muchos años, en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Con su cabellera erizada, su cara extática y sus ojos asombiados, parecía, a la vez, un sabio y un niño.
Se diría que el mundo era nuevo para él. cada mañana. Hoy, al leer sus palabras a la pos.
teridad, no puedo menos de pensar que hay en ellas una clarividencia infantil y profunda. Confío en que la posteridad, dice, leerá estas consideraciones con un sentimiento de orgullo y de justificada superioridad.
Este es el testamento de Einstein. Si su fe no se engaña, los hombres del porvenir, al des cifrar sus palabras, sentirán el orgullo de no parecerse a nosotros y apreciarán, al compararsenos, cuán superiores son a estos remotos an.
tepasados del tiempo de la bomba atómica.
Pero les va a ser muy difícil comprendernos. Cuando el homo sapiens de mañana, un mañana muy distante, vaya encontrando las cajitas que el actual homo faber le dedica.
y logre interpretar el texto de esas hojas blan.
cas de papel cubiertas de negros trazos de tin.
ta en que dejaron impresas sus ideas los hom bres del siglo XX de la era de Cristo, época en la que aún no se había descubierto la trasmisión directa del pensamiento sin figuras ni sonidos, se quedará asombrado de las tremendas contradicciones que mantuvo en su alma y en su vida este inexplicable homo faber. el hombre fabricante de máquinas, aparatos y utensilios.
Inventa el telescopio, abarca lo infinitamente grande, explora las inmensidades cósmi.
cas y luego se mata por unos palmos de tierra en este oscuro planeta, siervo de un sol perdido entre los millones de la Via Láctea, la cual no es sino una galaxia, a su vez, entre millones de otras. Lo mismo que llega a lo infinitamente grande, penetra el hombre fabril en lo infinitamente pequeño, sabe del átomo como del astro, se apodera de la energía nuclear, y después la utiliza en extender la muerte sobre las aglomeraciones humanas.
El homo faber es un absurdo viviente.
Dispone de las fuerzas del mundo y, a la vez, tiembla de miedo ante una guerra en que esas mismas fuerzas estallan. Explota las tiquezas del mundo y, en su lucha por ellas, se siente miserable. Inventa medios de comuni cación y de locomoción prodigiosos, elimina las distancias, salva cordilleras y océanos, y luego levanta fronteras artificiales, murallas de la China, alambradas, visados y aduanas, Alberto Einstein (Visto por Málaga Grenet, en 1932)
medios para vivir bien, pero vivimos mal. Con la maquinaria moderna, debidamente cultivada la tierra, habría sustento abundante para todos: pero ahora mismo en la China, millones de hombres se mueren de hambre. Los telares me.
cánicos producen mil veces más vestidos que la mano desprovista de utensilios; pero muchos millones de hombres van en harapos. Una nráquina fabrica mil veces más zapatos que un zapatero; pero muchos millones de hom bres andan descalzos. Los progresos de la higiene y de la medicina han prolongado la vida; pero los hombres, lejos de amarse los unos a los otros, se matan unos a otros como nunca, y muchos millones han perecido en las dos guerras más atroces que ha conocido el mundo.
Podríamos ser felices, pero somos desdichados.
En realidad, eso que dice Einstein lo sabe mos todos. Lo malo es que no lo remediamos.
El maestro, sin embargo, no desespera. Confia en que los hombres hallarán la solución del Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica